Hace
un tiempo, ya casi un mes, que vivo en Le ShoeBox (para los que no la conocen,
mi pequeño pero adorable monoambiente). Vivir en pocos metros cuadrados tiene
sus desventajas, pero también sus beneficios. En la no tan larga lista de
contras se destaca el orden: si dejas una remera tirada, parece que acumulaste
la ropa de una semana y las paredes te empiezan a acorralar. Una pelusa se
asemeja a esas bolas que dan vueltas por el desierto. Tener una mesa sin sillas
está bárbaro, porque ocupa poco lugar, pero su utilidad pasa a ser nula. Sin
embargo, esas cuatro paredes, por más encima que se te vengan, son tuyas.
Encantadoramente tuyas.
Debo admitir que me volví más pulcra desde que tengo menos baldosas. Me
involucro con cada azulejo, los platos están siempre limpios y las manchas en
los vidrios se están volviendo una nueva adicción. Levantarse y mirar por esa
ventana, saludar al sol, respirar profundo y desperezarse con una sonrisa. Por
más que dure lo que tardo en atravesar la puerta, vale la pena.
En la cocina entramos yo y yo, pero desde su ventana veo los árboles más altos
de la plaza, la misma que me vio crecer.
Tengo un cactus, una máquina de escribir, una cama y una heladera que, por
ahora, no enfría. Tengo cuatro paredes, o más, pero que no dejan de ser cuatro.
Tengo una silla que no combina, que incomoda, pero que espero que sean más. Y que lleguen con un espejo y un sillón
violeta. O quizás fucsia. Y con una cafetera de medio litro. O quizás mejor de
litro entero.
Mi biblioteca es la de siempre, ordenada de la misma forma, pero diferente.
Cambió el capricho: ahora los autores se mezclan más, salvo ellos, los
imprescindibles. Ahora, por lógica arquitectónica, los imprescindibles están a
la derecha, entre la mesita de luz y la cama.
No tengo cortinas, o casi. Tengo cortinas que dejan entrar a la luz con una
visibilidad que impacta. Bienvenida luz, qué haremos cuando llegue el verano…
Y finalmente tengo está esta experiencia nueva, singular pero no solitaria.
Ahora vivo sola, o mejor dicho, conmigo misma. Vivimos nosotras, las de
siempre, las que tienen tres sueños que por las dudas se callan, aunque eso
nunca impidió que no se cumplieran. Las cuatro, con su bipolaridad a cuestas y
su extraña, a veces incómoda, locura. Bienvenido sea.
Hermosa descripción de una caja de zapatos que no lo es tanto... ¡tiene luz! Es tan propia, tan decidida y está tan apropiada, que da gusto que sean solo cuatro paredes.
ResponderEliminarMuchas gracias!
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