Hay veces que es mejor recordar. La realidad parece desplomarse en una neblina ciega y uno prefiere revivir para no olvidar. Recordás los detalles, buscás alcanzarlos con las yemas de los dedos y solo así sabés que ocurrió. Escuchás como testigo mudo lo que otros recuerdan y armás el rompecabezas de tantas piezas. Y desgustás la sal gruesa que comías debajo de la cama de tus papás, las aspirinetas que robabas de la sala de maestros y las nueces todavía no maduras del nogal del fondo. Recordar es también destrozar las cadenas, terminar los duelos y saber que tus músculos, hasta el más inútil, se mueven por y para vos. Porque recordar siempre será el ejercicio del qué hubiera pasado y del qué pasará pero sobre todo el del qué pasó.
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