domingo, 19 de diciembre de 2010

Insomnio

El insomnio no mata hasta el día siguiente. El desvelo te clarifica las ideas pero a la mañana uno no recuerda la solución del conflicto. Irresistible, dan ganas de dominar la noche, salir a respirar el aire más fresco que se encuentre, cruzar esa frontera del sueño que llega pero se queda en la puerta.

Es imposible controlar la noche, menos si la temperatura es la ideal. Sola, en un departamento vacío, pienso lo complicado que es todo y lo fácil que es resolverlo. La semana previa a la navidad, o al año nuevo, es como los días previos al cumpleaños. Esta extraña sensación del estómago intentando escaparse por la boca. Y otra vez lo que será un año nuevo, que después, siempre queda viejo. Un alfajor en el quisco de las 24 horas no lo resuelve, pero lo alivia. La tele ya no proyecta nada interesante. El libro te hace pensar demasiado. Cerrar los ojos con fuerza no atrae al sueño, lo aleja. Sentarse y dejarlo pasar. ¿Trabajar? ¿Estudiar? no sirve como tiempo ganado, pero tampoco es perdido. ¿Recordaré algo de lo que piense esta noche? por las dudas lo anoto. Una listita más en mi cuaderno de "varios". Té de tilo, té de hiervas, o mejor un café y dejar que la noche se aclare hasta el día.

Mañana voy a ser un sombi. ¡Mañana voy a padecer tanto la noche que ahora disfruto! El insomnio nació conmigo. Funciono mejor de noche que de día. Reviso agendas viejas, listas de libros, agendas futuras. Escucho música que tenía olvidada. Organizo hasta el vestuario de mi semana. El placard ya está ordenado.

Y me dejo tirar, me hundo en el colchón hasta que queda la formita grabada en la sábana. Mientras, pienso en el brujo. En lo que te dijo el brujo a vos y en lo que me dijo a mi. En si se está cumpliendo o se va a cumplir. En que es tan mentiroso como la plata que le pagué. Las sensaciones van pasando y mis ojos siguen cansados de ver, pero no se duermen. Que la compañía no sea más que mi cabeza me altera. Pero me llevo bien. El insomnio practicamentre es mío, soy yo. Espero mañana recordar lo que hoy definí, por lo menos para saber que habló la que no duerme pero no se calla.

viernes, 17 de diciembre de 2010

El trono

Siempre me gustó leer en el baño. De chiquita mi papá me decía que era el mejor trono para pensar. Es cierto. Cuando no tengo un libro a mano leo las etiquetas de los tarritos de shampoo, como usar las cremas hidratantes o me zambullo en el mundo de los prospectos de los medicamentos. Es impresionante lo mucho que una puede aprender en tan solo unos minutos.
Recuerdo aquel día del niño que mi papá me encerró en el baño porque alguna macana me había mandado. Generalmente, la penitencia no duraba más de cinco minutos pero esa vez mi querido padre se olvidó y se fue a dormir la siesta. Mi hermana, con la cual me había peleado y reconciliado antes de entrar al baño, me pasaba almohadones, libros y juguetes. Algún que otro pedacito de pan duro también. Pero lo que más recuerdo fue estar tirada en el piso, con los pies encima del inodoro, leyendo las historias del libro de oro de Disney ¡Fue la mejor penitencia de mi vida! Además, el grave error cometido por mi padre, y su grandísima culpa, tuvo sus frutos: ese día del niño vino con un regalo extra, Bart Simpson en patineta. Pero volviendo al tema, leer, o reflexionar, en el baño tiene un plus extra. Es como recitar un mantra y que el eco te retumbe en los huesos. En la ducha, sentada en el trono, cortándose las uñas sobre el bidet, todos son momentos propios, no ajenos, que ayudan al encuentro con uno mismo. ¡Y no es joda! El baño, es un retiro espiritual de minutos

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Resaltando casilleros


Volvamos a ser claros: las planillas Excel a los hombres les da poder. No entiendo porqué. Será que es la única forma en la que pueden organizarse, será que les gusta “encasillar” más de lo que asumen, pero sin lugar a dudas, se siente poderosos cuando se sientan frente a su Mac o netbook o cual fuese la nueva adquisición electrónica (que también les da poder y más si tiene wi-fi) y disfrutan coloreando rectangulitos, sumando y restando números que rara vez se cumplen.

Excel para vacaciones, Excel para las materias que les faltan para ser un digno abogado o contador de empresa familiar, Excel para ver cómo les va en la competencia de winning eleven en la que todos los jueves, religiosamente, combaten contra sus amigos, por momentos enemigos, creyéndose el Batistuta de la nueva era (yo sigo pensando en el Bati gol). Excel, Excel, Excel!

Es que lo único que falta es un Excel contando las noches que va a pasar con vos. Indudablemente el Excel los organiza, pero también les da poder.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Desvíos




Si puedo evitar lo que me hace mal, lo que no quiero enfrentar, lo hago. No importa si la psicología barata o la elegante me explica porqué es mejor enfrentar las cosas. Soy buena evitando, soy buena siguiendo los caminos largos.

Alguna vez escribí una carta, con la pura verdad, pero dejando de lado la sinceridad. Una carta con edulcorante. Con seis o siete sobrecitos de edulcorante. La carta fue el camino largo.

Alguna vez le eché la culpa a mi inconsciente por gritar en voz alta lo que tenía que callar. Soy buena caminante, se recorrer los caminos largos.

Alguna vez decidí que evitar era tan adictivo como los rompecabezas. Como empezar por los bordes y no terminar hasta que la última ficha estuviese en su lugar.

Soy dramática, post dramática y supra dramática. Me gusta el drama. Me gustan las incoherencias. Hago estragos como en las telenovelas. Y algunas de ellas escuchan mis guiones. Y cómo me escuchan. Y evitan bares por mí. Y van a bares por mí.

Pero como toda adicción se que alguna vez, los caminos largos, van a producir más mal que bien. Y cuando ese día llegue, empezaré a dar pasitos cortos, para que los caminos directos sean, aunque sea, un poquito más largos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

De taquito


Seamos claros. Sal y pimienta. ¿Vos sabes lo difícil que es caminar con tacos en esta puta ciudad? Ponete tus botines flúor y pasea por la pista de hielo a ver si sos tan macho. Si me tambaleo, si me esguinzo, si parezco una jirafa atrapada en el subte es porque quiero. Porque los tacos, esos tres, seis, ocho centímetros, te dejan ver desde un poquito más arriba, donde las ramas se enganchan en el pelo pero las ideas se aclaran pasito a paso. 

Sobre zancos el autoestima se endereza. Los hombros se agachan y retroceden unos toquecitos. Al principio las piernas tiemblan pero con orgullo. Y cada paso, cada tropezón, es luchar entre el arrepentimiento por haber dejado de lado las chatitas y el “no es tan difícil” de una baldosa más sin caída. 


Sabemos que es don de las petizas el uso magistral de los tacos y sobre todo de los aguja. Sabemos que para ellas es más común usarlos que dejarlos de lado. Hasta en la playa se pueden divisar, entre los plaf plaf de la arena mojada, las ojotas con plataforma. Pero las altas también tenemos derecho. No importa el metro setenta que marque que estás dentro de las que miden a ver si tu hombre es más alto o no. Los tacos siguen siendo un derecho.


Y como el Kun Agüero roba unos centímetros con su crestita de gallo cocorito, nosotras las mujeres, altas o bajas, le sumamos una medida al autoestima que, cada tanto, se siente abajo de los tacos.

viernes, 29 de octubre de 2010

Agridulce


Entre un corazón anarquista y un cerebro neoliberal. Es difícil pretender que los demás se pongan de acuerdo si ni mi propio cuerpo lo hace. Ese amor sin barreras, sin ataduras, que lucha contra la familia tipo ideal. Las ganas de amar libremente, sin pensar en el futuro, juega a ser moda y no puede luchar contra los ideales que rigen la vida de uno y del otro. Esa maldita manía de planear, de tener los ahorros de una vida, preparada ante una eventual fatalidad. En su contra, la abolición total de los estados. Del estado de amar, de odiar, de tristeza. La desaparición de jerarquías internas, de importancias innecesarias, absurdas, nocivas.


Lo salado hace lo dulce más dulce. Lo dulce hace lo dulce más amargo. Como cuando uno come una torta de chocolate acompañada de un té y las seis cucharadas de azúcar semi disueltas parecen no endulzar. Esa misma sensación que produce la coca cola, cuando la tomamos luego de un helado, y las burbujas de gas le juegan batalla al paladar congelado. Esa satisfacción por el sentido desorbitado.

A veces, la pérdida de sentidos ayuda al encuentro. Dos locos sueltos dentro de un laberinto. Buscando la salida, el orificio final que los lleve a la libertad que pretenden. La que les enseñaron a desear. La que creen como propia. ¿Y si para llegar a la libertad no hay salida sino otra entrada?

Entre un corazón anarquista y un cerebro neoliberal prefiero tomarme un vaso de coca luego de un helado de crema. Es la misma sensación de satisfacción por el sentido desorbitado. 

jueves, 21 de octubre de 2010

Desorden


Es como intentar resolver una ecuación y que siempre te de mal. No pido la solución al reverso de la hoja, pero si, aunque sea, una ayuda. Una pista que me diga que voy por el camino indicado. ¿Leíste mi mensaje? ¿Te llegó mi llamada perdida? Las mujeres podemos ser tan patéticas como los hombres, la diferencia es que a ellos les sale mejor.
No sé si alguna vez te dije la verdad sin pensar primero si no estaba diciendo una mentira. No sé si hay alguien preparado para aguantar mis desordenes amorosos. Son como la dieta, cada vez que intento abstenerme del azúcar, aparece un cumpleaños con mesa dulce.
A veces las soluciones son cortas, y rápidas, pero cuesta encontrarlas. A veces la solución es sentarse a esperar que pase el empache de angustia. Y ahí aparece la impaciencia. Las ganas del “todo ya”, la no creencia en el tiempo. ¡Lo absurdo del tiempo! El porqué de lo no momentáneo, de la sucesión de hechos para pasar de estado. De la increíble pero verdadera verdad de que no todo depende de nosotros y, aunque dependa, estamos subordinados al tiempo, a la memoria y a la presencia indeterminada de aquello que no queremos.
Lo que no se resuelve con un chocolate, se intenta de olvidar con una cama de clavos. La obscenidad de la fuerza con la cual se intenta seguir lleva a medidas desmesuradas para la pequeñez del evento. Ese dramatismo que te acompaña tu vida, el autoflagelamiento por cosas que no trascienden la semana y esas ganas enormes de meter la cabeza en la arena.
Pero todo, en cuanto el tiempo lo permita, tiende a pasar, a ser un mero recuerdo de sonrisa borrada, hasta llegar a ser carcajada de simpleza. El que te dejó será dejado y cuando dejaste, alguien te dejó. Sin importar si se habla del amor, la amistad, la carencia de ambas o la presencia de ellas en su conjunto. Girar y hacer girar. Rebotar y que te reboten. Pensar y ser pensado. Vale la pena la esclavitud del tiempo, si vale la pena vivir todo aquello.

domingo, 10 de octubre de 2010

Malcriada


Me gustás por que cortas las tostadas en triangulito y me servís el café amargo apenas empiezo a quejarme. Me encantás por que sabés que no me tenés que hablar hasta la hora y media de haberme despertado. Me facinás por que los jueves a la noche me traes los fideos en un tupper y me dejás tomar la coca cola light del pico, aunque quede sucio con manteca y pedacitos de queso. Me enamorás cuando te das cuenta que me dormí, me sacás los anteojos, marcás la página del libro doblando la puntita de la hoja y me das un beso en la nariz. 

Confieso que lo hago a propósito, solo para sentir ese beso. Admiro tu paciencia cuando te quedás sin bóxers, porque te los usé todos, en uno de mis fin de semanas menopáusicos, de galletitas y televisión. Te admiro por la paciencia que me tenés aún cuando ni yo me soporto. Pero odio, te odio, cuando me decís malcriada. Porque para que yo sea malcriada alguien me tiene que malcriar. Y ese alguien sos vos. Yo no te pido el desayuno en la cama, ni que no me digas buen día al despertarme. Tampoco te pido los fideos en un tupper y estaría bueno de vez en cuando usar un vaso. No me importa dormir con anteojos, me los saco dormida, ni perderme en el libro, aprovecho para releer. En vez de bóxers puedo usar mis shorts de pijama y nadie te pide que me aguantes, una puteada cada tanto me ayudaría a salir de tu monotonía. Por eso, para que yo sea malcriada, tiene que haber un malcriador. Y en este caso mi querido consuelo, sos vos.

martes, 28 de septiembre de 2010

Tibio, tibio


El otro día me dijiste “tibia”. Tibia sí, mediocre no.

No me gusta el frapuccino ni el café con leche hirviendo. El churrasco crudito me da impresión y si está muy duro, se me mete entre los dientes y me activa el mal humor. Los metrosexuales no me mueven un pelo, los machos de América me ponen nerviosa con el “alverre” y la “nami”. No me gusta pagar, pero tampoco que me paguen, 50 y 50 y nos arreglamos bien. Los hippies ya me desilusionaron pero todavía me abstengo de los empresarios. Leo tanto como veo tele. Soy obsesiva de las listas de pendientes pero mi cuarto, y mi vida, son un caos. Quiero ser chica diez, pero siempre rondo entre el 8,50 y el 9. Se más que garabatear pero estoy lejos del cuadro.

Quizás sean muchas las cosas que me hacen esa chica promedio que para vos es la tibiez de un sol que no llega a ser de verano, pero tampoco es el frívolo solsticio de invierno. Entonces no te niego. Quizás sea tibia quizás pero mediocre, definitivamente es un adjetivo que te lo dejo a vos.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Crack up

Todavía no decidís si no salir un viernes a la noche es no tener vida o sentir el peso de la semana como un ladrillo en la nuca. Reaccioná! Empezó el fin de semana y tendrías que estar haciendo piruetas para ir a tres cumpleaños y mantenerte encima de los tacos! Pero te pusiste el pijama, adheriste al pensamiento machista de la sensibilidad y el mal humor menstrual, y te sumergiste entre películas que no llegan a ser pochocleras y jueguitos que tendrían que haberse extinguido en los 90.

El otro día pensaste verlo y hoy te volvió a marear. No recordar su voz y levantar la vista para creer encontrarlo en una cita ajena, en una mesa de bar cercana, subió tu temperatura hasta que el pitido pre ataque de pánico te resonó en tus oídos. Pero no era él. Por segunda vez en la semana, no era él. Aunque hablara de libros. Aunque fuese eso que vos seguís pensando, equivocadamente, que es. Aunque realmente tuvieses muchas ganas de que fuese él, no lo era. Y ahora, el alivio desesperanzado (esa morbosidad interna que busca encontrarlo aún en la peor de las situaciones), te interroga sobre la causa de tu equivocación ¿Es miedo a estar olvidándolo o una repentina sudestada de sus olores, que te vuelven a invadir?

Por suerte elegiste el bar correcto. El mozo que canta entra con su guitarra y, mientras haces que estudiás, lo escuchás susurrar, lo vez caminar entre las mesas, lo sentís cuando apoya el vasito extra de soda en la esquina izquierda de la tuya, para luego perderse dándole la espalda a tu “gracias”.

Pero ese símil del que pensaste te incomoda, y mientras intentás no clavarle los ojos (por suerte su cita está a espaldas tuya), las miradas relámpago te vuelven a confundir y ni tu voz interna con su “no es él” de pajarito de Twistos, logra calmarte.

Y te vas, no sin antes despuntar el vicio y sumar un libro por leer al a fila de tu mesa de luz. Ahora tenés una nueva escusa para no estudiar. Entre el mozo que resuena y la falta de concentración, aparece las confusiones: me parece haber visto a un lindo gatito.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Escalofrío


Para vos, todo es escalofrío. Desayunás con una Cafia y Coca Cola Light y no está mal, pero la cara no se te deshincha hasta el mediodía. La noche anterior buscaste el programa más triste de todos para usarlo de terapia.
A la hora de sentir, tan solo hay que rozarte la piel. La angustia mueve tres pelitos. La falta de amor hasta al encarnado. La felicidad, gracias, como siempre hablás hasta por los poros.
Te morís por dar ese empujoncito y tirar al otro de la cama. Y cuando no hay otro, buscás a quien empujar. La falta de tiempo te ayuda a no pensar y te encanta. Tomás el tercer café del día y te quejás de la incorrección en que transcurren las horas, justo lo que te ayuda a evitar el loquero.
Es que estás a flor de piel y todo te afecta tanto que te desensibilizas, vivís en un escalofrío constante donde no hay brisa pero las hormigas te recorren entera.

domingo, 1 de agosto de 2010

Verdulero


Acostumbrada a no aburrirme, a veces la racionalidad me ofusca. Por que la razón no es más que ese conjunto de pelotudeces que te recuerdan que soñar despierta, es una perdida de tiempo. Y no hablo de las fantasías sexuales con ex mundialistas. Hablo de los sueños más reales y mundanos. Los que involucran al vecino de la vuelta, al francés del subte. Al viaje que tanto estás esperando, a ese cambio por el cual tanto te jugaste y ahora te hace tararear por lo bajo.

Una vez, una de las tantas veces, en la que me hablaba intentando hacerme entender que es mentira que si lo sueño no se cumple, me decidí por soñar lo absurdo. Por que si soñaba lo absurdo, no había forma de que no se cumpliera. Y pensé en una historia con él, en tener los hijos del verdulero, pero en conocer todo el mundo primero. En que por una vez se iba a decidir entre las mandarinas y las manzanas… ¡En la palta gratis de por vida! Pero en pisar descalza el suelo de otro lugar, primero. Y me reí, ante la posibilidad de ese absurdo, me reí. Sola, a carcajadas, en el medio de Santa Fe, mi avenida preferida.

Es por eso que me acostumbré a no aburrirme, o a que la racionalidad no me aburra. Por que la embadurno de tonalidades ilusorias, para que, por lo menos, se vea más linda.

sábado, 24 de julio de 2010

24 de Nosotras (una versión incompleta pero actualizada)



Mi nacimiento fue tal como suelo llevar mi vida: obsesivamente planificado. Tanto que un mes antes, tendría que haber nacido en agosto de 1986, mi mamá me expulsaba de su vientre por una rendija llamada cesárea. Mis papás me nombraron Yasmin Aymara Olid Fernández. Yasmin la árabe. Aymara la andina, Olid la turca y Fernández la gallega. Pero creo que somos aún más. Yaya la histérica, Yayi la niña, Yayo la que no se calla…


Crecí siendo parte de la generación “Carlos”, donde los juguetes importados brillaban en las vidrieras de los primeros shoppings. Sin embargo, por elección de mis padres, viví mi infancia sumergida entre juguetes de madera y páginas amarillas de los libros que cambiábamos en parque Centenario.


A los doce me enamoré, artísticamente, de Frida Kahlo. La descubrí oculta en un mural de Diego Rivera, en México D.F. En ese entonces, mi personalidad se debatía entre creerse la fábula de niña prodigio que asistía a su tercer congreso literario o ser ese niño interno que prefería los hot wheels, esos autitos que cambiaban de color con el agua fría y caliente, a las barbies. Frida no me respondió con su mirada pero la busqué y la encontré: me apasioné con sus colores e intenté vivir con su fuerza. Quise saber qué hubiese sido de ella sin sus frondosas cejas y qué sería de mí si mis pies dejaran de crecer. En menos de un año pasé del talle 37 al 41 y como payaso inflable con base de arena que rebota contra el piso, mis pies me causaron más visitas al suelo de las permitidas por la gravedad. Hoy ya llevo veintitrés años y una tumultuosa colección de 23 yesos.


Mi papá dice que cuando algún muchacho me venga a “llevar”, me va a entregar con un manual. El que venga a buscarme va a tener que saber que por las noches busco luces perdidas a los gritos, asesino a los bichos que caminan por mi almohada a las trompadas y que puedo aparecer en la cocina comiéndome un sándwich de milanesa con mucha mayonesa, mostaza y tomate, pero todo sin haber perturbado mi más profundo sueño.


Sé cocinar, se planchar, pero sobre todo soy independiente. Me pongo sola los pantalones y también me los sé sacar. Aprendí a mirar hacia los dos lados al cruzar la calle hace ya mucho tiempo. El partido lo veo entero, y la novela de la tarde también. Si alguien me odia sin sentido, se la devuelvo doble. Y si me dicen que me quieren, mido la distancia entre su alma y la mía y me zambullo de un chapuzón, sin fijarme si la pileta está podrida. Es que soy emocional, temperamental y todos los “al” que se puedan esperar.


Confieso nunca haberme enamorado. Por lo menos eso creo. Me he obsesionado platónica y adictivamente, pero no creo haber llegada a eso que llaman amor. Y si lo hice, que desilusión, porque no me di cuenta. Las parejas no me duran. Dos, tres, cuatro meses y basta. Alguno de los dos se aburre y otro muñequito de torta para la repisa superior. En un principio culpé a Disney y su maldita imposición de príncipes azules con alfombras voladoras. Hoy no culpo a nadie. Mi psicóloga dice que así somos nosotras. Y parece que no hay nada de malo en eso.


El 8 de octubre de 2006 algo cambió y tuve que enfocarme en aprender a vivir de nuevo. Volvía de un viaje a una escuela rural en Quitilipi, Chaco, cuando un conductor ebrio zigzagueó por la ruta y estrelló su camión contra el micro en el que viajaba. Se perdieron diez vidas por la ineptitud, la falta de controles y el descuido. No fue un accidente porque pudo haberse prevenido. Hoy solo vivo del pasado y del presente, me cuesta el futuro.


Suelo entregarme al drama con frecuencia. Lloro con hipo en las películas tristes y si quiero disfrutar de mi depresión releo Sinfonía para Ana de Gaby Meik. Cómo dice una de las protagonistas de Te pido un Taxi, cada vez que entro a un curso nuevo espero encontrar al amor de mi vida. Es que los levantes de boliche me causan entre claustrofobia e inseguridad. Crease o no, todavía no me rendí, supongo que alguna vez diré “hola mi amor”, pero nunca “bichi” o “ratoncito”, odio los diminutivos animalísticos.


Hablo hasta por los codos. Al principio pensé que era un defecto que tenía que superar (a veces todavía lo pienso) pero enseguida me doy cuenta que soy así. Que sería de mi sin un “yaya cállate”. Y porque viene a cuento, no puedo vivir sin ellas (y ellos, si creo en la amistad entre el hombre y la mujer). Para mí la amistad es la electricidad que me hace andar. Cada tanto me enchufo a allas y me acuerdo por qué vale tanto la pena gritar para ser escuchada. Son mi cable a tierra, los que me cagan a pedos, las que se deprimen conmigo, los que se burlan de mi, si estoy mucho tiempo lejos de ellas, se me descarga la batería.


Mi nueva locura es la fotografía, por ahora una locura bastante cara. Espero que dure. Me gusta que mis libros estén ordenados por temática y tamaño, los chiquititos siempre al medio, y me autoescondo cosas entre sus páginas para reencontrarlas algún día. Escribo sobre lo que veo y luego lo cambio, trastorno, para que se convierta en parte de mi vida. 60 caracteres es mi “a flote”, donde me desahogo con egocentrismo. Y sí, me encanta que me lean.


Odio esta frase pero “lo que más me gusta y disfruto en la vida” es viajar. Me descontrola la energía, me hace pensar que no hace falta más para vivir que eso, descubrir lugares nuevos. Tomar mate en playas donde la yerba significa otra cosa. Tocar piedras de cuarzo y sentir que la energía te vibra en los dedos. No pensar en nada más que ese exacto momento, en esa canción estúpida sin final, en esa milanesa de arena y en los ojos hinchados que ven por primera vez un lugar nuevo.


Tengo caderas grandes, y como a la mayoría de las cosas que conforman mi vida, les puse nombre: les presento a Francin y Nadin. Hace pocos años acepté mis rulos, ahora los adoro tanto como al color de mi piel. Siempre consideré a mi naríz como punto fuerte y a mis ojos chinitos, negros y chiquititos como mis más grandes traidores, cuentan todo lo que yo no quiero decir.

Luego de cada sonrisa y cada herida, una nueva línea aparece en mi mano. Creo en el destino, pero también creo en poder cambiarlo. No puedo evitar los brujos, aunque todavía no les creo del todo. Me obsesionan las listas. Las de supermercado, las de libros por leer, las del día, las de nombres... Todo tiene su lista y el placer de tachar lo consumado al final del día se asemeja al de saber, que por ahora, va todo bien. Creo en hacer todo lo que se me ocurre pero, como se ve, me cuestan los finales.

sábado, 10 de julio de 2010

Dial. en el Roca


Si el subte tenía olor a sexo viejo, el tren Roca olía a huevos. Huevos humanos. En su sentido más figurativo. Nunca estuve en uno pero proyecto que es el mismo olor que el de un vestuario de fútbol en verano.
Mientras me alejaba del señor que se masturbaba por el bolsillo roto, pensando que nadie se daba cuenta de sus movimientos sincronizados, volví a colgarme en una charla ajena:
- Sabes lo que pasa, ya estoy grande para caer en “seguro no le llegó o no tenía crédito” (ni ningún celular cerca para responderme, agregaría yo).
- son autoexcusas gastadas…
- Y está perfecto, si no me quiere responder, que no responda. Por lo menos se que ramas del árbol podar.
Esta última metáfora me costó un poco, no sé si por el cansancio del trabajo o porque era demasiado elaborada para un simple mensajito sin respuesta.
No puedo negar la identificación directa. Creo que ninguna mujer (y me atrevo a decir que ningún hombre) lo puede negar. No me voy a nombrar la reina de las desgracias pero soy persona de no recibir respuesta. Admito que me pasa más seguido que al promedio. Pero también admito que soy persona de no darlas o más seguido que el promedio, evadirlas. Es que las respuestas son difíciles, hasta las más sencillas.
Y en la estación de Avellaneda, mientras el señor que se quería demasiado como para obviar al público se bajaba sin sacarse la mano del bolsillo izquierdo, vi la cara de aquella Ella que había decidido que la falta de respuestas no le permitiría mentirse. Morocha, de rasgos largos tenía de esas tristezas que se graban en las pestañas humedecidas. Esas que son más frustración que amargura. La del intento repetido y cada vez con menos esfuerzo. Tenía el pelo largo, muy largo, con onditas en las puntas. Se lo envidié… sigo esperando que el mío crezca. Vi sus manos, me reí… el esmalte estaba tan salteado como el mío. Era extrañamente hermosa, raramente fea, un cuarto de bruja y el resto de hipnotista. De repente, sintiendo mi mirada, y me ofreció la peor de las suyas. Ahí fue cuando recordé que estaba demasiado cerca. Que escuchar las conversaciones ajenas es tan malo como leer el diario del viajante vecino. Me corrí incomoda, como queriendo cambiar de vagón para estar más cerca de Constitución. Odié la falta de música, aflojé la bufanda que me ahorcaba de vergüenza y giré para ver si me seguía mirando. Encontré su sonrisa de cierto perdón. Se la devolví y volvió a su charla de amigas. Deduje que ella supo que yo también era una chica con falta de respuestas.

Dial.


- Hay gente que no entiendo cómo está sola…
- Si… quizás ocultan algo…
- ¿Vos decís que mienten en su estado de facebook?
- No, va puede ser… pero a lo mejor tienen una cicatriz interna, de esas que impresionan más que las que atraviesan mejillas.
- Y por eso están solos…
- Por eso.
- Los incapacita para amar
- O para intentarlo por lo menos.
- Muestran toda su belleza para tapar el agujero que les dejó la mala cicatrización.
- Si, algo por el estilo.
- Quizás ser buena persona no significa estar siempre acompañado.
- Las buenas personas también disfrutan de la soledad.
- Entonces ahora entiendo un poco más porque esa gente puede llegar a estar sola.

jueves, 8 de julio de 2010

Velocidad



El subte tenía olor a sexo viejo. A sexo entre hombres, con más de un perfume de caballo, con testosterona traspirada y aliento a whiskey ahogado en cerveza rancia.
Mi cartera estaba desubicada, yo no, ella sí. Mientras el borracho apoyaba a la cincuentona de arrugas planchadas y leopardo violeta tatuado en los muslos, mi cartera le daba toquecitos al traje de al lado. No pude frenarla, estaba inmersa en un vaivén automático de línea C y mi otra mano sostenía los restos del almuerzo. El pie derecho me latía y el izquierdo se cansaba de sostenerlo. La coca cola light ya no tenía gas y apestaba a edulcorante. La estación moreno quedó atrás al igual que la cincuentona de tanga calcada. Y en ese momento pedí que todo fuese más despacio. Que la velocidad de mis córneas se acompasara con la del paso de la gente. Es ese momento, saber quien entraba y salía de mi vagón era tan importante como el movimiento de mis fosas nasales. Quise que el tiempo se detuviese, para recordar lo que era pensar sin plantearme lo que estaba haciendo. Y por fin liberé o encontré un asiento para quedarme dormida por dos paradas, y recordé lo que estuve soñando la otra noche, mientras me bañaba sonámbula: poco a poco, en mi mundo, había empezado a entrar el punto y coma.

martes, 29 de junio de 2010

Soltera (dis)conforme



Lo primero que hago al prender la computadora es revisar mis cuatro, perdón ahora cinco, mails. Hotmail primero, las dos cuentas de gmail (la personal y la del trabajo) segundo, la del Outlook (llena de gacetillas culturales destinadas a Multicorriente.com) y finalmente yahoo. El pasado domingo, un buen domingo, decido desviarme en una de las notas que yahoo ofrece en su especie de minitelevisión. “Cinco reglas de oro para solteras inconformes”. Ajá. Soltera soy, disconforme… a veces, generalmente en invierno, cuando no tengo con quien hacer cucharita en los días de frío. En verano prefiero ser una soltera conforme. Pero sabiendo que el invierno ya había empezado, me dije porque negarme a un poco de autoayuda digital. Con la velocidad que últimamente caracteriza a mi computadora, lentamente apareció ante mi una mujer doblada, sola en el piso de un cuarto, agarrándose la cabeza, como si más que soltera fuese a padecer la peor de las enfermedades, o supiese que la muerte está cerca. No suelo doblarme en el piso de mi cuarto, primero que mi perra me atacaría, pensando que quiero jugar, segundo porque que mucho espacio no hay y los pelos de mi perra juegan a ser alfombra. Pero bueno, supuse que esas notas siempre tienden a exagerar y le di poca importancia a la foto “artística” que la acompañaba.
Me costó tan solo leer las primeras líneas para saber que la nota me discriminaba. “Después de una relación duradera, volver a estar solas puede convertirse en todo un reto. Y cuando al fin logramos sentirnos seguras y comenzamos a disfrutar nuestra soltería, suele aparecer un galán de telenovela a movernos el piso”. Freno de mano. Cartel de PARE para los libros/blogs/notas de autoayuda. Porque siempre los casos son “luego de una relación larga”. ¿Y las que vienen de relaciones cortas? ¿Y las que no vienen de relaciones hace mucho tiempo y seguramente fueron cortas? Hagamos un censo, hay muchas muchísimas mujeres de historias largas, pero también hay más y más de historias cortas. De las que no quieren o no pueden con las historias largas. Las que viven las cortitas con el dramatismo de una temporada de TV. Es así, ahí le pifian, con perdón de aquellos que viven de la autoayuda, y con ganas.
Cierta vez me recomendaron el libro “Las mujeres que aman demasiado”. Fue otra de las veces que pensé que la autoayuda no me vendría mal, que por algo se llama autoayuda y que el titulo era demasiado perfecto para mi. Pero otra vez me equivoqué. A saber, ni de chica me pegaron, ni tuve padres maltratadores o abusivos, tampoco evito las relaciones porque no creo en mi misma (¿?) o prefiero autodestruirme antes de confiar en alguien más. Si, a veces digo en joda que idealizo la relación de mis padres, que 31 años de casados y más de 35 de novios es la utopía que no me deja vivir la realidad porque corro ciegamente en dirección a ella…
En fin, una mujer se da muchas respuestas a los porqués de la falta de relaciones duraderas (como las del final feliz con perdices y todo eso) pero esos porqués son tan verdaderos como el humor en el que nos toca decirlo. Igual que todo en la vida, o por lo menos igual que algunas cosas que pasan en la vida. cuando llega, llega y si no llega, todavía me queda jugar a la mamá con el gato del vecino (o con el vecino), o seguir pensando que, ser soltera, tiene tantas cosas buenas como no serlo.

martes, 15 de junio de 2010

COMPLEMENTO DE TORTA



Sos el muñequito de mi torta. La grana multicolor del bizcochuelo que mi mamá me hizo para llevar al jardín. El relleno sorpresa de dulce de leche en una caja de bombones de licor.
Y eso que no tenés traje, ni te parás duro, como frunciendo el culo, en la cima de mi torta. Usas medias de lana y tu buzo podría contar todas las historias de los pisos de Buenos Aires.
Pero ahí termina todo. En el Ken hippie de rodete blondo. Porque cuando hay que hilvanar más de dos ideas se te traba el mecanismo y tu espiritualidad no va más allá de tu apodo. Es que para correr, mi amor, primero tenés que aprender a tamborilearte. Perder el equilibrio para encontrarlo en el aire.
Sin embargo, no puedo dejar de sonreír cuando caminamos juntos de la mano. Es que somos tan complementariamente opuestos que brillamos como el merengue de mi torta. Somos perfectos, como la cereza de mi Cosmopolitan o la frutilla de tu postre. Tan ricos como la cascarita crocante del pan caliente con manteca que se derrite o como el grisin con quesito antes de la cena, en algún resto paquetón.
Somos todo eso. Pero no mucho más. Eso. La pareja que otros miran en la calle y piensan “que lindos”. Pero no nos creamos menos. Al fin y al cabo, vos sos mi complemento. Y por eso te prometo que, cuando me case, te llamo para que seas el muñeco de mi torta.

viernes, 4 de junio de 2010

Prospecto


Cuando un remedio cae en mis manos no puedo evitar leer el prospecto. Es algo que viene con mi segundo apellido. Como las caras de culo y las piernas flacas y largas, provienen del segundo. También es herencia paterna los latidos bailanteros. A mi hermana le pasa cuando toma demasiada coca cola, a mí cuando me desgarran el corazón. El otro día fui al médico y me dijo “arritmia” yo le contesté “no, me vaciaron demasiado rápido el corazón ”. Es estúpido adjudicarle la baja de presión y las ganas de dormir constantemente a un desarreglo sentimental, pero a veces no hay una causa física. Habrá que esperar los resultados pero estoy segura que seguiré siendo la chica promedio de los laboratorios.
¿Te dije soltera, solterísima, soy sola? No, nada de eso, soy conmigo y lamentablemente a veces alcanza y otras no. Algunos días agradezco no tener a nadie a mi lado, son esos momentos donde el bobo late con su frecuencia normal, aburrida, estándar. Otros días, navegando entre canciones dignas de alterar hasta al diabético más cuidadoso, mi corazón baila al ritmo de la mejor cumbia de Pablo Lescano. Y me agarro el pecho, como si me agarrase con fuerza la teta izquierda ante un mal presagio, y lo siento, lo escucho en mis tímpanos, acompaña el ritmo de mis pensamientos y el electrocardiograma mueve sus agujitas como el aparato que mide la escala de Richter.
Es ahí cuando recurro a los prospectos, los leo, evalúo sus efectos, sus contradicciones, si los tendría que tomar frente a un posible embarazo o si tengo alguna de las trescientas alergias que dice disparar. Y finalmente, cuando la letra minúscula ya me causa dolor de cabeza, hago una grulla con ese papelito y recuerdo que falta poco para que mi corazón deje de bailar Gilda, por que el único remedio se encuentra un poco más arriba, entre los dos ojos, justo en el Prosencefalo o cerebro anterior.

domingo, 30 de mayo de 2010

Pregunté



Siempre quise saber quién eras, cómo eras, hasta que no soporté más la distancia. Me acerqué, pasito a paso, y te dije “hola”. Me miraste y tu labio superior se levantó un poquito, de lado derecho, como los perros cuando están por ladrar. Di un paso hacia atrás, como en el pan y queso, pero al revés. “¿Cómo te llamás?”. Te mordiste el labio inferior y mi otro pie se trastabilló con su mellizo. “¿Te puedo ayudar con algo?” revoleaste los ojos como antes hacías con tu pollera y me diste tu peor perfil. Otro paso hacia atrás, siempre hacia atrás. Y finalmente te lo pregunté, me animé, aunque con voz de susurro, y escupí lo que por años quise saber: “¿Quién sos y para qué venís?”. Tu nuca fue la respuesta a mis dos preguntas. Hace años que te parás cerca con ganas de no estar, esperando algo que no creo que ni vos sepas. Hace años, no me atrevo a decir décadas, jugás a estar no queriendo y yo preguntándome ¿quién sos?, ¿cómo serás? Hasta que no me lo pregunté más.

sábado, 29 de mayo de 2010

Siempre lo digo

Ahora que no voy más al loquero suelo decir "mis amigas me dijeron que..." Quizás tenga que empezara decir "yo me dije que...".

domingo, 23 de mayo de 2010

Boliche



No soy una chica de levantar boliches. Y esto no es una cátedra de baja autoestima, simplemente no lo soy. Hay mujeres que caminan por un boliche y se les abre el camino por arte de magia. Otras que, causando el mismo efecto, no pueden caminar sin tropezar con la testosterona que se les abalanza desenfrenada. Yo cuando camino tengo que pedir “permiso” y rogar que el hombre o mujer que me taponea el paso se digne a moverse sin tirarme el vaso de cerveza encima.
No es que no soy chica de levantarme a todo el boliche. Ni a uno, ni a dos, ni a tres. Ni bailando, ni cuidando la pared mientras mis acompañantes esquivan candidatos. Pero no me quejo, tengo mi levante en otros ámbitos, tan poco saludables o no, como esos. Si señores, tengo levante. Creanlo o no yo también tengo mi propia testosterona envasada. Pero no suelo encontrarla en los boliches. Por lo general soy la encargada de mover las carteras. El tumulto de bolsos en el piso que mis amigas van descuidando a destiempo. Yo los muevo con mi patita cuarenta que arremete contra ellos como pala de excavadora. Y así me divierto, entre baile y baile, y entre patadita y patadon. A veces me siento una jugadora de fútbol profesional, o por lo menos de bochas, que de tanto en tanto mueve las caderas. Pero no es por eso que no me gustan los boliches. Hunde pero no ahoga. El calor, los empujones, el olor agrio de noche empastada se potencia en los antros de más de una pista. Lo bolichines por su parte tienen mi simpatía. Prefiero el olor a sobaco conocido que por conocer.
Pero pese a todo, cada tanto me gusta volver a ser la chica que está lejos de levantar boliches. La mente encuentra otra concentración bajo la música escandalosa, entre movimientos de cadera y un aleteo cuidadoso de brazos (son demasiado largos y demasiado torpes para explayarse con creatividad), la mente piensa diferente. Observar el zoológico también trae gratificaciones. Historias de amores desesperados, de una noche, de dos o tres salidas más y la que puede contar "yo a mi novio lo conocí en un boliche". Prometidos que celan a sus prometidas de tacos altos y polleras cortas, pero con el anillo bien puesto. Hombres que cazan, mujeres deseosas de ser cazadas. Mujeres que buscan presas, hombres que temen perder su hombría por no mear ellos primeros el árbol. Y los que más me gustan, los grupos estrambóticos que se divierten. Los que saltan con las rodillas bien altas, juegan a los indios, bailan su propia música sin escuchar lo que vomita el parlante. A los que no les importa que la bola de boliche penda de un hilo tan fino. Los que podrían estar haciendo lo mismo en el living de su casa pero que sin embargo no tiene problema de hacerlo en frente de todos, pisoteando la vergüenza. Es por eso que pese a no levantar ni el vaso roto del piso, de tanto en tanto, los boliches no están tan mal.

viernes, 21 de mayo de 2010

Hablando

Pocas personas me entienden cuando hablo. O por que empiezo la conversación en mi cabeza o por que la continúo. Se llama acelere, es cuando uno exterioriza las conversaciones después de haberla empezado en la cabeza por lo menos cinco minutos antes.


A veces intento hacerle un croquis a mi audiencia, pero la mayoría de las veces desespero y busco esa simple mirada que continúe mi discurso. El problema es cuando la conversación es de a dos, y peor aún si hay de por medio dos aparatejos tratando de comunicarnos. El teléfono retrasa aún más mis pensamientos. Me mientras analizo la conversación de hace dos minutos atrás y hago una lista mental de lo que quiero decir cuando del otro lado del tubo terminen de monologuear, intento prestar atención a cada letra de la palabra pronunciada (porque esa es mi gran debilidad, todo me interesa… siempre me interesa).


La peor parte se la suelen llevar los que intentan escucharme. Primero porque deben hacer el esfuerzo, muchas veces en vano, de intentarlo y segundo porque gran porcentaje de lo que digo son estupideces. ¡Salvado sea el que me encuentre con una copita de más! Y si es con una copita y uno de esos aparatejos inalámbricos en la mano… mejor cruzar la cerveza o ahogarme el celular en el vaso más cercano.


Pero a pesar de todo no puedo evitar hablar. Amo hablar. Aunque moleste, no dejo de disfrutarlo. Me desespero por hablar, quiero comunicar, aunque sea una incomunicación a gritos. El poder que me da el sonido de las palabras no es comparable.


Y si, de chiquita me decían loro o mi papá me gritaba “¡Cállate, cállate que me desesperas!”. La primera frase que escuchaba de mi mamá por la mañana era “no me organices la vida” y yo me quedaba con mi plan para todo el fin de semana dando vueltas en la cabeza, atrapada como mi canario naranjita, sin poder salir. Hasta que encontré la solución. Ajá, hablar sola no es solo la resolución de mi problema sino de gran parte de la sociedad, o de por lo menos (siendo menos obligo del mundo), de la gente cercana que no me tiene que escuchar decir tantas boludeces. Ni siquiera necesito un espejo, con hablarle al aire para que este lleve los sonidos a mis oídos basta, o por lo menos por un rato. Y no es signo de locura, ya se lo pregunté a mi loquera, es solo mi ambición por hablar que llega demasiado lejos.


Quizás esta sea la razón de mi profesión. Quizás no. Pero pocos se han dado cuenta que entregaron un arma demasiado peligrosa, para una mujer con tantas palabras. Pocos entienden lo que digo, pero mientras intento corregirlo, sé que hay un par que por lo menos me escuchan, o en su defecto, me leen.

martes, 18 de mayo de 2010

Tos(es)



Tengo que pensar en otra cosa para dejar de toser. Porque tengo dos tipos de tos(es). Una que nace en la garganta, producto de un asado al aire libre en una noche fría de mayo y otra que nace más abajo, no sé donde, pero es de las que pican. Y es ésta la que más me molesta, la que me hace convulsionar. Desconozco su origen, ni siquiera cuantos (orígenes) son. No sé si es falta o exceso de amor, aburrimiento sin tragedia o la proximidad de un buen dramón. Lo que sé es que voy por el tercer frasco de jarabe para la tos y los saltitos picantes no se detienen. Tengo tos y no quiero sacudirme más. Es mirar al cielorraso, con los ojitos achinados y escupir lo que me hace mal. Pero el que escupe para arriba… recibe su propia bendición. Tal vez sea el karma, todo lo que hacemos va y vuelve. Sea bueno o malo, desinteresado o con gustito a revancha.

¿Qué tipo de médico atiende a una tos con origen desconocido pero ciertamente no físico? No me digas el loquero por qué no te lo creo. Hace años que me doy una vuelta semanal por su sillón y la tos sigue picando, casa vez más fuerte y alejándose del síntoma de cosquilleo. Es más, creo que las cosquillas son cosas de chicos, como saltar en la cama o hacer vueltas carnero en los sillones. Por suerte vuelven en los cumpleaños y aminoran por un rato la tos. Pero no logran parar el avance inminente de la picazón que se desenrosca cada vez más por los espacios no físicos del cuerpo.
Tengo que pensar en otra cosa para dejar de toser. No tengo más ganas de salpicarme como un colchón usado. En el colectivo se me alejan, la vieja abre la ventana y el señor se tapa con su bufanda a cuadrillé. Es el fantasma de la gripe A o B o Z, ya no recuerdo cuál fue. Solo tengo tos, dos tipos de tos(es). Espero que no aparezca el tercero, me comentaron que hay uno para la edad y otro, parece, para el deseo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Pozo ciego



No es que te necesite, pero estoy sintiendo un vacío en mi pozo ciego. Es como un hoyito en un saco de arena. Una permeabilidad en la cañería de mi baño. Algo se está filtrando y no sé dónde está esa gotera que me arruina los pensamientos. Creo que es mi culpa. Nunca supe leer tus actitudes. Siempre me guié por las dos o tres palabras que decías en cada oración, pero no quise notar que las decías de espaldas, mirando hacia abajo, por donde pasaba el hilito de líquido que salía de mi cabeza e inundaba tus alcantarillas.
Es que tengo esa horrible obsesión con las palabras. Podías dejarme esperando por horas en una esquina, pero yo prefería leer una y otra vez el “estoy llegando tarde”, borroneado por la poca batería de mi celular.
Siempre pensé que me dejabas ganar en el pool, y que luego actuabas como mal perdedor para que yo me sintiera bien y me acercase a tu oreja para susurrarte que los perdedores también tenían recompensa. Fue hasta hace poco que entendí que ni siquiera te importaba que los viejos del fondo me mirasen el culo. Solo necesitabas tu cerveza de cinco grados que le mangueabas al chino con la excusa de no tener cambio.
No pensaba que tus silencios y la forma en que tus cejas se contorneaban al escucharme hablar tuviesen tanto sentido. Tanta amargura impertinente. Tendría que haberme fijado más en tus actitudes. En esas ganas locas por dejarme en mi casa lo más temprano posible, por planchar el lado de tu cama que supuestamente “me” pertenecía, cada vez que iba al baño. Tendría que haberme dado cuenta que no era bienvenida. Que te molestaba mi sombra sobre el televisor en el partido del domingo.
Pero me di cuenta. No puedo negarlo. Me di cuenta y en la balanza pesaron más tus palabras murmuradas que tu indiferencia silenciada. Pero solo hasta hoy. Hoy mientras lo pienso, cierro el hoyito de mi cerebro. Ya no gotea más ese líquido espeso que cae cada vez que pienso que te extraño. Porque lo pienso pero nunca lo hago. De a poquito el circulito se va cerrando, dejando de existir y yo me olvido del pool, de las esquinas en las que esperaba y de vos. No te quiero llamar así, pero por fin puedo hacerlo. Por fin hijo de puta, me atrevo a confesarte que no es que te necesite, sino que mi pozo ciego está empezando a esperar otro amor.

viernes, 7 de mayo de 2010

Ese forro



“¿Puede ser que solo esté enamorada cuando hacemos el amor?” - “No nena, eso es calentura”. No tenían más de dieciséis años, y eso era ser agradecida, o muy hija de puta. Sus voces se mezclaron con el final de la última canción, antes que el aparatito que me transpiraba en mi mano me dijera “down batt”. Mierda, me tendría que haber comprado un Ipod y no una marca X, dicen que la batería dura más. En los días largos, en los que salgo de noche y vuelvo de noche, la batería me llega hasta la mitad del día. Justo después del almuerzo y antes de fotografía.

Las dos chicas de pollera corta, polainas con lanitas enganchadas y remera anudada un poco más arriba de la pelvis, a pesar de la llegada del frío, cuándo más hay que taparse los riñones, se levantaron y clavaron el dedo en el timbre. “Pero al final no entiendo… ¿Estuviste o estuviste estuviste? Me reí por lo bajo, hay códigos que son universales y una se piensa que son propios, internos, y que nadie más se va a dar cuenta. Cómo cuando una era chica y hablaba de “que si te vino Andrés y que a mí me toca la visita de Andrés mañana y que Andy seguro me está por visitar porque me empezaron a crecer las tetas y que Ayy yo ya las tengo duras porque Andrés, el que viene una vez por mes, es muy puntual”.

“Estuve estuve”, dice la más bajita y se esconde bajo el cuello de su remera desteñida. La otra la mira con reprobación, con cara de madre prematura que se preocupa por que su hija, su amiga, está creciendo demasiado rápido. Bajaron hablando de lo mismo. La última palabra que escuché fue forro, pero la respuesta se la comió el acelerador de colectivo. Sin libro, sin música, volví a mis pensamientos. Me toqué la teta izquierda y la pulsera de madera en un par de intentos de choque pero más allá de eso solo desperté cuando el colectivo pasó mi parada. El éxtasis del viaje sentado había durado poco. Maldito cambio de mano, estúpida Santa Fe.

Mientras bajaba volví a pensar en ellas. Crucé los dedos para que la última pregunta tuviese un sí como respuesta. Ojalá que él no sea de los que espera hasta último momento, rezando para que ella no le pida nada. Ojalá, porque la vi chica, chiquita, más bien pequeñita. Porque aunque su cara de boca grande, nariz aguileña y aro simulando ser lunar, movía las cejas con gestos de grandeza, de no es tan grave, de “ya fue, no va a pasar nada”… sus ojos, chiquitos, redonditos, de un negro importante, sin una línea que dividiera la pupila del resto, reflejaban el miedo de alguien que esperaba, en lo más profundo, no estar creciendo demasiado rápido.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Imaginándote


El problema de vivir de la imaginación es que la realidad se torna opaca. Cuando soñar no cuesta nada, el precio final es mayor.

Los colectivos se tornan más amistosos, pero a la hora de bajar y volver a caminar, uno recuerda que lo que estaba en la cabeza no era real. Que la conversación nunca existió y que, cambiar las voces, no sirve de nada.

Que la clase de política internacional se vuelva un amor imposible en la India también puede llegar a alterar los factores de este mundo tan transnacional. Y es por eso que a veces, vivir de la imaginación puede ser un grave problema.

Un instante de felicidad y sonrisas acompasadas por los versos de canciones berretas incrustadas en las orejas, puede costar una amargura de 23 horas diarias. ¿Qué pesa más? Quién lo quiere saber… si son tan sabrosos esos minutos donde los pasos no duelen y las piernas juegan con los saltitos ajenos.

El problema de vivir de la imaginación es que la realidad se torna insoportable. Como la abstinencia o la ausencia de chocolate amargo en un invierno sin chimenea. Más vale cantarle las cuarenta que vivir leyendo los diarios.

martes, 30 de marzo de 2010



La felicidad brasilera es genética. Pero contagiosa. Por eso me tomo unos días de inspiración para volver con palabras bronceadas.

domingo, 28 de marzo de 2010

Mi primera vez


El primer sexo de una mujer (no me atrevo a hablar por los hombres) con otra persona (no me atrevo, en este momento, a hablar del sexo con una misma) es esa primerísima vez que rozas la piel de otro (no me atrevo a hablar de géneros) y el vientre se te pega a la médula espinal. Es esa vez que el común llama piel de gallina. El abdomen se contrae tanto, pero tanto, que sentís ser más flaca que nadie. No tiene edad. No me atrevo a decir una edad. Pero una lo siente. Una lo sabe. Es esa primera vez tan mencionada. Quizás no se lo digas a tus amigas, quizás no lo sepa nadie más que vos. Pero esa es tu primera vez. No implica miembros específicos. No implica amor. Implica roce, contacto, agallas, sentir que la piel de alguien más provoca más ruido que tus propias entrañas. Es un dolor de panza pero más. Es el primer dolor de corazón pero más. Nada tiene que ver con el amor, pero más.

Es que el primer sexo es tan importante como el último, salvo que recordás su nombre. Es que ese primer sexo es el que uno más siente. En el jardín, en cuarto grado, en la caída en el recreo de segundo, en la primera vez sola en la calle, en esa vez que querés pensar que ya está, pero después te das cuenta que no.

Es que el primer sexo es tan importante como el último, salvo que lo sentís. Son las horas contadas después de ese contacto, las vibraciones sentidas cada vez que lo recordás.

Es que el primer sexo es eso, todo. Eso todo. Todo eso. Sentir que ya no importan las miradas, por más que tu vida se cuente en miradas. Saber que solo se siente y que nadie más lo hará como uno cree que lo hace (siempre me pregunté si la intensidad de la sensibilidad es la misma para todos, cada uno en su sistema métrico, o que yo, egocéntrica empedernida, pienso que siento más).

El primer sexo es tan importante como el último, pero uno lo olvida (nunca el nombre) casi tanto como los otros. Es difícil diferenciar entre tanta mezcla. O entre tan poca mezcla. Porque, al fin y al cabo, el primer sexo es el principio de lo demás. El primer roce, el primer aliento interno, no la primera vez que el mundo llamará tu primera vez, la cresta de la ola, la incertidumbre de la nada, la mierda del Río de la Plata. Es una más, pero es esa, la primera vez.

El primer sexo es tan importante como el último, por eso algunos creen que no se olvida, se sigue sintiendo, se sigue pensando que el amor, el puro y basto amor, es eso, lo que muchos llaman, mi primer sexo. Quién se equivoca no lo sé. Por lo menos yo creo no haberlo olvidado.

lunes, 22 de marzo de 2010

Manual


Es domingo, llueve y quiero salir a llorar afuera. Siempre me pregunté qué sabor tendrían mis lágrimas mezcladas con agua destilada. Mi papá dice que cuando me vengan a buscar, me va a entregar con un manual. Esta es una de esas cosas que va a estar. “Si es domingo, llueve hace más de tres horas y tiene ganas de salir a llorar bajo la lluvia, déjela, evitarlo será peor”.
Que por la noche busco luces perdidas a los gritos, evito los bichos que caminan por mi almohada a las trompadas y que puedo aparecer en la cocina comiéndome un sándwich de milanesa con mucha mayonesa, mostaza y tomate, pero todo sin haber perturbado mi profundo sueño, también va a tener que figurar. Es que el sonambulismo es tan parte de mí como el helado de chocolate con almendras y dulce de leche, no lo puedo evitar.
“Sección heladera: Siempre habrá de haber aceitunas, leche para nesquik repentino a las tres de la mañana, mantecol y una buena base de coca cola light”. La lista podría seguir, pero si ese susodicho, que según mi papá va a llegar para llevamte, lo lee antes de firmar el contrato, estoy frita.
En algunos países dan dote, veintiún camellos, dos casas, un departamento en New York, alguna que otra alhaja del mercado indio… mi papá está escribiendo un manual de cómo sobrevivir a una vida junto a mí. Ni que fuera tan peligrosa… sé cocinar, se planchar, pero sobre todo sé ser independiente. Me pongo sola los pantalones y también me los sé sacar. Cruzo la calle solita y aprendí a mirar hacia los dos lados hace mucho tiempo atrás. El partido te lo veo entero, y la novela de la tarde también. Si me cagas a pedos sin sentido, te la devuelvo doble,que te recontra, y si me decís que me querés, mido la distancia entre tu alma y la mía y me zambullo de un chapuzón.
Es que sí, soy emocional, temperamental y todos los “al” que el futuro susudicho pueda esperar. Espero el día adecuado para llorar y puedo evitar la mirada si sé que no voy a poder mentir… me obsesiona organizar pero soy un desorden andante y tal vez si necesite un manual, aunque sea un par de páginas. Pero que no revele los misterios, que diga lo indispensable para no perder ni la mandíbula ni la cabeza. que tenga más de tres cuartos en blanco. Porque no hay nada más lindo que descubrir a una persona, aunque ya la conozcas hace años.

martes, 16 de marzo de 2010

Yo, Canchera



“No te hagas la canchera”. Canchera, ya había escuchado esa palabra antes, en séptimo grado, creo, pero hace mucho que nadie me la decía. Y resulta que el 2010 me la trajo repetidas veces. Canchera, o yo me volví una de esas que mascan chicle con la boca abierta y usan buzos en la cintura o la gente tiene un problema conmigo. Por las dudas me fui a comprar aros. Dicen que las cancheras usan aros grandes… bueno yo encontré unos perfectos. Si lo voy a ser, lo voy a ser a lo grande, con las manos en la cintura (parece que la palabra canchera siempre involucra a la cintura) y moviendo las caderas al ritmo de algún pop de moda. Es que si voy a ser canchera voy a saber cómo hacerlo, para que cuando me digan canchera pueda responder “si, lo che chs chs (ruido de chicle salivado), gracias”.

Porque si ahora entro en esa casillita de estereotipo quiero saber llevarlo con ovarios decorados con cancherismo. Imaginate, vas caminando por la calle y un obrero, de esos que tan amablemente empiezan las frases con “mamita” te grita: “¡Que pedazo de canchera!”, sabiendo la casilla que soy podría responder guiñando un ojo y explotando el globito del bobaloo en dirección a ese hombre. O quizás, cuando alguien me susurre al oído, en medio de un boliche ruidoso (a eso si, si soy canchera tengo que empezar a ir a boliches ruidosos de nuevo, un Caix quizás): “morochita canchera, que linda que estás”, yo pueda girar revoleando mi pelo a lo Diego Torres a principio de los noventa (anotación: voy a tener que dejarme crecer el pelo, concejo: anticonceptivos en el shampoo) y decirle “gracias bom bom” (definitivamente tengo que incorporar las palabras bom bom, dulce y chuchi a mi vocabulario). Pero qué difícil se es aceptar que, según el casillero del juego de la Oca, este año me tocó ser canchera. Demasiadas cosas por cambiar, demasiadas cosas por aprender. Quizás me combine esperar hasta el año que viene y ahí sí, sacar la canchera que está en mí. O quizás mejor, pensar que las casillitas que los otros tan amablemente me seden, no son más que equivocaciones de aquellos que no llegaron a conocerme. Pero al final, creo, esto de ser canchera creo que me está empezando a gustar.

domingo, 14 de marzo de 2010

Líneas



La primera hoja de otoño entró por mi ventana. Cómo todos los años, la colgué de mi lámpara. Al verla girar, sostenida en el aire y sin poder caer, no pude evitar ver las líneas dibujadas que marcaban el mapa de lo que alguna vez, supongo, fue su vida. Sin poder evitarlo me fijé en las mías. Las palmas de mis manos están llenas de líneas, más que el promedio, más que cualquier otra mano que se esté acercando a la mitad de sus veinte. Mi mano se parece más a la de una anciana. Demasiados amores platónicos me dijo alguna vez, uno de aquellos, los que saben leerla. Parece que cada una de las líneas pequeñas e inconclusas que tengo se debe a esos amores unidireccionales. Y está esa otra, la larga, la que me dice que soy longeva y que moriré “en pleno uso de mis facultades mentales”. También la de los hijos (mejor guardar el secreto) la de las amigas, benditas sean las rayas que me procuran una vida siempre cerca de ellas. Pero están las que no sé leer. Las que me hablan de una vida de realizaciones espirituales, de ese ser que sostiene su propia mano. ¿Cuáles serán las líneas de los abusos y errores? ¿Cuáles las del aburrimiento? Debe haber líneas de aburrimiento.
La hoja sigue ahí colgada, sostenida en el tiempo, sin caer nunca al suelo. Cada vez más arrugada, más marrón, más rota. Se adelantó al otoño y paga sus consecuencias. De no haber entrado por mi ventana no estaría ni pintada, ni rota, ni suspendida. Pero de no haber entrado por mi ventana yo no estaría pensando, de nuevo, si el destino realmente está escrito en mi cuerpo o si soy yo quien luego de cada sonrisa o cada herida, marco una nueva línea en la palma de mi mano.

jueves, 11 de marzo de 2010

Ana y su fetiche



“Creo que me enamoré”, me dijo por quinta vez en el mes. “Sí, estoy casi segura que es amor”, volvió a repetir. “Es artista”, todos eran artistas y si no lo eran duraban menos que los artistas. “Pinta, con una pasión, lo que él hace realmente es arte”, tuve ganas de preguntarle qué era realmente el arte pero sabía la respuesta, para ella ese arte era como la vos celestial del guitarrista de rock pesado que duró siete semanas o como la fuerza del aire del saxofonista que después apenas podía hablar y lo que decía tenía sentido a nada.
“En serio, creo que esta vez va para rato”, como si la importancia se midiese en tiempo.Yo la conozco, en cada una de sus etapas la conozco. Por cada cosa que escribe o dice la reconozco. Y lo que alguna vez fue amor de 48 hs se vuela como el polvo y pasa a ser el sufrimiento más descarnado que puede llegar a durar meses u horas. Pero es sufrimiento real, no de ella, no de los que la rodean, de la humanidad sino más.
A veces no sé si es demasiado inteligente o perfectamente estúpida. Sufre con una angustia galopante las arrugas de las superficies más planas. Como si la pusiera triste el aburrimiento y después le angustiase que su dolor valga tan poco. Definitivamente no quiero estar el día que la astilla se convierta en clavo.
“No era el indicado, si no se quedó es porque no era el indicado”, me dijo veintitrés días después de nuestra primera charla. “El tampoco era el indicado” y su suspiro duró cuatro minutos. Bastante largo si recuerdo que nuestra charla no pasó los diez. Bastante corto si recuerdo los anteriores. “Pero era artista” me dijo con su voz lastimosa de no puedo estar sola. “Los fetiches nunca son buenos”, le respondí por fin. Pero Ana no entendió lo que significaba la palabra y, hundiendo la punta de su nariz en el helado se despidió de mi, hasta su próximo amor.

lunes, 8 de marzo de 2010

Carta para M


(Los que no creen en el amor entre seres humanos y animales abstenerse)
Otra vez una tonta película de Hollywood me hace pensar. Será que me estoy volviendo o muy tarada o muy sentimental. Pero me acordé de vos y por un ojo lloraba por Marley y por el otro por vos, Mandy. Será la coincidencia de las M o qué, pero no pude dejar de recordarte. Desde el día que llegaste, en una caja con agujeritos y una tarjeta con una cigüeña, después de tantas promesas de cuidado, paseos diarios y dedicación profunda “como si fuera mi propia hija papi, te lo juro que la voy a cuidar como a mi Nenuco”... hasta el día que te fuiste y que no pude estar al lado tuyo. Pero al final fuiste mi hermanita. La que dormía al lado mío y no se separaba un segundo. La que me ignoraba después de cada viaje por que la había dejado sola. La que roncaba y se tiraba los pedos más olorosos que olí en mi vida. La que se comió un kilo de milanesas crudas, dos docenas de medialunas (de las de dulce de leche) un kilo de torta fritas recién hechas y, entre otras cosas, se tomó casi cinco litros de aceite.No es una carta de golpe bajo, o por lo menos no pretende serla. Pero hoy, que Simona es parte de la familia (tu nueva hermanita) y que le dejan hacer todo lo que no hacías vos (como ladrarías si vieses a otra perra en la cama entre mamá y papá, ese lugar que solo disfrutabas cuando se iban de vacaciones), no puedo dejar de ver en ella las mismas caritas que me ponías cuando la tarde estaba aburrida y la correa permanecía colgada, inmóvil, siempre en el mismo lugar.La gente que nunca tuvo perro no entiende y aún algunos que sí tuvieron tampoco entenderían nunca. No es cuestión de botitas y capita para la lluvia. No es cuestión de ser “la loca de la perra humanizada” o que según mis amigas estuvieses enamorada de papá por eso no querías a ningún perro. Es cuestión de todo lo que me diste, y lo que me seguís dando. Esos recuerdos que me siguen haciendo reír, la vez que te emborrachaste con licor de chocolate o te robaste el pegamento. Cuando llorabas sin parar y papá no pudo hacer otra cosa que traerte hasta mi cuarto y acostarte encima de mí para que escucharas mi corazón y te calmaras.Son millones de historias para recordar. Y es saber que hasta en el último momento pensaste en nosotros. Dicen que los perros hacen todo lo posible para que los dueños no sufran y vos hiciste justo eso cuando llegó el momento. Decidiste por si sola y antes que mamá y papá tuvieran que tomar una decisión apagaste tu corazoncito.Tan solo quería avisarte que todavía estás acá y que no te olvidé, nadie te olvidó. Y que te recuerdo en todos los momentos, desde que eras un sabuesito insoportable hasta cuando eras mi mapache preferido, con tu antifaz de canas. Esta es mi carta para vos M. hace rato que tenía ganas, pero creo que recién hoy puedo escribirte y decírtelo.Para mi primera hermanita perruna. Mi mandarina preferida. Te ama siempre, tu hermanita humana.

lunes, 1 de marzo de 2010

De esas soledades


Alguien me dijo que no es lo mismo la soledad interna que la soledad en el mundo. Y si, no es lo mismo, ¿pero qué pasa cuando ambas se juntan?
Los lunes en la ventana son mis preferidos. Salvo cuando pasa el camión de la basura, el aire suele ser más limpio. Aire de principio de semana. Como aire de desintoxicación.
Pero hay lunes de series repetidas a horas que nada importa, mezcladas con juegos de bolitas que se explotan y que luego de muchas veces, dejan de tener el sentido anti estrés.
Y hay lunes de dudas. Lunes de preguntarse si uno realmente está perdiendo la cabeza y de si vale tanto preguntárselo por que todos se empecinan en decir que todo se está terminando.
Hay lunes de adicciones, de pensamientos entrecruzados.
Y están esos lunes de soledad. De la profunda, de la verdadera, de la que te hace pensar. Cuan buenos pueden ser los impulsos cuando uno le tiene miedo. Cuan espontáneos son si uno no deja de pensarlos. y al final les tiene miedo. ¿De no poder concretarlos? ¿De no poder con ellos?
Y todo se reduce de nuevo a eso… Alguien me dijo que no es lo mismo la soledad interna que la soledad del mundo. Lo que no me dijo es que pasa cuando ambas deciden aparecer juntas, al mismo tiempo.

viernes, 26 de febrero de 2010

Razones



La mayoría de las cosas se definen más por las razones que las niegan que por las que las habilitan. Es por eso que, cuando ocurren, tiene el doble de valor.

jueves, 25 de febrero de 2010

lunes, 22 de febrero de 2010

Un pacto

Y como cliché de adolescente nacida a fines de los 80, cada vez que escuchaba “un pacto” de la Bersuit, se le acribillaba el corazón de angustia. Tantos amores inconclusos fundados en una locura hormonal incesante que la habían hecho llorar al cielo, bajo ese ritmo de ridícula agonía. Horas de tinta desperdiciada en hojas arrancadas para terminar siéndole útil a algún cartonero. Chocolates viejos guardados en latas de galletita de free shop, para aquellos momentos de aneurismas cardíacos. Canciones gastadas por gritos que las tapaban. No importa cuántas películas de amor haya visto. Siempre van a tener más sentido que su propia historia. Es que siempre supo que los amores unidireccionales no eran de durar. Igual que los de verano. Es estúpido pensar que alguna vez pueden llegar a durar más allá de la primera hoja de otoño. Su mano estaba llena de amores platónicos, sin una línea que los uniera. Quería ser patéticamente perfecta día a día. Era parte de dejar atrás la adolescencia. Y finalmente, como ese pacto que tan extraño sentimiento le producía, un día dejó de pensar en ello. Y pensó haber crecido, pero lo más probables es que simplemente, haya dejado de sentir.
(extracto del futuro monólogo "De porqué el amor
y el sexo nos puede parecer tan inseparable y no lo son tanto").

Catarsis Incaica I


Cuán difícil es volver a escribir cuando las palabras quedaron regadas en el camino. Ni cliché ni falsa espiritualidad, el Camino del Inca es esa conexión interna que uno necesita cuando las cosas parecen estar por estallar. Y tal vez estallen. Quizás a la vuelta por fin vuelen por el aire los miles de pedacitos de mi cerebro explosionado. Pero ahora estoy acá, en un camino donde confundo los buenos con los malos. Donde no sé quién invade a quien y donde quedó todo aquello que alguna vez pensé que tenía sentido. He aprendido que la historia nunca tiene sentido, no más que el dado por el hombre y que hay flor de hijos de puta que pretenden dar a conocer solo parte de esa verdad. Por suerte cada tanto la tierra resurge para explicarnos el otro lado de la verdad. Tengo ataques y no sé de qué. Son como espejismos de sentimientos. Creo sentirlos a lo lejos pero no son más que sueños nublados por la realidad. Y pienso en tantas cosas… pienso en lo que vale el futuro, en lo que vale el pasado y en lo que condicionan a mi presente. Me recuerdo que no soy una mujer que ama demasiado sino que ama, le gusta amar y punto. Y los pies no paran, porque si paro pierdo mi ritmo y la roca que me espera en la cima pasa a convertirse en una más cercana o en la que está justo a tres pasos de mi camino. Tengo esas ganas inmensas de no dejar de moverme. Las piernas no se cruzan, tamborilean contra el suelo arenoso y ese enorme miedo basado en algo que ya salió mal deja de invadirme. ¡Qué difíciles son los caminos para aquellos que ostentan ser chuecos!De lejos escucho una de esas frases que me persiguen: “Yaya hace tu gracia” y uno de mis chistes malos e imitaciones sin ritmo cobran vida. No sé si soy graciosa, pero me río hasta las lágrimas y prefiero arrugas de risa que botox de angustia.El camino dura lo que tiene que durar. Ahora los que piensan son mis cuádriceps. No puedo creer estar en esa ciudad que tanto soñé, que tanto estudié y que hasta coleccioné en las figuritas de Billiken. Son tantas las cosas que juegan dentro mío, intento guardar en una cajita mental cada una de las historias que el guía me dice. Intento pensar que me conecta con ellos. Escondo tres hojas de coca debajo de una piedra y le digo gracias a la pacha mama. Hasta ahora, la mitad de mi deseo no se va a cumplir… ya no me lo cumplió. Pero no la culpo, me acuerdo del papel del alfajor que tiré más de una vez en la calle y acepto el merecido.Puedo seguir diciendo, y recordando para luego escribir, millones de pelotudeces, pero prefiero callar mi mente. Cierro los ojos, los oídos, la boca y me cuesta poco y nada perderme. Frente a esa piedra sagrada que me eriza los pelos por la fuerza del cuarzo. Me encierro y me pierdo.

viernes, 1 de enero de 2010

Nunca leen estas cosas II

Hablamos de arte. Del arte en muchas formas. Nos cuesta encasillar, pero sabemos que existe la música, el teatro, la danza, la fotografía, el diseño, el cine, la pintura y todo eso junto y más, mucho más… pero [también] existe la metamorfosis y en eso somos expertos. Decir que nuestra revista habla de múltiples corrientes sería un chiste malo (o bueno), pero por las dudas vale aclararlo.