No estoy acostumbrada a tanta oscuridad. La piel se quiebra, la sal se mete en mis heridas y las infecciones amarillas tienden a mutar al verde musgo. Ya no tengo uñas, dudo ser cadáver. Veo mis vísceras y me pregunto qué tiene de malo exponerse tanto. Lo malo siempre vuelve pero lo bueno también, el problema es que recordamos solo aquello que nos hizo daño.Ya no tengo frío. Mis pies no sienten más. Camino con los muñones, suelto una carcajada árida y recuerdo cuanto detesto el frío. Los nudillos me sangran pero ya no recuerdo como se sentía el dolor. Las moscas me rodean, les atrae mi olor… y yo ya no siento. Ya no huelo. Ya no pienso. Solo espero que salga el sol para comprobar la ausencia de mi sombra.
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