jueves, 16 de agosto de 2007

A la espera de la oscuridad



Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.
Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos

domingo, 12 de agosto de 2007

Algunas veces vale la pena pensar que el porque cuando y donde tiene un gustito a destino escondido detrás de la O

Consejo del día: si te pintás las uñas de rojo, no toques el blanco

sábado, 11 de agosto de 2007

Entre el cielo y la tierra

Curiosa incógnita.
Alguien me preguntó esta semana cuál era mi parte preferida de Rayuela, de Julio Cortázar. Nerviosa por que estaba siendo entrevistada por una veintena de pares de ojos, no supe que contestar, y murmuré que recordaba pero que me gustaba la parte en que Oliveira caminaba por los puentes parisinos en busca de la Maga.
Enojada conmigo misma por que no recordaba casi nada de esa historia, leída de dos formas diferentes hace unos siete años, llegué a casa y me dispuse a leerla por tercera vez. Abatida por el sueño, debí dejar apenas conmencé. Pero al día siguiente choque con la que, aunque olvidada, es una de mis partes preferidas. Sorprendida por que estaba contenida en el capítulo numero siete, número mágico y misterioso si lo hay, Suspiré y volé entre el cielo y la tierra (basta con dibujar una rayuela para entenderlo) hasta que el colectivo me obligó a dejar de leer.

Pues entonces ahí va, una de mis partes preferidas, aunque no la única por que no creo posible decidirme tan solo por una.

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.