
Cuando la sonrisa es obligada, el alma se pone en huelga y hace caso omiso a los músculos.
La mirada se contrae y las pupilas brillan y no por felicidad. Juegan a salir de paseo las lágrimas amargas que paspan la piel reseca.
Cuando la sonrisa es obligada, los pies se arrastran y las rodillas se afloajn. Las manos tiritan y no de frío. Las uñas carcomidas se desesperan por reaparecer y no queda más que decir: "buenas noches y adiós".
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