martes, 29 de junio de 2010

Soltera (dis)conforme



Lo primero que hago al prender la computadora es revisar mis cuatro, perdón ahora cinco, mails. Hotmail primero, las dos cuentas de gmail (la personal y la del trabajo) segundo, la del Outlook (llena de gacetillas culturales destinadas a Multicorriente.com) y finalmente yahoo. El pasado domingo, un buen domingo, decido desviarme en una de las notas que yahoo ofrece en su especie de minitelevisión. “Cinco reglas de oro para solteras inconformes”. Ajá. Soltera soy, disconforme… a veces, generalmente en invierno, cuando no tengo con quien hacer cucharita en los días de frío. En verano prefiero ser una soltera conforme. Pero sabiendo que el invierno ya había empezado, me dije porque negarme a un poco de autoayuda digital. Con la velocidad que últimamente caracteriza a mi computadora, lentamente apareció ante mi una mujer doblada, sola en el piso de un cuarto, agarrándose la cabeza, como si más que soltera fuese a padecer la peor de las enfermedades, o supiese que la muerte está cerca. No suelo doblarme en el piso de mi cuarto, primero que mi perra me atacaría, pensando que quiero jugar, segundo porque que mucho espacio no hay y los pelos de mi perra juegan a ser alfombra. Pero bueno, supuse que esas notas siempre tienden a exagerar y le di poca importancia a la foto “artística” que la acompañaba.
Me costó tan solo leer las primeras líneas para saber que la nota me discriminaba. “Después de una relación duradera, volver a estar solas puede convertirse en todo un reto. Y cuando al fin logramos sentirnos seguras y comenzamos a disfrutar nuestra soltería, suele aparecer un galán de telenovela a movernos el piso”. Freno de mano. Cartel de PARE para los libros/blogs/notas de autoayuda. Porque siempre los casos son “luego de una relación larga”. ¿Y las que vienen de relaciones cortas? ¿Y las que no vienen de relaciones hace mucho tiempo y seguramente fueron cortas? Hagamos un censo, hay muchas muchísimas mujeres de historias largas, pero también hay más y más de historias cortas. De las que no quieren o no pueden con las historias largas. Las que viven las cortitas con el dramatismo de una temporada de TV. Es así, ahí le pifian, con perdón de aquellos que viven de la autoayuda, y con ganas.
Cierta vez me recomendaron el libro “Las mujeres que aman demasiado”. Fue otra de las veces que pensé que la autoayuda no me vendría mal, que por algo se llama autoayuda y que el titulo era demasiado perfecto para mi. Pero otra vez me equivoqué. A saber, ni de chica me pegaron, ni tuve padres maltratadores o abusivos, tampoco evito las relaciones porque no creo en mi misma (¿?) o prefiero autodestruirme antes de confiar en alguien más. Si, a veces digo en joda que idealizo la relación de mis padres, que 31 años de casados y más de 35 de novios es la utopía que no me deja vivir la realidad porque corro ciegamente en dirección a ella…
En fin, una mujer se da muchas respuestas a los porqués de la falta de relaciones duraderas (como las del final feliz con perdices y todo eso) pero esos porqués son tan verdaderos como el humor en el que nos toca decirlo. Igual que todo en la vida, o por lo menos igual que algunas cosas que pasan en la vida. cuando llega, llega y si no llega, todavía me queda jugar a la mamá con el gato del vecino (o con el vecino), o seguir pensando que, ser soltera, tiene tantas cosas buenas como no serlo.

martes, 15 de junio de 2010

COMPLEMENTO DE TORTA



Sos el muñequito de mi torta. La grana multicolor del bizcochuelo que mi mamá me hizo para llevar al jardín. El relleno sorpresa de dulce de leche en una caja de bombones de licor.
Y eso que no tenés traje, ni te parás duro, como frunciendo el culo, en la cima de mi torta. Usas medias de lana y tu buzo podría contar todas las historias de los pisos de Buenos Aires.
Pero ahí termina todo. En el Ken hippie de rodete blondo. Porque cuando hay que hilvanar más de dos ideas se te traba el mecanismo y tu espiritualidad no va más allá de tu apodo. Es que para correr, mi amor, primero tenés que aprender a tamborilearte. Perder el equilibrio para encontrarlo en el aire.
Sin embargo, no puedo dejar de sonreír cuando caminamos juntos de la mano. Es que somos tan complementariamente opuestos que brillamos como el merengue de mi torta. Somos perfectos, como la cereza de mi Cosmopolitan o la frutilla de tu postre. Tan ricos como la cascarita crocante del pan caliente con manteca que se derrite o como el grisin con quesito antes de la cena, en algún resto paquetón.
Somos todo eso. Pero no mucho más. Eso. La pareja que otros miran en la calle y piensan “que lindos”. Pero no nos creamos menos. Al fin y al cabo, vos sos mi complemento. Y por eso te prometo que, cuando me case, te llamo para que seas el muñeco de mi torta.

viernes, 4 de junio de 2010

Prospecto


Cuando un remedio cae en mis manos no puedo evitar leer el prospecto. Es algo que viene con mi segundo apellido. Como las caras de culo y las piernas flacas y largas, provienen del segundo. También es herencia paterna los latidos bailanteros. A mi hermana le pasa cuando toma demasiada coca cola, a mí cuando me desgarran el corazón. El otro día fui al médico y me dijo “arritmia” yo le contesté “no, me vaciaron demasiado rápido el corazón ”. Es estúpido adjudicarle la baja de presión y las ganas de dormir constantemente a un desarreglo sentimental, pero a veces no hay una causa física. Habrá que esperar los resultados pero estoy segura que seguiré siendo la chica promedio de los laboratorios.
¿Te dije soltera, solterísima, soy sola? No, nada de eso, soy conmigo y lamentablemente a veces alcanza y otras no. Algunos días agradezco no tener a nadie a mi lado, son esos momentos donde el bobo late con su frecuencia normal, aburrida, estándar. Otros días, navegando entre canciones dignas de alterar hasta al diabético más cuidadoso, mi corazón baila al ritmo de la mejor cumbia de Pablo Lescano. Y me agarro el pecho, como si me agarrase con fuerza la teta izquierda ante un mal presagio, y lo siento, lo escucho en mis tímpanos, acompaña el ritmo de mis pensamientos y el electrocardiograma mueve sus agujitas como el aparato que mide la escala de Richter.
Es ahí cuando recurro a los prospectos, los leo, evalúo sus efectos, sus contradicciones, si los tendría que tomar frente a un posible embarazo o si tengo alguna de las trescientas alergias que dice disparar. Y finalmente, cuando la letra minúscula ya me causa dolor de cabeza, hago una grulla con ese papelito y recuerdo que falta poco para que mi corazón deje de bailar Gilda, por que el único remedio se encuentra un poco más arriba, entre los dos ojos, justo en el Prosencefalo o cerebro anterior.