Ordenando la pila de ropa de mi silla giratoria, de un bolsillo, cayó la chapita de una lata. Quién sabrá la letra a la que corresponde. Es que todavía sigo jugando a recitar el abecedario mientras intentó que ese pedacito de aluminio se separe de la lata, justo, en el momento que yo quiero.
La bipolaridad es tanto cosa de la mente como de la atmosfera que te rodea. El cambio de un aire puro al vicio del humo, hace arder los ojos.
Todavía dudo, ¿cuándo fue la última vez que use ese jean? ¿A quién corresponde esa chapita? No es común que las guarde en el bolsillo trasero de lo que lleve puesto. Pero tampoco es común que recuerde el porqué de ese atesoramiento.
Y la verdad es que no lo sé. La verdad es bastante bipolar también. Le gusta histeriquearse con la mentira y termino confundiendo cual es cual. A veces prefiero creer en la mentira, hundirme en ella es como querer nadar en un pileta de gelatina. Avanzas poco, pero que lindo es mantenerse suspendida en el aire, creyendo que todo lo que te rodea es verdad, y sin perderte en el fondo, donde los pies se apoyan en el piso y no hay forma de evitar la realidad. Pero otras veces prefiero nadar ahí, donde el río se junta con el mar y los remolinos están listos para hundirte, para que camines en el fondo o te lleve el primer colectivo de corriente que te deje bien.
Quizás, si lo pienso bien, preferiría saber a quién pertenece esa chapita, para ver si vale la pena o simplemente la tiro por la ventana, esperando que la próxima lluvia la oxide, y el viento, el mismo que entra por mi oído, borra la materia gris ineficaz y la vomita por el otro, haga su trabajo y convierta lo oxidado en polvo.
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