Siempre fui torpe. El primer recuerdo que tengo es cuando me enganché con el pedal de la bicicleta y mi rodilla termino siendo un batido de piedritas y sangre. De ahí hasta ahora la historia ronda entre yesos, torceduras y mi famoso “no me importa que esté esguinzada pienso subir ese cerro igual”. Pero mi torpeza también derrama pocillos de café, nesquiks a medio terminar y cocacolas de cumpleaños. Mi torpeza es por y se debe al tembleque de mis manos, a la languidez de los grisines que tengo como dedos y a la falta de astucia. Siempre pero siempre, media hora después de las peleas, se me ocurre esa respuesta brillante que hubiese dejado al otro con la boca bien abierta (o bien cerrada), eso también es torpeza. Pero la torpeza obliga y es parte de mí.Ni las veredas de Buenos Aires, ni las de ninguna ciudad o pueblo del mundo están hechas para mí. Puedo llegar a tropezarme con el borde de una rampa y el cambio de baldosas me trae demasiados problemas. Pero no me importa, estoy tranquila, ya aprendía a convivir con la torpeza. Los arrebatos violentos de los pisotones entre mis pies nunca me tiran, he visitado pocas veces el piso, tan solo me sacuden y me recuerdan que de vez en cuando debo controlar a mi propio cuerpo. Hasta a veces es gracioso. ¿Nunca ha caminado por la calle con alguien de la mano para de repente tironearlo en uno de sus tropezones? Puede darle un poco de condimento a su cita, sino pruébelo, a lo mejor logra esa sonrisa que antes parecía imposible.
Descubrir la mejor respuesta una media hora después de la pelea es una buena señal. El que no la descubre no es porque la haya dado durante la pelea sino porque ni siquiera con media hora de ventaja se le ocurre algo brillante. Lo demás, sí, es torpeza.
ResponderEliminarLa respuesta siempre llega media hora después! Tendríamos que tener peleas con entretiempo, para poder pensar en esas respuestas brillantes...
ResponderEliminarMe acabo de acordar del cajón del medio del pasillo de Clarín... =S Qué golpe!
Pero no te preocupes que no sos la única... Yo iba caminando una vez con una amiga y sus amigos en la Costa y de pronto, plum, al piso... Estabamos yendo a bailar y me tuvo que llevar a mi departamento a upa uno de los amigos de ella... Una verguenza total! No sabía ni cómo se llamaba el flaco! En fin, me esguincé y pasé el resto de mis vacaciones con una bota incómoda pero yendo a bailar de todos modos para escuchar a todo el mundo decirme: "qué mala pata!". Un exceso de originalidad.
Te quiero Chas!