Quien lo conoce a Juan
Juan no es su nombre, pero podría serlo. Ronda entre los 8 y 10 años, su piel y su cara de adulto curtida por el frío y la suciedad, no delatan su edad con facilidad.
“Señora, ¿No me da una moneda?” sale de su boca ya como frase impensada de tanto repetirla. Ante una negación chista enojado y corre hacia las boleterías, en búsqueda de los vueltos de los pasajeros. Cuando consigue 10 centavos corre al quiosco más cercano a comprarse un caramelo. Con orgullo se acerca al mostrador y exhibe su pequeña moneda mientras reclama a cambio lo que le pertenece.
Juan es uno de los que ha llegado para quedarse.
Con la soltura de un niño pero la resolución de un adulto abre el caramelo, que se pegotea en sus manos de uñas sucias.
Juan no es uno solo. Juan son muchos. Tan solo en Retiro se pueden ver varios rondando por la estación y las calles cercanas. Para ellos la estación Mitre es tan solo uno más de sus hogares.
A este Juan no lo protege ni cuida nadie. Sus padres asumen el rol de ausentes, mientras el juega a que Retiro es una gran mansión donde siempre soñó vivir.
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