viernes, 4 de junio de 2010

Prospecto


Cuando un remedio cae en mis manos no puedo evitar leer el prospecto. Es algo que viene con mi segundo apellido. Como las caras de culo y las piernas flacas y largas, provienen del segundo. También es herencia paterna los latidos bailanteros. A mi hermana le pasa cuando toma demasiada coca cola, a mí cuando me desgarran el corazón. El otro día fui al médico y me dijo “arritmia” yo le contesté “no, me vaciaron demasiado rápido el corazón ”. Es estúpido adjudicarle la baja de presión y las ganas de dormir constantemente a un desarreglo sentimental, pero a veces no hay una causa física. Habrá que esperar los resultados pero estoy segura que seguiré siendo la chica promedio de los laboratorios.
¿Te dije soltera, solterísima, soy sola? No, nada de eso, soy conmigo y lamentablemente a veces alcanza y otras no. Algunos días agradezco no tener a nadie a mi lado, son esos momentos donde el bobo late con su frecuencia normal, aburrida, estándar. Otros días, navegando entre canciones dignas de alterar hasta al diabético más cuidadoso, mi corazón baila al ritmo de la mejor cumbia de Pablo Lescano. Y me agarro el pecho, como si me agarrase con fuerza la teta izquierda ante un mal presagio, y lo siento, lo escucho en mis tímpanos, acompaña el ritmo de mis pensamientos y el electrocardiograma mueve sus agujitas como el aparato que mide la escala de Richter.
Es ahí cuando recurro a los prospectos, los leo, evalúo sus efectos, sus contradicciones, si los tendría que tomar frente a un posible embarazo o si tengo alguna de las trescientas alergias que dice disparar. Y finalmente, cuando la letra minúscula ya me causa dolor de cabeza, hago una grulla con ese papelito y recuerdo que falta poco para que mi corazón deje de bailar Gilda, por que el único remedio se encuentra un poco más arriba, entre los dos ojos, justo en el Prosencefalo o cerebro anterior.

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