domingo, 1 de agosto de 2010

Verdulero


Acostumbrada a no aburrirme, a veces la racionalidad me ofusca. Por que la razón no es más que ese conjunto de pelotudeces que te recuerdan que soñar despierta, es una perdida de tiempo. Y no hablo de las fantasías sexuales con ex mundialistas. Hablo de los sueños más reales y mundanos. Los que involucran al vecino de la vuelta, al francés del subte. Al viaje que tanto estás esperando, a ese cambio por el cual tanto te jugaste y ahora te hace tararear por lo bajo.

Una vez, una de las tantas veces, en la que me hablaba intentando hacerme entender que es mentira que si lo sueño no se cumple, me decidí por soñar lo absurdo. Por que si soñaba lo absurdo, no había forma de que no se cumpliera. Y pensé en una historia con él, en tener los hijos del verdulero, pero en conocer todo el mundo primero. En que por una vez se iba a decidir entre las mandarinas y las manzanas… ¡En la palta gratis de por vida! Pero en pisar descalza el suelo de otro lugar, primero. Y me reí, ante la posibilidad de ese absurdo, me reí. Sola, a carcajadas, en el medio de Santa Fe, mi avenida preferida.

Es por eso que me acostumbré a no aburrirme, o a que la racionalidad no me aburra. Por que la embadurno de tonalidades ilusorias, para que, por lo menos, se vea más linda.