domingo, 19 de diciembre de 2010

Insomnio

El insomnio no mata hasta el día siguiente. El desvelo te clarifica las ideas pero a la mañana uno no recuerda la solución del conflicto. Irresistible, dan ganas de dominar la noche, salir a respirar el aire más fresco que se encuentre, cruzar esa frontera del sueño que llega pero se queda en la puerta.

Es imposible controlar la noche, menos si la temperatura es la ideal. Sola, en un departamento vacío, pienso lo complicado que es todo y lo fácil que es resolverlo. La semana previa a la navidad, o al año nuevo, es como los días previos al cumpleaños. Esta extraña sensación del estómago intentando escaparse por la boca. Y otra vez lo que será un año nuevo, que después, siempre queda viejo. Un alfajor en el quisco de las 24 horas no lo resuelve, pero lo alivia. La tele ya no proyecta nada interesante. El libro te hace pensar demasiado. Cerrar los ojos con fuerza no atrae al sueño, lo aleja. Sentarse y dejarlo pasar. ¿Trabajar? ¿Estudiar? no sirve como tiempo ganado, pero tampoco es perdido. ¿Recordaré algo de lo que piense esta noche? por las dudas lo anoto. Una listita más en mi cuaderno de "varios". Té de tilo, té de hiervas, o mejor un café y dejar que la noche se aclare hasta el día.

Mañana voy a ser un sombi. ¡Mañana voy a padecer tanto la noche que ahora disfruto! El insomnio nació conmigo. Funciono mejor de noche que de día. Reviso agendas viejas, listas de libros, agendas futuras. Escucho música que tenía olvidada. Organizo hasta el vestuario de mi semana. El placard ya está ordenado.

Y me dejo tirar, me hundo en el colchón hasta que queda la formita grabada en la sábana. Mientras, pienso en el brujo. En lo que te dijo el brujo a vos y en lo que me dijo a mi. En si se está cumpliendo o se va a cumplir. En que es tan mentiroso como la plata que le pagué. Las sensaciones van pasando y mis ojos siguen cansados de ver, pero no se duermen. Que la compañía no sea más que mi cabeza me altera. Pero me llevo bien. El insomnio practicamentre es mío, soy yo. Espero mañana recordar lo que hoy definí, por lo menos para saber que habló la que no duerme pero no se calla.

viernes, 17 de diciembre de 2010

El trono

Siempre me gustó leer en el baño. De chiquita mi papá me decía que era el mejor trono para pensar. Es cierto. Cuando no tengo un libro a mano leo las etiquetas de los tarritos de shampoo, como usar las cremas hidratantes o me zambullo en el mundo de los prospectos de los medicamentos. Es impresionante lo mucho que una puede aprender en tan solo unos minutos.
Recuerdo aquel día del niño que mi papá me encerró en el baño porque alguna macana me había mandado. Generalmente, la penitencia no duraba más de cinco minutos pero esa vez mi querido padre se olvidó y se fue a dormir la siesta. Mi hermana, con la cual me había peleado y reconciliado antes de entrar al baño, me pasaba almohadones, libros y juguetes. Algún que otro pedacito de pan duro también. Pero lo que más recuerdo fue estar tirada en el piso, con los pies encima del inodoro, leyendo las historias del libro de oro de Disney ¡Fue la mejor penitencia de mi vida! Además, el grave error cometido por mi padre, y su grandísima culpa, tuvo sus frutos: ese día del niño vino con un regalo extra, Bart Simpson en patineta. Pero volviendo al tema, leer, o reflexionar, en el baño tiene un plus extra. Es como recitar un mantra y que el eco te retumbe en los huesos. En la ducha, sentada en el trono, cortándose las uñas sobre el bidet, todos son momentos propios, no ajenos, que ayudan al encuentro con uno mismo. ¡Y no es joda! El baño, es un retiro espiritual de minutos