Entre un corazón anarquista y un cerebro neoliberal. Es difícil pretender que los demás se pongan de acuerdo si ni mi propio cuerpo lo hace. Ese amor sin barreras, sin ataduras, que lucha contra la familia tipo ideal. Las ganas de amar libremente, sin pensar en el futuro, juega a ser moda y no puede luchar contra los ideales que rigen la vida de uno y del otro. Esa maldita manía de planear, de tener los ahorros de una vida, preparada ante una eventual fatalidad. En su contra, la abolición total de los estados. Del estado de amar, de odiar, de tristeza. La desaparición de jerarquías internas, de importancias innecesarias, absurdas, nocivas.
Lo salado hace lo dulce más dulce. Lo dulce hace lo dulce más amargo. Como cuando uno come una torta de chocolate acompañada de un té y las seis cucharadas de azúcar semi disueltas parecen no endulzar. Esa misma sensación que produce la coca cola, cuando la tomamos luego de un helado, y las burbujas de gas le juegan batalla al paladar congelado. Esa satisfacción por el sentido desorbitado.
A veces, la pérdida de sentidos ayuda al encuentro. Dos locos sueltos dentro de un laberinto. Buscando la salida, el orificio final que los lleve a la libertad que pretenden. La que les enseñaron a desear. La que creen como propia. ¿Y si para llegar a la libertad no hay salida sino otra entrada?
Entre un corazón anarquista y un cerebro neoliberal prefiero tomarme un vaso de coca luego de un helado de crema. Es la misma sensación de satisfacción por el sentido desorbitado.