viernes, 29 de octubre de 2010

Agridulce


Entre un corazón anarquista y un cerebro neoliberal. Es difícil pretender que los demás se pongan de acuerdo si ni mi propio cuerpo lo hace. Ese amor sin barreras, sin ataduras, que lucha contra la familia tipo ideal. Las ganas de amar libremente, sin pensar en el futuro, juega a ser moda y no puede luchar contra los ideales que rigen la vida de uno y del otro. Esa maldita manía de planear, de tener los ahorros de una vida, preparada ante una eventual fatalidad. En su contra, la abolición total de los estados. Del estado de amar, de odiar, de tristeza. La desaparición de jerarquías internas, de importancias innecesarias, absurdas, nocivas.


Lo salado hace lo dulce más dulce. Lo dulce hace lo dulce más amargo. Como cuando uno come una torta de chocolate acompañada de un té y las seis cucharadas de azúcar semi disueltas parecen no endulzar. Esa misma sensación que produce la coca cola, cuando la tomamos luego de un helado, y las burbujas de gas le juegan batalla al paladar congelado. Esa satisfacción por el sentido desorbitado.

A veces, la pérdida de sentidos ayuda al encuentro. Dos locos sueltos dentro de un laberinto. Buscando la salida, el orificio final que los lleve a la libertad que pretenden. La que les enseñaron a desear. La que creen como propia. ¿Y si para llegar a la libertad no hay salida sino otra entrada?

Entre un corazón anarquista y un cerebro neoliberal prefiero tomarme un vaso de coca luego de un helado de crema. Es la misma sensación de satisfacción por el sentido desorbitado. 

jueves, 21 de octubre de 2010

Desorden


Es como intentar resolver una ecuación y que siempre te de mal. No pido la solución al reverso de la hoja, pero si, aunque sea, una ayuda. Una pista que me diga que voy por el camino indicado. ¿Leíste mi mensaje? ¿Te llegó mi llamada perdida? Las mujeres podemos ser tan patéticas como los hombres, la diferencia es que a ellos les sale mejor.
No sé si alguna vez te dije la verdad sin pensar primero si no estaba diciendo una mentira. No sé si hay alguien preparado para aguantar mis desordenes amorosos. Son como la dieta, cada vez que intento abstenerme del azúcar, aparece un cumpleaños con mesa dulce.
A veces las soluciones son cortas, y rápidas, pero cuesta encontrarlas. A veces la solución es sentarse a esperar que pase el empache de angustia. Y ahí aparece la impaciencia. Las ganas del “todo ya”, la no creencia en el tiempo. ¡Lo absurdo del tiempo! El porqué de lo no momentáneo, de la sucesión de hechos para pasar de estado. De la increíble pero verdadera verdad de que no todo depende de nosotros y, aunque dependa, estamos subordinados al tiempo, a la memoria y a la presencia indeterminada de aquello que no queremos.
Lo que no se resuelve con un chocolate, se intenta de olvidar con una cama de clavos. La obscenidad de la fuerza con la cual se intenta seguir lleva a medidas desmesuradas para la pequeñez del evento. Ese dramatismo que te acompaña tu vida, el autoflagelamiento por cosas que no trascienden la semana y esas ganas enormes de meter la cabeza en la arena.
Pero todo, en cuanto el tiempo lo permita, tiende a pasar, a ser un mero recuerdo de sonrisa borrada, hasta llegar a ser carcajada de simpleza. El que te dejó será dejado y cuando dejaste, alguien te dejó. Sin importar si se habla del amor, la amistad, la carencia de ambas o la presencia de ellas en su conjunto. Girar y hacer girar. Rebotar y que te reboten. Pensar y ser pensado. Vale la pena la esclavitud del tiempo, si vale la pena vivir todo aquello.

domingo, 10 de octubre de 2010

Malcriada


Me gustás por que cortas las tostadas en triangulito y me servís el café amargo apenas empiezo a quejarme. Me encantás por que sabés que no me tenés que hablar hasta la hora y media de haberme despertado. Me facinás por que los jueves a la noche me traes los fideos en un tupper y me dejás tomar la coca cola light del pico, aunque quede sucio con manteca y pedacitos de queso. Me enamorás cuando te das cuenta que me dormí, me sacás los anteojos, marcás la página del libro doblando la puntita de la hoja y me das un beso en la nariz. 

Confieso que lo hago a propósito, solo para sentir ese beso. Admiro tu paciencia cuando te quedás sin bóxers, porque te los usé todos, en uno de mis fin de semanas menopáusicos, de galletitas y televisión. Te admiro por la paciencia que me tenés aún cuando ni yo me soporto. Pero odio, te odio, cuando me decís malcriada. Porque para que yo sea malcriada alguien me tiene que malcriar. Y ese alguien sos vos. Yo no te pido el desayuno en la cama, ni que no me digas buen día al despertarme. Tampoco te pido los fideos en un tupper y estaría bueno de vez en cuando usar un vaso. No me importa dormir con anteojos, me los saco dormida, ni perderme en el libro, aprovecho para releer. En vez de bóxers puedo usar mis shorts de pijama y nadie te pide que me aguantes, una puteada cada tanto me ayudaría a salir de tu monotonía. Por eso, para que yo sea malcriada, tiene que haber un malcriador. Y en este caso mi querido consuelo, sos vos.