Critiquen si quieren pero me gustaría vivir en alguna playa perdida de Brasil. En esos pueblos de pescadores donde la feijoada sale siete reales, los hombres muestran sus cuerpos del olimpo y las mujeres usan tanga sin importar nada más que mostrar sus curvas carnosas y sensuales.
No es un lugar común, no es un cliché, mientras Moreno Veloso me canta desde el parlante poco romántico de la computadora recuerdo Trinidade, recuerdo Ilha Grande y ese silencio de estrellas que me dejaba dormir hasta que el calor me despertase. Las rejas de la ventana me apresan y yo siente el gustito a papaya y mango en la parte posterior del paladar. El pollo con lima, el arroz con salsa de porotos, las ganas de explotar mientras la arena se inmiscuía entre mis dedos. El ruido infernal de las olas surfer, la cascada que me hizo resbalar hasta sangrar, el golpe del barco pesquero contra la superficie del agua verde...
llámenlo cliché pero cada vez extraño más los susurros portugueses en mis oídos destapados.
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