sábado, 4 de abril de 2009

SNM

Lo llamo SNM, “Síndrome de la Niña Mimada” o SNR “Síndrome de la Niña Rica”, aunque la riqueza poco tenga que ver con lo material. Básicamente es esa sed de dramatización ante problemas, perdón por la definición burda, pedorros. Cuando todo va bien, cuando papá y mamá están sentados a la mesa y la nena tiene de postre el flan con dulce de leche que tanto quería y que disfruta mientras sus progenitores sonríen frente a un boletín verde digno de admirar y copiar. Cuando las amigas abrazan con pasión de hermanas y las charlas por teléfono no dura menos de una hora (y por suerte dios inventó Movistar, y por suerte Movistar inventó la llamada gratis entre amigos y familiares y por suerte te tengo a vos), se puede decir que todo está en orden. Pero después te falta eso, ese chocolate que no pudiste comer, ese recital al que no fuiste, no por que no tuvieras plata, sino por que las entradas se agotaron antes que vos te decidieras a faltar a la facultad para hacer la cola de seis cuadras. Te falta eso que tanto querías, como la Nenuco que le pediste a Papá Noel, al señor del día del niño que nunca supiste como se llamaba y hasta a la señora amable de la puerta verde que te preguntó que querías para el día del vecino. Te falta eso que nunca se dio entre Matías, alias “cabeza de maceta” como lo llamaban todos en el barrio por su corte a lo Manolito, ese que te esperaba en la puerta del almacén de Ramón, el hincha de independiente, y te saludaba al pasar. El mismo que te regaló el primer bom o bom y que sonreía como nadie. Ese primer chico más grande que te gustó pero que cuando empezó a trabajar en el video club de enfrente se enamoró, quizás por conveniencia, de Natalia, la hija de la dueña y andaban por la cuadra de la mano y se besaban a la vuelta de la esquina para que Mirta, que esperaba para su hija algo más que el cadete del video, no los viera. Cuando falta eso, esa pequeñez que no te completa la vida perfecta que deseas llevar es cuando empieza la dramatización. Y el drama es dulce con un dejo amargo. Apoyas tu mano, con la palma mirando al cielo, en tu frente joven pero arrugada y pensás: que sería de vos si lo tuvieses a el, a eso, a esa, a todos ellos. El drama es como el elixir que vuelve tu vida una película. Es el flambeado que le falta a tu panqueque de manzana con helado de crema americana. Pero como todo éxtasis, demasiado puede hacer mal. Y es ahí cuando el Síndrome de la Niña Mimada se vuelve peligroso. El drama, el duelo por lo nunca tenido, por ende nunca recuperado, no puede durar más de 24 horas, a lo sumo 48. Un año con el síndrome activado no sirve. Para que el drama no se torne aburrido debe estar en su pequeña y justa medida, como la miel en el té con limón. Sino contamina. Sino perjudica. Igual que la felicidad plena. No se puede creer en el “felices para siempre”, el príncipe azul lo dejé atrás hace mucho tiempo y mejor así, por que el hombre sabe más real. Todo a su justa medida. Cagona me diría un político de izquierda. Zurda encubierta, uno de derecha. Pero no me importa, por que amo el drama, amo dramatizar. Pero en su justa medida. El SNM está en todos. Los niños también lo tienen y ni que decir de los hombres. Es la fucking olla de oro en la punta del arco iris, es el anillo que se te da vuelta, o la mancha de cloro que ni Skip saca. Solo aquellos que tienen algo más importante en qué preocuparse logran que el síndrome quede desactivado por lo menos por algún un tiempo. Pero al fin y al cabo no tiene nada de malo. El drama es la vida y la vida es la comedia dramatizada. Recomiendo “Lars y la chica real”, ayuda a entender por que todos estamos, no perdón, debemos estar un poco locos. Por que al fin y al cabo, el boletín verde con letra cursiva de caligrafía perfecta va a seguir diciendo Muy Bien Felicitado, aunque prefieras un Sobresaliente.

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