A veces la soledad es una elección. Uno está rodeado de gente hermosa las 24 horas del día pero está ese umbral que te separa de la acción. Sin embargo no es una inacción. Es la decisión de respirar un aire distinto, que tan solo contiene oxígeno para una persona y que se llena del dióxido propio. Una sonrisa y el "claro, entiendo" justo para que nadie dude de nuestra existencia. Un soplido cuando la clase se hace larga y un beso con un "buen fin de semana!" para que sepan que te preocupás por alguien más que vos... pero es tuyo, es tu momento sin tiempo. Es esa realidad paralela tantas veces discutida.
A veces alguien que se da cuenta y te pregunta si estás ahí. Pero aunque busque la pupila en el blanco de tus ojos, la respuesta será una mentira más, otra frase que tu umbral responde para dejarte tranquila.
Y en ese umbral de soledad, las relaciones son extrañas. Las palomas se turnan para bañarse en la palangana que les regaló María y yo revuelvo un vaso con el tallo de un clavel. Todas jugamos en el agua sucia y mientras ellas secan sus plumas, yo caliento mis pestañas al sol. Odio las palomas, me regocijo cuando mis perra corre descontrolada tratando de agarrarlas y siempre ruego por que vuelva con una sobresaliendo por los cosados de su boca. Pero hoy no, hoy las miro con la misma sonrisa que les regalo a los carritos repletos de niños nacidos a principio del invierno. En este, mi momento de soledad, solo quisiera que me regalasen ese secreto...estar con la piel mojada y el cuello escondido, secándome al sol, sin titiritar de miedo.
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