jueves, 23 de febrero de 2012

El Flaco


No recuerdo la primera vez que escuché “Muchacha ojos de papel”, pero sí esas vacaciones en Gessell, las primeras sola, los que me hacían sentirme “grande”, conviviendo con cinco o seis amigas en un departamento de tres ambientes.

Algunas pedían que por favor eligiéramos otro disco, que dejáramos de escuchar el cd grabado con 11 canciones entre las cuales estaba esa, y que poníamos una y otra vez mientras nos arreglábamos para salir. Teníamos 15 y 16. Recuerdo un silencio sepulcral, primero, y un coro desafinado que intentaba entonar “no llores más muchacha, corazón de tiza”. Lo otro que se me aparece segundo en la memoria, salteándose unos cuantos escalones en la cronología de mí vida, es que uno de esos amores cortos, pero lindos, de los que quedan como un guiño feliz en el alma, me regaló Cantata de puentes amarillos. Me la pasó por msn, y cuando la escuché literalmente me crujió el corazón. Y por último, volviendo caprichosamente atrás en el tiempo, aparece en mi memoria el campamento de sexto grado, cinco amigas y yo, rodeando los parlantes del discman, para aprendernos de memoria las canciones de Almendra y Sui Generis. Fue en uno de esos días que aprendí que la voz del Flaco era demasiado profunda para algunos momentos, que no iba con todos, que debía guardarse para esos, para los especiales. 

Ya de grande, Spinetta se sumó a la cruzada de uno de los momentos más difíciles de mi vida. Cada vez que lo vi en un recital, en una foto o una entrevista con la remera de Conduciendo a Conciencia, recordando que el alcohol, la imprudencia y el volante no se mezclan, que con eso no se jode, se me personificaba una cuota de irrealidad en el presente. Eran dos cosas difíciles de mezclar, su voz y eso que tanto me marcó, y sin embargo ahí estaba el Flaco, recordándonos que todos podemos ser, que a todos nos puede pasar, y no con el oportunismo que genera una tragedia en el presente, sino manteniendo su apoyo en el tiempo. El si se dejo la camiseta siempre puesta. 

Alguna vez a mi viejo le sorprendió, le pareció simpático y hasta extraño, que disfrutara tanto la música de su juventud. Estoy segura que pensó que era una etapa más, una moda más. Y sin embargo esa música nunca me abandonó. Hoy mi columna es otra más de las miles que surgieron en los medios y que buscan homenajear a alguien que con su arte acompañó a muchos. Cuando una persona así se va (como leí en algún lugar, las palabras no son mías) uno siente que pierde a un familiar. Spinetta logró cercanía con su música. Estar en los momentos más íntimos de miles, por no decir millones. Es como cuando uno recuerda algo por un olor o una sensación. El Flaco es ese olor y esa sensación. 

Y aunque ya no pueda crear más música, desde donde esté, nos dejó de sobra. Sus canciones son de esas que no se gastan, que no se rayan, y que sirven de por vida, para acompañarnos tanto en la memoria como en la calle, cuando uno camina ensordecido por los auriculares, o en la intimidad del presente. Por eso, la mejor forma de agradecerle, por su sinceridad, su brutalidad y por saber combinar tan bien una letra con otra, una palabra tras otra, es seguir escuchándolo y dejándolo seguir acompañándonos en todos los momentos que vendrán.