Autopsia de un alma eterna,
Julio Cortázar, El hombre que se permitió jugar
"En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas."
Mezcla polémica de político, escritor, humano y Dios, Julio Cortázar quiebra el límite entre lo inimaginable y lo verdadero, entre una fantasía que muchas veces quisimos creer y una realidad odiosa y difícil de olvidar.
Cada vez que las hojas de un libro de Cortázar llegan a su desenlace, “la vida parece más vivible”. La autonomía de sus palabras pasan a la sangre como una transfusión de liberación, donde el alma del lector se transforma en un objeto más del mundo, que no acepta haber sido creado por nada.
Cortázar nos aterroriza, por que admite. Nos cuenta la verdad desde un punto de vista muy distinto al usual. Nos demuestra el lado oscuro, profundo, pero a la vez maravilloso y único de la cotidianeidad. “No hago diferencia entre lo real y lo fantástico, para mi, lo fantástico procede siempre de lo cotidiano”.
Genio, en un principio ignorado, humillado y desplazado por un mundo intelectual que no sabía aceptar lo nuevo que quebraba con el paradigma de lo clásico/ moderno, fue tan solo ese mortal nacido accidentalmente en 1914, en un país llamado Bruselas, invadido por los Alemanes y bajo el infierno de una primera guerra mundial que lo dejó varado en el mundo hasta que pudo pisar suelo argentino en 1918. Con una infancia solitaria transcurrida en Banfield y la habilidad de enseñarle al resto, la vida de Cortázar nunca fue fácil reflejándolo en diversos de sus escritos. Un antiperonismo lo llevo al exilio y lo estacionó en Paris, donde la vida para él siguió transcurriendo, entre traducciones y causas sociales que lo hacían encontrar pasiones perdidas para luego cederlas a la sensibilidad de los lectores. Amante del Jazz y de su mujer la periodista canadiense Carol Dunlop con la cual compartió los últimos años de ambos, este autor de infantil pero
Perseverante mirada, murió en 1984, cuando la leucemia atacó su vida.
Es difícil hablar de Cortázar, cada comparación puede resultar una depresión para el comparado. Nadie debe habernos regalado tantas noches desveladas por darse cuenta que en realidad cada uno de los objetos que nos rodeaban no eran lo que parecían ni siquiera nosotros mismos, como él.
¿Habrá imaginado Cortázar alguna vez que sus criaturas literarias tendrían vida eterna?
Hace rato que Cortázar, estando y no, sabe llegarle a la gente. En cada tapa de cada uno de sus libros, en cada pliegue, en cada solapa, se repite la misma imagen. Ese hombre a veces con barba, a veces joven, a veces adulto, que observa con una mirada tranquila, dura, llena de expresiones que se confunden con su infantilismo y una tristeza sin un “por que” explicable.
“Los mitos viven de volver”, pero Cortázar no es un mito, por que nunca se fue. Es una excepción humana entendida a través de una excepción literaria. Leer a Cortázar es leer un cosmos nuevo. Es saber que al terminar la cabeza quedará literalmente partida en dos por ideas antes no imaginadas pero tan ciertas y verdaderas que roban el tiempo para ser analizadas. Amante de todo, pero sobre todo de las palabras que expresan o intentan expresar los tempestades de ideas, sueños y ocultismos que se analizaron en nuestras cabezas y se crearon en la suya, solo él se permitió jugar. Las palabras fueron su fuga de la tierra que tantas veces describió como infierno.
Falleció dejándonos con su cuerpo eternamente joven una metáfora, como si quisiese ser recordado como un muchacho que todavía era capaz de darnos mucho más. En cada una de sus hojas escritas, en cada renglón, en cada palabra, ese adulto infantil busca la complicidad del que lee, esa que encuentra y desafía a seguir persistiendo. Mira irónicamente al que intenta volver a sus criaturas una polémica, al que cree y dice que sus obras no siguen hablando y al que calla que su profesión no era ser inventor o mejor dicho, jugador.
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