domingo, 5 de abril de 2009

Ramos

Salgo a comprar lo necesario para un revuelto gramajo y me encuentro con un nocturno domingo de Ramos. Las estrellas extrañamente me llaman la atención en un cielo porteño que suele olvidarse de ellas. En la plaza, los chicos juegan como si fuera de día. Dos ramitas de olivo se convirtieron en espadas y otras tantas son varitas mágicas, de esas que todavía cumplen los sueños mágicos e infantiles. Los pies de las madres se debaten entre botas y sandalias. Es que algunas obedecen imperiosamente el 21 de marzo mientras que otras agradecen al calentamiento global por la extensión del veranito. Pero el otoño ya pisó fuerte el escenario, y las hojas forran el suelo de una plaza de palmeras. Y yo me despego por primera vez de un colchón moldeado por las siestas intermitentes, por los apuntes no leídos, por los llantos de películas baratas, por los dolores de panza y las opresiones de pecho. Al fin y al cabo un domingo de ramos que antecede una semana santa de pensamientos sumergidos y cierre de etapas.

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