miércoles, 25 de febrero de 2009

Histeria

Se despertó y sintió la fiebre del cuerpo a su lado, No la abrazaba pero su pecho transpirado yacía pegado a su espalda, y el aliento le calentaba la nuca. No era el cuerpo que quería pero era el que tenía. Intentó levantarse sin moverlo pero él se sobresaltó y la aprisionó, aun más, entre sus brazos. Quería partir en secreto, antes del desayuno, para no tener que compartir ese beso con gusto a café que nunca anunciaba una despedida.
Si fuese por él, no se despedirían nunca. Vivirían con sus cuerpos afiebrados pegados, aunando su respiración en una, haciendo un río con el agua que perdían cada vez que hacían el amor.
Si fuese por ella tampoco se despedirían, partiría poco antes que la luna, para despertar en su cama, con un solo cuerpo, el suyo. Con sábanas frías cubriéndola, sin síntomas febriles abrazándola.
Le dijo que iba a baño, en un susurro, como para no terminar de despertarlo. Como ya era costumbre, se sentó en el inodoro a escuchar el ruido del bidé abierto. Eran apenas las tres pasadas y el reloj no sonaría hasta las siete. Odiaba despertarse escuchando al pelotudo de Ari Paluch, pero era lo único que a él lo hacía feliz por las mañanas. Paluch y ella.
Cuando volvió a la cama, él le preguntó "¿Qué pasa, no tenés sueño?" Ya conocía su costumbre de sentarse en el baño a esperar que el tiempo pase. Sabía que era extraña, fue lo primero que lo atrajo. Después le gustaron sus piernas largas, sus codos resecos y esa facilidad para estar siempre bien depilada. Todavía no terminaba de entenderla pero tampoco sabía si quería hacerlo. Las charlas ya habían pasado su tiempo de superficialidad y se concentraban en ellos, sus trabajos y sus familias. Ella no escatimaba en detalles, le contaba todo, con sus sabores y sus gustos, pero sus ojos, sus ojos parecían estar más allá, en un lugar a donde él no pertenecía ni lo dejaban pertenecer. Y el creía que los ojos eran la conexión del alma, o a lo sumo, de la mente. No sabía como decirlo sin parecer cursi, sin que sonara salido de un libro de autoayuda, pero así lo creía. Aún sin esa mirada, no decía nada. Tenía miedo de perderla y al no saber si quería hacerlo, prefería callar.
Le abrió las sábanas para que ella se metiera y la arrastró hasta él. Le encantaba dormir pegado a ese cuerpo frío, hasta en las peores noches de verano le calmaba la sed.
Pero al beso de desayuno le dijo "ole". Lo esquivó como toro aburrido y torero sin ganas de matar. Frunció el seño sin entender por que, y preparó el café instantáneo, ese barato, de gusto acuoso y pocas ganas de ser tomado. También le dijo ole al beso de despedida, al que los separaba hasta que alguno de los dos volviese a enviar ese mensaje, sin un hola, tan solo con un horario y "tu casa", "mi casa".
Le extrañó la reacción, algo había pasado en el momento en que se abrazaron, luego que ella volviese del baño. La resistencia de ella, el tirón de él...
Ni los días sin noticias ni los mensajes sin respuesta le calmaron la angustia que le ocasionaba la duda.
Pero esa noche, la noche tres semanas después de la noche, vfue hasta su casa. Toco timbre y esperó a que los pasos se acercasen hasta la puerta. Le abrió sin mirar por la cerradura como era de costumbre y cuando se miraron, por primera vez se miraron, él le dijo lo único que no quería aceptar:
- Sabía que ibas a volver.
Ella lo besó y pasó de nuevo la noche, junto al cuerpo afiebrado, pensando que su cama fría estaba sola.

Justo cuando nos estabámos empezando a quedar sordos

En un jardín de flores arrancadas, te alejaste aún ya habiéndote alejado. Y yo, pensando que era capaz de tenerte, aun cuando ya te habías marchado. Es que creímos amar tanto... hasta que el juego de las lágrimas nos atrapó. "vayamos por partes", me anunciaste. Era la despedida. Y comencé a recorrer la anatomía de tu locura, por partes, como me dijiste. Primero las raíces de tus pies, las palmas de tus manos sin uñas, el llano de tu rostro sin rastros...
Me preguntaste en voz baja si en verdad todo se había acabado, me lo susurraste justo cuando nos estábamos empezando a quedar sordos.
Me preguntaste como sonaría el dolor cuando se acercara, si yo escucharía lo mismo que tú cuando el dolor llegara...
"Quiero que te duermas", te dije.
"Tengo una morbosa obsesión por peinarte", me dijiste. Y pensé que era la misma que me llevaba una y otra vez a comprar cosas truchas y baratas que me duran lo mismo que vos.
Fue uno de esos adióses escondidos en el alma, como uno de esos adióses disparados por la mente.
Ahora, en soledad, el mundo se me presenta como una telaraña de historias que conversan entre si, dejándome afuera.

martes, 24 de febrero de 2009

Yo recomiendo II

Les Mentettes se sube al escenario del Konex por primera vez!
Imperdible!!
Miércoles 4 a las 20 hs
Entradas $15.- Patio.
No se suspende por lluvia.
En venta en boletería o por Ticketek 5237-7200, www.ticketek.com.ar.

Para seguir chusmeándo...


Yo recomiendo...



Vuelve "El Kuelgue" en la Castorera. Para los vírgenes, lo recomiendo, el que ya lo conozca seguro vuelva por cuenta propia.












EL KUELGUE En Vivo!!!

"Nuevo ciclo 2009 en Castorera"

23 hs en Av Córdoba 6237

Entrada: no recuerdo, pero ronda los $ 10

Para que vayan chusmeando...




Sos

Sos de los que toman el café con leche con la cucharita adentro. Choca contra la taza una y otra vez y no te inmutás, mientras yo presiono con fuerza la mandíbula porque el ruido me hace rechinar los dientes.
Sos de los que, con tan solo una palabra, ponen el piloto automático. Como cuando te menciono, al pasar, la palabra "pucho" o "fuego" y en seguida buscas la cajita manoseada, que llena de tabaco el fondo de tu morral.
Sos de los que juegan con la caja de los fósforos y termina abriéndola al revés. Yo me agacho, siempre me agacho, a recogerlos uno por uno, mientras vos te reís de tu torpeza.
Pero no sos de los que dicen gracias, ni de los que convidan, ni de los que dan ganas de apretarle los cachetes cuando dice alguna pelotudez. No compras titas en los kioscos ni dejás bomobones en la almohada. Sos de los que deja la toalla tirada, hecha un bollito como perro vagabundo, y ensopada. No tirás la cadena ni bajas la tapa del inodoro. Pedís a gritos el papel higiénico y te quejas cuando solo hay rollo de cocina. Refunfuñás y preferís el bidet. Pero lo abrís mal, el chorrito llega hasta el techo y después tengo que andar llamando al pintor para que le de "una mano" a las manchas de humedad.
Me pregunto cuando diré basta... o quizás me guste levantar los fósforos uno por uno, pagarle al pintor para no ver las manchas de humedad y hasta apretar la mandíbula mientras tintinea la cuchara dentro de tu taza. Masoquismo creo que le dicen, neomazoquismo creo que lo llaman los nuevos filósofos, boluda me llaman directamente otros, pero creo saber lo que es... amor, quisiera llamarlo yo.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Tu peso

Me pesa tu cabeza. Siento el peso de tu cabeza. "¿En qué estás pensando que estás tan pesado?", te digo y me mirás incrédulo, pensando que quizás mi locura llegó a su grado máximo. "Es que siento el peso de tu cabeza, yo tengo el peso de tu cabeza" y te reís, pensás que estoy bromeando y me mirás desde lejos, porque siempre te sentás lejos, por lo menos a un metro de distancia, aunque estemos en ese maldito banco verde de la plaza donde ni tu novia ni tu mamá, que ama a tu novia, nos pueden ver.
Subo y bajo los hombros y vos prendés el que siempre es tu último cigarrillo. A ella no le gusta que fumes, yo te comparto mi cajita de Philip Morris de diez. Seis para vos, cuatro para mi. Pienso que el karma alguna vez va a ser mio. Que si no sos vos es otro, pero que alguna vez la mitad más grande va a ser para mi.
Tu cabeza pesa cada vez más. Se que estás pensando en ella por que lo que te pesa es la culpa. Lo siento más del lado derecho, siempre te siento más de ese lado. Será que no tengo ganas de ponerte del lado del corazón o que uso el lóbulo izquierdo para amarte.
El peso de tu cabeza me está hundiendo. Ya camino chueca por Santa Fe cuando me alejo, para el lado contrario de la casa de ella. Tu mamá y su mamá te están esperando para probar las muestras de tu torta de casamiento. Te vas triste, pero con la cabeza como flotando porque el peso me lo dejaste a mi. Yo, por el contrario, arrastro mis manos por el suelo sucio. Es la última vez que nos vamos a ver, vos vas a llenarte el cuerpo de ella y yo, a buscar alguien que me lo vacíe de vos.

Movimiento

Extraño estar en continuo movimiento. Necesito estar en continuo movimiento. Traspasar latitudes, conocer hemisferios. De chiquita mi papá me decía que tenía hormigas en el culo. Hoy creo tener rinocerontes, o al menos cucarachas.
Me encanta encerrarme en la música y ver la vida a través de una cámara de ocho milímetros. "Cuaderno Nro 3 Dibujo" de Fadeiros suena en mis orejas y me vibra el tímpano.
Extraño estar en continuo movimiento. Necesito estar en continuo movimiento. Saltar trópicos, pisar rayitas de meridianos. De chiquita mi mamá me decía loro y yo le preguntaba de qué color. Hoy creo ser por lo menos un papagayo, o algo mas que una simple cotorra.

martes, 17 de febrero de 2009

Episodio de mochilas

"Es que somos tan pobres" dice haciendo énfasis en la "a" de tan y alargando la "o" de pobres. En su mano solo restan diez centavos de real que no alcanza ni para pagar el baño público pero no gratuito. Las mochilas pesan más por la mugre y quedan pocas horas de viaje. Mirando hacia abajo, las curitas obtenidas como trofeos de selva, las picaduras de mosquitos quizás portadores de dengüe y unas ojotas estiradas, que se salen cada dos pasos y medio. De fondo, el principio del carnaval. Llueve finito sobre la ciudad y los tambores laten en la sangre. No alcanza el cansancio para que los pies no se muevan aunque sea un poquito. El peso de la mochila no deja trasladarse más allá, pero de lejos las negras con plataforma y los hombres con cervezas en la mano ríen, lloran borracheras viejas y bailan, danzan, bailan, susurran, bailan, besan, bailan, sexualizan el ambiente, bailan, se esconden tras los faroles que nada los tapa, bailan, se unen en una sola persona, bailan.
Con razón de días encima, las sonrisas no se parecen a aquellas, pero no dejan de aparecer. Es el final de un viaje exitoso. Sin cortes de cuchillo, con tardes de mate y cartas, con cuadernos a medio llenar (por que nunca se terminan) y libros compartidos, mezclados, traspasados, leídos en voz alta y vueltos a compartir. Dejar de ser un viajero para volver a la corbata de la ciudad trae penas, amarguras pero también satisfacciones. Uno no se calza el traje de la misma forma, el subte o el colectivo no son un mero viaje, son una aventura más.
Pero todavía la vuelta se extiende. Faltan horas, combinaciones, pase de facturas y acreditaciones por hacer. Policías aduaneros que no nos dejarán salir, lamentos, sollozos, mentiras piadosas. Todo eso y todavía la gente baila, cada vez más, baila, mezcla su sangre, baila. "¿Sabías que el carnaval es el período de mayor fecundación en Brasil? Si, todos cogen, se cuidan poco y después no hay quien le cambie los pañales a las crías". Todos cogen, bailan, cogen cada vez más, bailan cada vez menos, cogen, bailan, cogen, cogen y finalmente, bailan.

Mogul


Abrís el paquete de Mogul por el lado de los verdes. Te pasaste media hora frente al estante del kiosco tratando de elegir el que tenía menos naranjitas. Te metés uno a la boca y con la lengua le sacas primero el azúcar para luego morderlo. No los comés todos, guardás algunos para después de la cena. Te das cuenta que todavía no todos compraron agenda y te pone feliz. Unos chicos juegan descalzos en el barro de la plaza y volvés a ponerte feliz, esta vez por la lluvia. Volvés del trabajo, arrastrando la mochila como cuando salías del doble turno de la primaria, y pensás que por suerte se acabó otro día.

lunes, 16 de febrero de 2009

Ya pasó...

Listo, ya está, ya pasó. Dolió menos de lo que creía. Al final San Valentín pica menos que un pinchazo de abeja. Fue como cuando me encerraba en el baño, con la tijera de trozar pollos y muchas ganas de cortarme el flequillo. Mi mamá salía corriendo apenas notaba la ausencia en el cajón de la cocina. Pero el pequeño larousse ilustrado, que de pequeño no tenía nada, trababa la puerta con la perfección que le faltaba a sus definiciones. Al rato salíamos, mi nenuco y yo, con cortes nuevos, de esos que ahora se ven en todas las peluquerías vanguardistas de Palermo (esas que empezaron en el 2000 como únicas y hoy se multiplican más que los quioscos).
Mi amor en San Valentín se lo entregué a mis amigas y a la comida. Si, fui una de esas que se reunió a festejar lo que no tenía, o a tratar de ignorar lo comercial de un día normal. Pero al fin y al cabo, yo estoy tan locamente enamorada de mis amigas (y de la comida) como cualquier otro enamorado.
Discutimos la teoría del amor eterno, del amor interno y no según la sexualidad, del amor de príncipes azules (que comprobé que existe, poco, pero existe) del mal de amores, del amor marchito pero no olvidado, del amor fumado, del amor con condimentos y del amor insulso. Reafirmé que el amor no es solo de los enamorados, que es posible estar enamorado de la soledad y ser feliz al repartir amor sin medidas ni limite de tiempo.
Pero por suerte ya pasó. Dolió poquito, aunque dolió. Las medialunas y el helado hicieron lo suyo, la película romántica lo otro y a las doce, el zapallo volvió a ser zapallo (por que calabaza no había) y las vidrieras porteñas dejaron de tener cupidos y corazones de pétalos de rosa escupidos. No hubo más promociones que no podían ser aprovechadas y el chocolate volvió a tener el mismo significado que siempre.
Abrí mi "dos corazones" y leí el cliché que viene adentro. Cerré los ojos y finalmente pensé: al final fue mejor que cualquier otro día.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Tus restos


Quieren mover tus restos. No solo la piedra, todos tus restos.
Y te pone de mal humor que te despierten de tu siesta eterna. La humedad de la tierra ya entró por los caminos de los gusanos y acostumbrarte a una nueva morada irrumpe tu sueño en la cresta de la ola. Te prometen que ellos harán todo, te suben, te hacen respirar, toman tu ADN, te viajan en un crucero de oscuridad y otra vez, en tu tierra que tanto amaste, tanto defendiste, pero que no elegiste para morir. ¿Cerquita de Eva o del general?, ¿En el panteón de las estrellas o de las palabras? Ya no importa por que no lo sabrás y a Cortázar si lo dejaron allá, quietito en su piedra de cementerio francés.
Te disgusta el cambio. No es progreso, es retroceso.


Polémica por los restos de Borges
Un proyecto de la diputada Beatriz Lenz insiste en repatriar los restos de Jorge Luis Borges, muerto y sepultado en Ginebra en 1985. Alejandro Vaccaro, biógrafo del autor de Ficciones, recordó que el gran escritor dejó constancia de su voluntad de ser enterrado en Buenos Aires.
(Revista Ñ, Clarín)

martes, 10 de febrero de 2009

Zumbidos


Antes te quejabas porque a pesar de tus veinte pocas veces pasados, te preguntaban la edad. Hoy, que ya nadie lo hace, repudiás su falta de respeto al no pedirte el documento. Fumás diez Malboros por día, ni uno más, pensando que así te salvás del cáncer de lengua y ni uno menos, por que tus pensamientos nicotinados no te lo permiten. Te sorprende el otoño en la ciudad cuando para vos febrero aun no ha comenzado. Como siempre, el tiempo se te pasa lento mientras que al resto le zumba en los oídos. Estás harta de tu mónólogo con la palabra sentir y como la terquedad de un niño que se repite una y otra vez al subir y bajar las escaleras, o la amabilidad de tres ancianas que le preguntan a un niño por su bicicleta nueva, te regalás a la repetición.
Y ahora que él te prefiere, que más podés hacer que olvidarlo. Te repetís "el que siempre se expone, se pierde de los halagos que nacen de la intriga". Ojalá tuvieses un forro de papel debajo de tu cajón de bombachas. Como cuando eras niña y escondías allí los australes que un día tu madre te robaría para ir a la verdulería.
No te das cuenta, pero tu posición infantil deja que desde la mesa de al lado miren tu bombacha rosa. El hombre ocupado en distinguir las teclas de su laptop, café frío con lágrima de leche caliente, no puede dejar de mover su pierna derecha mientras cliquéa desesperado encima de tu pollera, para ver si se mueve aún más. Vos lo único que ves es una espalda de chaleco blanco y camisa roja de la mesa delante tuyo. Una barba de veinte días y una mirada que imaginás, por su espalda inmóvil, perdida en la nada. Recordás que la repetición bien calmada te serena la ansiedad del alma y, en espacios de tres segundos, te llamás, por tu nombre imaginario. En tu miércoles, domingo de pensamiento, te hundís finalmente en la silla Quilmes de tu bar literario y dejás ver, casi por completo, tu bombacha rosa. Desde la otra mesa de café el muchacho se regocija y deja su frenético cliquear. Al fin y al cabo, todos envueltos en el éxtasis de un frenético otoño febril, llegan a la calma de la felicidad nunca plena.

Muta

Desde su pequeño piso escuchó que la murga había llegado a la calle Córdoba y suspiró aliviada. Esas pequeñas cosas le hacían pensar que Buenos Aires seguía siendo un poco Buenos Aires y que todavía no se había ido todo a la mierda. Se avergonzaba de la fuerza animal que los tambores y los gritos de los murgueros transpirados le hacían sentir. No eran impulsos sexuales, era sentirse bien con el olor a grasa de choripan que entraba por la ventana y se impregnaba en su pelo.
Le dio lastima arruinar el acabado perfecto del pote de queso crema, pero finalmente hundió la cuchara y lo mezcló con el perejil. Terminó de arreglarse el pelo, en ese peinado perfecto para soltarlo con gracia en el momento del sexo, y abrochó el último botón del pantalón. Su noche no tenía nada que ver con el amor, era simplemente placer, y lo sabía.
El helado de sambayón ya estaba en el freezer y la salsa de frutos rojos reduciéndose en el fuego lento.
Le daba miedo sentir tanta felicidad. No la disfrutaba por que sabía que cada vez que llegaba a la cima, alguien la empujaba hacia el otro lado. Era una de esas felicidades basadas en supuestos, era nuevamente esa felicidad de una imaginación bien utilizada.
Quería que el timbre sonase, pero la panza le dolía cuando sentía pasos. Como en cada encuentro con el, se arrepentía minutos antes de su llegada. Su cliché era tan patético como temerle hasta la locura a la vejez y la muerte. Se había grabado en un tatuaje de tinta invisible que para enamorarse de él tendría que dejar de ser ella. Mientras tanto disfrutaba del sexo. Del franco pero buen sexo. Su piel arrugada por el sol contrastaba con su blanca juventud. Le encantaba ver esa diferencia, sobre todo cuando le tomaba la mano.
El llegó y la rutina comenzó, como toda rutina, por su principio. Como le había ido en la facultad, que que bueno que lo habían recomendado para ser ayudante de cátedra, que sentía un orgullo repulsivamente maternal, que tendrían menos tiempo para verse pero que algo arreglarían. La cena y la película de cine mundalmente francés pasaron entre roces y pies encima de rodillas huesudas. La cama vino después de las once de la noche. Los roces, la emoción de su cuerpo transpirado, la exitación infantil de él y el abraso final, ese que nunca duraba, que siempre a la media hora ella cortaba para, con un suave empujoncito, echarlo a la calle. Pero esta vez fue diferente. Su cuerpo no tuvo fuerzas para echarlo, el abrazo era más contenido que nunca y de a poco se fue durmiendo, hundida en su cabello, mirando cada tanto, como el se hacía el dormido una vez más para que ella no lo echara. Las horas pasaron y la novedad de la extensión del abrazo se convirtió rápidamente en su nueva normalidad. Entre sueño de peces que nadaban fuera del agua ella recordó, en un pensamiento semidormido, que desde hacía varios días ya no quería ser quien era. No quería cambiar para adecuarse a la joven realidad de su amante, quería cambiar para vivir su propia joven realidad. Sus arrugas fueron desapareciendo cuando la frente dejó de fruncirse y los desayunos pasaron a ser la mejor parte de sus encuentros. Pronto los almuerzos al aire libre y las caminatas de la mano por la calle, se sintieron parte de lo que siempre fue. Desde ese entonces ya no se peina para que en el momento del sexo su larga cabellera le cubra sus pechos de cuarenta, ni usa ropa con botones que no pueden prenderse. Desde ese entonces aprendió que uno cambia por si mismo, con ayuda o sin ayuda, y que cambiar, también es parte del amor y del sexo.

viernes, 6 de febrero de 2009

El viaje - Escape, búsqueda y disfraz. Parte I

“El viaje es transferencia:
el cuerpo deviene en algo que era o que ya no es
por un lado nos guía de regreso a nosotros mismos,
por otro nos ayuda a surgir hacia afuera.
Charles Grivelg

Escapar de lo cotidiano, de la rutina monopolizante. Buscar lo perdido, lo nunca ganado, aquello que alguna vez se presentó como ajeno. Disfrazarse, como cuando en una niñez temprana los zapatos de mamá o el traje de papá servían para escapar hacia un mundo imaginario. Eso es el viaje, la manzana de Eva, la sed de metamorfosis y el inicio de una transformación.
El viaje puede ser físico o mental. Sin importar su forma, son tres sus elementos claves. A veces todos están presentes, otras solo alguno de ellos es el protagonista. Todo depende del momento que el viajero esté transitando. Algunos pueden querer escapar y disfrazarse para luego emprender la búsqueda. Otros, se disfrazan para poder huir. No importa su orden mientras haya de por medio una transformación. El viaje es una herramienta de vida, y por lo tanto, es imposible generalizar. Sin embargo, en este ensayo se hará lo posible para explicar, pero sobre todo transmitir, esas tres etapas que conforman la búsqueda de la razón (o de la locura).
Escapar
El viaje es un movimiento, conciente o no, provocado por la insatisfacción del presente. Es una metáfora viva del deseo que, según Sergio González Rodríguez (antropólogo y psicólogo social de la Universidad de Chile) tiene como desencadenante a la carencia. Viaje físico, mental o a través de la literatura. No importa cual sea su forma mientras signifique tomar distancia de lo cotidiano. “Permitir que la insatisfacción con lo dado, lo sabido, lo naturalizado nos ponga en movimiento, en búsqueda de otra cosa, volver a mirar, volver a escuchar, tomar distancia”[1].
Es usual que el viajero desconozca sus propias huellas en el camino. Son muchas las veces que el espejo rebota una imagen diferente a la que se espera. Es que el proceso de transformación va de la mano de la angustia, la nostalgia y el duelo. Dejar atrás una parte de nuestras vidas es, de alguna forma, renacer. Y para conocer a ese nuevo individuo hace falta saber que dejamos de ser el anterior. Jack Kerouac, en “El camino”, enfrentó a su personaje con ese momento: “... y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía quien era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato, (...) y auténticamente no supe quién era yo durante quince extraños segundos. No estaba asustado; simplemente era otra persona, un extraño, y mi vida entera era una vida fantasmal. La vida de un fantasma”.
El viaje es, al fin y al cabo, una fuga hacia la libertad.
El disfraz
Ahora que hemos establecido que los viajes son como escapes de la realidad, no queda más que pensar que intentamos ser en ellos. Cada viaje es un paréntesis dentro de la vida misma. La pérdida de la rutina y la búsqueda del azar suelen ser los motores principales a la hora de encararlo. Pero sin importar el destino, el viaje es siempre una búsqueda permanente de lo que queremos ser, escapando de lo que hemos dejado ya de sentir. A través de una metamorfosis física y espiritual, probamos todos los disfraces hasta encontrar la máscara que se pegue a nuestra piel y se vuelva propia. Ya lo dijo alguna vez Martín Caparrós: “El viaje provee la tranquilidad de actuar en un teatro ajeno, donde uno juega con el placer infinito de suponerse otro, de descansar de sí mismo por un tiempo previsto”.
El viaje nos ayuda a renovarnos, a dejar de lado las impurezas, cambiando la piel interna y externa. El reencuentro con lo que no conocemos de nosotros mismos (y reencuentro por que al estar en nosotros inconscientemente si conocemos) nos lleva a extremar las medidas, a escondernos bajo sombreros de playa o buzos de montaña, pensando que así, sintiéndonos natales de esos lugares que recorremos, encontraremos lo perdido o lo buscado.
Un viaje a la alteridad, a la otredad, a ese “diferente” que muchas veces somos nosotros mismos. Trascender la apariencia, ocultar ese miedo al futuro y vivir en un libre albedrío, disfrazado de viaje. En él todo es posible, se eterniza lo vivido, transformando las hazañas místicas que todos habremos de contar en futuras anécdotas.
El viaje es inventarse a uno mismo. Es aprendizaje, descubrimiento y sobre todo entendimiento personal. Pero también puede enfrentarnos con lo que no queremos, con aquello que nos avergüenza. Es ahí cuando el disfraz se vuelve una solución a corto pero no a largo plazo.
Hay un punto en el cual eso que llamamos alma y que rellena nuestro cuerpo quiere escapar. Se aburre de su disfraz de ser humano y busca, a través del viaje, acercarse a nuevos horizontes. Es por eso que jugar, aunque sea por un rato, a no ser nosotros mismos, nos ayuda a transformarnos.

El viaje - Escape, búsqueda y disfraz. Parte II

La búsqueda
No puede faltar en los viajes ese silencio pensante, ese momento en el que uno se da cuenta que la búsqueda se está llevando a cabo, y la cabeza da vueltas y las piernas se aflojan como con el primer cigarrillo frente a una mañana de ayunas. Es ese el momento donde lo extraño pasa a ser esa vida que dejamos atrás. El viaje se naturaliza como la nueva cotidianeidad y el porqué, o por lo menos parte de él, se revela. El resto vendrá con el tiempo, cuando la naturalización se vuelva rutina y se pueda mantener esa transformación tan anhelada. Así, es la vida la que se torna excéntrica y nuestra existencia invierte su papel dejando que el viaje se convierte en nuestra nueva identidad.
Pero el mundo del viaje se ha frivolizado entre tantas guías de turismo con fotos que decepcionan al tornarse en realidad. Ya quedan pocos viajeros del alma, nómades en búsqueda de la felicidad. La adrenalina de un dedo apuntando a la ruta o un viaje en la caja semi desvalijada de una camioneta, han perdido protagonismo y se encuentran ya casi ocultos tras el lujo de hoteles cinco estrellas y paseos en barco con salvavidas puesto. ¿Cómo se hará para encontrar la identidad perdida mientras una industria intenta hacerte sentir “como en tu casa”? Es esencial que vuelva el gusto por el viaje místico, el viaje sin rutinas y con el azar como guía. Viajes donde la subjetividad individual se vea comprometida y que el cambio se da a través de la confusión para luego encontrar su camino.
No siempre el cambio es necesario (vale la pena repetir que generalizar tanto en el viaje, como en la vida, no siempre es adecuada). Porque el viaje es también una reafirmación del yo. De lo que nos enorgullece y forma parte de nuestras raíces. Mantener la identidad es también parte del viaje. Nadie, o casi nadie, deja de ser quien es, sino que depura su alma. Cómo explica Sergio González Rodríguez: “el viaje es la metáfora del que se aleja de sus territorios, de sus certezas, de sus pertenencias – simbólicas o materiales- para remontarse, para dejarse llevar, buscando asimilar lo que se quiere traducir y, aproximar de este modo, lo que aún permanece en las lejanías – cognitivas o físicas- para develarlo, finalmente. Sin traspaso de los propios territorios todo esto no es posible. Sin lejanías no se construyen proximidades”.
Desde el principio de la humanidad el hombre ha viajado. Los nómadas se trasladaban de una tierra a otra, en búsqueda de alimentos y escapando de las condiciones naturales extremas. A pesar de la aparición del sedentarismo y las nuevas técnicas de cultivo, el hombre no dejó de lado esa experiencia. De una herramienta de supervivencia, el viaje se transformó en un instrumento espiritual. Pasó a ser la búsqueda de un caos para poder encontrar un nuevo ordenamiento. En el viaje, “todo lo sólido se desvanece”[2]. Como el barco en el río, el viaje deja una estela en la vida. Pero a diferencia del agua esta marca no se borra, se vuelve cicatriz. Descartes vio en el viaje la experiencia de la duda. Este ensayo intenta explicar que el viaje es un proceso de transformación donde sí, se está permitido dudar pero, sobre todo, buscar la identidad perdida.

[1] Cecilia Güchal, Una metáfora viva. Apuntes de viaje, Cátedra Reale.
[2] Karl Marx

Recuerdos

Cuando tenía siete envidiaba a mi vecina de trece que usaba bikini cuadriculado y con forma de corpiño. Yo, con mi panza todavía inflada por comilonas infantiles miraba para abajo y no veía nada. Solo mi obligo marcado en la maya de mickey que papá noel me había traído. Odiaba ir a la colonia con esa maya, pero yo la había elegido. Una colita alta y el flequillo bien derechito para adelante. Short floreado y remera con la estampa de un barquito y la palabra Florianópolis escrita en letras de todos los colores. En la mochila de rainbow brite, un sandwich, el protector solar y el gorro con Pedro Picapiedra que gritaba "iabadabaduuu" seguido de mi escalofriante apodo de niña. En secreto odiaba a la novia de mi profesor. Enamorada de él desde los tres años, hacía todo lo que me pedía. Ahora pienso y no era más que su mascota. A las cinco de la tarde, un juguito cepita de naranja y las galletitas con forma de animalitos y confites entremezclados. Y luego la vuelta en micro. Con la maya húmeda, el sueño de una tarde de corridas y el sabor dulce de tener tan solo siete años.

Esmalte rojo

¿Sabías que se contar? Si, del cero al infinito, al derecho y al revés. Sé contar con mi vestido rojo de florcitas de colores que mi mamá me trajo de su último viaje a París y se contar con mi vestido azul comprado en el por mayor de once.
Se contar, y con esto no te estoy diciendo nada eh, no te asustes, todavía no quiero compromiso... Solo eso, sé los números.
También se no comprar nada en una mesa de libros usados. Me cuesta, ¡Cómo me cuesta! pero al fin y al cabo lo logro. Aprendí con el tiempo, no fue fácil, pero cuando mi biblioteca se llenó de libros nunca leídos, de poemas pesimamente escritos de autores de un solo libro, tuve que parar. ¡Ojo! he encontrado lo mejor de lo mejor en esas mesas de saldo. Ahí conocí a Baudelaire, me enamoré del Dr. Zhivago y soñé con ser una puta de burdel de los años veinte, con tantas plumas y corsets ajustaditos ajustaditos. Pero ya está, lo dejé.
No, no puedo evitar tener el esmalte corrido o saltado en las puntitas de las uñas. Es que me gusta tamborilear encima de la mesa y el esmalte del supermercado chino no aguanta tanto ajetreo. Y las de los pies me las pinto de coqueta nomas. Quedan lindas cuando se asoman por las sandalias que me regaló papá.
No, no, no, no tengo diario intimo, y si lo tuviese no creo que vos estuvieses en el. No corazón, no te resto importancia, pero esas cosas se piensan, se graban en la mente, no se escriben. A ver si mi hermanita lo lee y le cuenta a mamá. ¡Te imaginás el lío que se nos armaría! El cura nos haría persignarnos en frente de todos y la tía Cleta se cambiaría de congregación tan solo por la vergüenza. Mejor no escribirlo.
Si meloncito, se que a vos no te gusta, por eso lo hago. Sino por qué más. Te voy a bañar en clichés de hotel barato. Así no te olvidas nunca de mi. Barriguita de azúcar, como no te voy a querer, por eso lo hago, te preparo para la próxima porque sabé que yo no me voy a quedar. Las cosas no duran mucho ultima mente, un amor termina cuando el amarillo aparece en el semáforo. Prefiero vivir todo el año con amores de verano, esos que duran poco pero que son fuertes. Quizás después cambie, quien sabe. Por ahora disfrutemos del calentamiento global que hace que cada año haya más días de calor.

miércoles, 4 de febrero de 2009


Está claro que en el paraíso canta uno. Que bailás en puntas de pie y tu flexibilidad es perfecta. Que la sonrisas muestran dientes perlados y que el agua del mar no es ni dulce ni salada, ni fría ni caliente. Que los porqué tienen respuestas pero no se hacen, porque lamentablemente todo se sabe. Que las lágrimas se secan antes de llegar a los labios y el pegote de los chupetines en los cachetes infantiles, se limpian solos. Que tus ojos son del color que vos querés, que los labios carmesí no son cursis y los pasacalles no chorrean grasa. Que las cajas de bombones llenan el alma y su contenido las panzas nunca vacías. Que cerrar los ojos no da miedo y las puñaladas se doblan antes de entrar en el alma. Está claro que en el paraíso hay todo eso y mucho más. Las llagas no sangran y las ampollas no se revientan por que no existen. Se camina sobre algodón y se habla sin gritar y sin callar. Los ángeles sirven cócteles sin alcohol pero con éxtasis y no hace falta afeitarse o depilarse. La ropa es transparente y los cuerpos, cada uno de ellos hermosos, sumergidos en sus propias perfecciones. Está claro, clarísimo que no hace falta rogar para ir al paraíso porque allí entra todo el que lo desee aunque haya puteado a su madre, maldecido a su padre y cogido con su hermana. Aunque no haya dicho los diez padres nuestros o se haya sacado el kipá antes de entrar al templo. Aunque haya orado mirando hacia el lado contrario de la mesquita o nunca nunca haya creído en dios. Por que al fin y al cabo, al paraíso entran todos.
"Quien se entrega a otro como un soldado que se rinde, debe hacer previamente entrega de cualquier tipo de arma. Y si se queda sin defensa alguna ante un ataque, no podrá evitar preguntarse: ¿Cuándo llegará el ataque? Por eso puedo decir: para Franz el amor significaba la permantente espera de un ataque".

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser

Ese pinchazo

Te entiendo, te juro que te entiendo. No es tan difícil, somos bastante parecidos. A vos te gusta desaparecer y yo a veces quiero que desaparezcas. El problema es que somos iguales en momentos diferentes. Cuando yo te quiero, vos me odias. Cuando vos rogas que vuelva, yo quiero salir corriendo al hombre más cercano. No es que no nos queramos. Lo hacemos, pero de formas diferentes.
Típico que me pase esto a mi. La indiferencia no me mata, me deja boluda, que es peor.
Igual se que la identidad es lo que nunca voy a perder, en todo caso cambiar, pero nunca ser el caballo negro del ajedrez.
La realidad se deja ganar por la rareza. Seamos claros y dejémoslo todo así. Fue lindo mientras no duro y aún más si su futuro está borroneado.
Las ideas no vienen solas, las pensás vos y las decisiones son bisnietas de esas ideas. Claro como el fondo de mi té frío, la situación es ésta y no otra.
Cruzaste el camino de sal y te juro que te entiendo, sino me crees te lo reperjuro con los deditos cruzados detrás de la espalda, por toda mi familia y el gato de mi vecina.
Tranquilo, ya casi termina. Es como cuando te sacan sangre que solo sentís el pinchazo inicial y cuando te sacan la aguja y te presionan con un algodoncito. Ahora estamos en la etapa en que levantás la curita y te das cuenta que por suerte no te quedó moretón, tan solo un minúsculo puntito bordó que te recuerda a lo que alguna vez fuimos.

martes, 3 de febrero de 2009

No como una flor

Si, como la flor pero con Y. Si, significa lo mismo pero se escribe diferente... Jej, no, no soy una flor.

Por lo menos no una natural. Tal vez una de plástico o una marchita. Pero las tetas no me las hice y arrugas no tengo, así que mejor no soy una flor. Soy una persona. Si eso creo ser, una persona. Por lo menos cuando me pincho me duele. Va siento algo que creo que la gente llama dolor.

El otro día leí en una Cosmo vieja de consultorio que decía que la sensibilidad de la piel se corresponde con la del alma. No, no lo creo, sino mi alma estaría llena de moretones de cajones puestos en lugares incorrectos y puertas cerradas en dedos de sentimientos. Me niego rotundamente a que mi sensibilidad sea tan superficial como mi piel.

De fondo sigo escuchando el chamuyo del típico "cuantas minas que tengo" y completo mentalmente sus oraciones de libretita de bolsillo. Ese "te quiero a vos bichito de luz" ya no va. Bichito de quien, si soy un bicho en todo caso seré un bicho mio y no se si elegiría exactamente una luciérnaga.

Ese "yo te quiero a vos" ya lo escuché miles de veces y creo que solo una de diez fue verdad. Por qué no mejor haces una lista de la cosas que odias de mi y me las gritas mientras nos tomamos un café. Por lo menos así nos vamos a divertir los dos.

Si, estoy segura de no ser una flor. Te lo prometo. Creo haberlo comprobado. Tal vez en otra vida.

Que los bombones tengan relleno de licor me da asco, y si vienen en caja con forma de corazón, peor. Prefiero que me regales la entrada Manu Chao que bastante me salió para ser una persona que se sabe desempleada en dos meses.

Tal vez me hubiese convenido ser, no como una flor, pero algo parecido. Un grano de polen en la nariz de un alérgico o un pétalo disecado entre las hojas de un libro. Pero ya está, soy esto. Ahora a vivirlo. No como una flor, pero por lo menos como lo que soy.

La vuelta


Una vuelta imperfecta de una ida perfecta. Ese sabor amargo de las llegadas pero con rúcula o radicheta (no se cual es la amarga) metida entre los pensamientos y saborizada con gotitas de lágrimas de un adiós que no quería.
Hoy me di cuenta que había vuelto a Buenos Aires. No es que no lo supiera antes, pero el dolor de la pérdida de Mandy no me había dejado asimilarlo. De Mandita voy a hablar otro día, cuando la coherencia me deje no llorar mientras escribo en el teclado ya tan usado del trabajo.
Pero la cosa es que finalmente hoy me di cuenta que llegué. En el vagón próximo del subte C, tres morochos, con ese cuerpo de “no es normal” digno de los brasileros, batuqueaban con ritmo de querer salir despegados. Ansiosa, apagando mi mp4 y marcando la hoja del libro que corresponde a una vuelta todavía no asimilada, esperé tamborileando encima de mis rodillas desnudas. Faltaba poco, lo presentía, lo oía. En cualquier momento atravesarían la abertura gusano que separaba ambos vagones, me regalarían una sonrisa y comenzarían a danzar. Yo los miraría, sonreiría también y los acompañaría con los hombros. El silencio se hizo, las monedas cayeron dentro de la gorra y los primeros pasos atravesaron el pasillo para llegar a mi vagón. Mostré mis dientes pero nadie respondió. Observaron el público sin siquiera registrarme y en la próxima parada, abandonaron el tren. Se ve que no eramos un público digno, no se si por calidad o cantidad. Me quede como espasmo de frío. Dura. Sin entender por que me habían negado mi música de vacaciones. Ahí comprendí. Las vacaciones, o por lo menos éstas, se habían terminado. Ese rechazo musical me quería decir algo, me quería sacar algo que yo, a pesar de haber aterrizado hace unos días, no quería soltar. Bajé del tren en la última parada y miré mi codo negro. Por lo menos el color seguía ahí.
La rutina entra otra vez en mi vida y yo, aunque intente escupirla, la acepto, casi pasivamente.
Todos los viajes tienen una canción. Todos, aunque uno no quiera. “Liberdade prá dentro da cabeça” fue la mía. “Libertad para dentro de la cabeza” en una traducción superficial, o aún mejor: “La libertad es un estado de la mente”. Es una canción vieja. Por supuesto yo escuché el cover surfer del verano, del grupo natiruts. Pero sin importar quien la impuso, tiene razón. Como la mayoría de las canciones, tiene ese sentido que uno mismo le da.
En fin, no escribí mucho durante el viaje, lo justo y necesario. Si tallé algunas ideas en mi lóbulo frontal. Otras me las robé, con permiso, y otras me las acercaron esas personas que te ayudan a construir tu viaje de esa manera tan imperfecta como vos querés. De la imperfección salen las mejores ideas, eso lo tengo claro.
La realidad es que hoy me di cuenta que volví y ya no se puede volver atrás. Algún día voy a tomar una de esas decisiones de no volver y seguir de viaje por un año o más, pero esta no fue una de esas veces. Esta vez volví, sin esguinces ,sin fracturas, con el alma restaurada y ya sin clavos.
Ahora, sentada nuevamente frente a la seudo caja boba que tantas felicidades me da, me repito a cada momento: “la libertad es un estado de la mente, la libertad es un estado de la mente”. Y aunque me encadene la rutina, me crezcan raíces bajo mi escritorio o me llueva un granizo de responsabilidades, lo voy a seguir repitiendo... “LA LIBERTAD ES UN ESTADO DE LA MENTE”.

Paloma II

Tras ver volar polvo de dientes y con una cindor sin poder abrir entre las manos (la compró antes de recordar que no puede comer ni tomar nada en las próximas dos horas) el mal humor parece disminuir. Piensa en volver a casa y acostarse por lo menos hasta el mediodía, pero el parque Las Heras la llama y le quedan menos de cincuenta hojas para terminar su libro. Se recuesta en el árbol que parece haber sido violado menos veces por los perros y observa a las hormigas sumergirse dentro del tronco semi hueco. No sabe si su mamá lo hizo a propósito, para que disfrutara de una de esas mañanas de sábado de las que tanto le hablaba, pero hace tiempo que no se siente tan bien. No solo zafó de las caries sino que una especie de aureóla de buen humor la envuelve desde que salió del consultorio. Tal vez sea otro día más, pero las ganas de que por fin le pase algo bueno dejaron de ser una impaciencia contenida para pasar a ser una mirada buscadora.
La últimas dos palabras ya las sabe. No puede evitar cada vez que empieza un libro nuevo, pasar con dedos tentadores hasta la última página y leer, aunque sea, esas últimas dos palabras. Una vez terminado no sabe que hacer. Esa angustia extasiada de haber terminado la envuelve en un orgasmo literario.
El short ya está húmedo, espera que no de pis perruno y si de la llovizna de la noche anterior. Ya parada, después de un saltito torpe de piernas largas, camina, hacia quien sabe donde, pero camina.
Y así se aleja paloma, con sus tobillos débiles por tantas havaianas de plantilla plana. Sus precoces años de inseguridad e inestabilidad y esas enormes y hermosas ganas de crecer. La espera un verano nuevo, de esos que vienen con cosas de miedo que con el tiempo te hacen reír. Pero ella está contenta, aunque seguramente en cinco minutos el mal humor la vuelva a rozar para hacerla caer en un sueño de siesta hasta la tarde y despertar con nesquik hecho por Gabriela y tostadas de manteca y dulce de leche.