Rupertina
Como cualquier otro vecino, ella también es parte del barrio. Su casa no será la más hermosa ni la de flores en la ventana, pero tiene el beneficio del traslado. Rupertina no se llama así, pero su anonimato es parte del juego.
Entre cartones, trapos, tachos y tachitos, Rupertina vive junto a su perro, que como tantos otros perros del barrio, tiene capita para la lluvia y colchoncito de nubes atravezadas por arcoiris de siete colores.
Sin embargo Rupertino no se vio forzada a vivir así. Eligió y elige cada día vivir en las calles que rodean a la Iglesia Guadalupe, en la misma que tomó la comunión la Coca Sarli, en el porteño barrio de Palermo. Muchas veces le han ofrecido hogares y hasta llevado a la fuerza, pero ella simplemente no lo quiere y vuelve tranquila a su manzana preferida.
A pesar de todo, Rupertina no frunce el ceño ante el frío del invierno que se aproxima. Siempre con una sonrisa en su cara ya surcada por el tiempo, no dice nada cuando sin querer o queriendo alguien patea alguna de sus latitas, donde cocina el mate cocido o aquello que algún vecino le haca alcanzado ese día.
Rupertina parece tener todo lo que quiere. Coqueta, se baña en maya enteriza y a rayas con la manguera que los porteros le prestan cada madrugada. Luego elige entre su guardarropas, cuidadosamente ordenado en bolsas de plástico de los supermercados cercanos, qué atuendo vestir.
"Si Rupertina no estuviese en el barrio, quien sabe lo que sería de él" comenta una de sus vecinas amigas. Las señoras no tendrían con quién hablar cada mediodía cuando vuelven de hacer los mandados y los señores de trajes opacos y zapatos acharolados no sabrían a quién saludar cada mañana rumbo al trabajo.
Muy poca gente sabe de su historia, otros simplemente la inventan. Solo aquél que gane su confianza podrá saber la verdad, para los otros solo será un personaje más del barrio.
Pero lo que si se sabe es que Rupertina no le hace daño a nadie. Con su bella sonrisa saluda a todo extranjero del barrio que la mire extrañado por estar tan instalada en la esquina elegída ese día. Por que eso si, cada día tiene un lugar diferente, no vaya a ser que se aburra.
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