domingo, 21 de agosto de 2011

Chamuyo en Red


Es cuestión de actitud. Ya lo decía Fito. El chamuyo a través de redes sociales queda más en la actitud cibernética del posible candidato que en las ganas de que se haga realidad. El tema ahí son los ex, los muertos en el placard y esos que siempre te parecieron lindos pero que ni por casualidad te animás al “¿Perdón, nos conocemos?"

No soy de las que creen que el futuro amoroso se puede encontrar online, conozco casos, pero creo que son como esas enfermedades raras, que se cuentan por millón. Pero tampoco lo creo un mal innecesario, se puede, cada tanto, darle bola al chat de ese desconocido que sí te dice “¿Perdón, nos conocemos?”. Mal no le hace a nadie, y como mucho, el inhumano pero efectivo “eliminar” siempre está a dos clicks de distancia.

La cuestión es cuando el amigo de tu amigo que conociste durante unos breves quince minutos, en una fiesta olvidable pero presente en tu memora gracias a él, te agrega a Facebook. Lo normal es que te dedique un “¿Te acordás de mi?”, pero suele ser más común que quede todo ahí o que se dedique a mirar tus álbumes de fotos a que te hable. He ahí la cuestión, ¿Para qué agregar a alguien si no le vas a hablar? Cuando el chamuyo no llega a ser ni monosílabo, es cuando más odio me genera.

La otra cuestión es cuando cambiás tu estado civil. Siempre fui de las que deja ese casillero vacío, pero un día se me dio por asumir públicamente mi soltería y fue menos productivo que chupar ostias. Lluvia de comentarios. Que si antes no estabas soltera, que si acabás de cortar y con quién, porqué una chica como vos esta sola (¿una chica como qué? ¿Con esta cantidad enorme de problemas psicológicos? ¿Con cuatro piernas como reina de circo? Ahh no, solo era chamuyo…). La verdad es que hubiese sido menos efectivo y más productivo gritarlo por la ventana y que me contesten tan solo un par de locos.

Pero sin perder el hilo de esta conversación (mental y pública), aceptemos que, cada tanto, esos mensajitos perdidos de extraños nos hacen bien al ego y al autoestima (claro que son cosas diferentes). Por eso, quedarse hasta las tres de la mañana conociendo a un posible compañero de departamento, cuando tenes bien en claro que te vas a mudar sola, no siempre está tan mal. Te acompaña en el insomnio, te saca una sonrisa cuando al otro día te levantás y recordás la conversación y es, quizás, un posible futuro candidato. ¡Ojo! amigos de amigos eh. Nada de desconocidos que pueden tener un cuchillo escondido detrás de la camisa en la primera cita.

Por eso, a pesar de que la hiperconectividad tiene sus contras y que, aunque no le quieras dar tu teléfono a algún androide insoportable se las va a arreglar para encontrarte online, seamos realistas: en épocas de príncipes flacos y donde el azul se convirtió en marrón, quizás, solo quizás, el caballero que esperás llegue a través del cable Modem.

sábado, 20 de agosto de 2011

Caminando libros



Suelo tener la tendencia suicida caminar y leer a la vez. Si, y también puedo masticar chicle. Conozco los caminos a mi casa con menos gente, para tropezarme lo menos posible, y los departamentos que se iluminan solos de noche, para aprovechar la luz. Más de una vez estuve al borde de la muerte y me salvó un bocinazo. Me he quedado parada por tiempos indefinibles en las esquinas esperando que el semáforo cambie, cuando ya lo había hecho varios pares de veces. También he pisado varios “regalos”, que de suerte no tienen nada, por andar mirando en la dirección correcta, pero sumergida entre las hojas.

Espero a mis citas con un libro en la mano y si es necesario, un lápiz o resaltador. Apoyada en alguna pared, o esperando que me abran la puerta. Espero así porque son esos mundos, los que se dibujan entre las letras, los que me sacan el nerviosismo del primer encuentro que suele durarme, por lo menos, hasta la decimonovena cita. Pero cuando el susodicho arriba, lo guardo rápido, para que no se note el nerviosimo trasmitido a mis manos. 

Cuando la lectura lo permite, camino a su ritmo. Pasitos cortos o largos, dependiendo de la gramática. Saltitos espásticos o ritmo simétrico, según el personaje. Creo que fue Romeo y Julieta quien me cobró un bastante doloroso esguince, porque convengamos que creerse Julieta en medio de una avenida no tiene nada de seguro.

Es que hay libros, personajes, que permiten un caminar distinto, que permiten ser caminados. El balance de ritmo y miradas furtivas hacia adelante depende proporcionalmente del volumen del tono, pero no de la cantidad de páginas sino del peso de cada historia. He visto varios lectores sueltos en la ciudad. He visto como las baldosas sueltas se ensañan con ellos y como los demás se molestan por la pérdida de equilibrio cuando sueltan el caño del colectivo. Hasta me he topado con lectores sueltos que llevan el mismo ejemplar que yo, coincidencia que se merece una sonrisa y un mostrar de página, para saber por dónde anda cada uno. 

Por eso, sin ánimo de contagiar, tan solo siendo una modesta invitación, un aliento hacia una experiencia nueva, proclamo a la lectura caminante como la fusión de dos aventuras, la de caminar por esta ciudad y la de andar por esa otra, la que se lleva entre mano y mano, con ritmos disímiles y con tropiezos bien merecidos, la que cambia según el encuadernado. Y con esa bipolaridad de mundos, llevarse por delante a más de uno, que quizás no esté leyendo el mismo libro, pero él o ella ya lo haya hecho y, juntos, poder terminar esa nueva historia.