jueves, 21 de octubre de 2010

Desorden


Es como intentar resolver una ecuación y que siempre te de mal. No pido la solución al reverso de la hoja, pero si, aunque sea, una ayuda. Una pista que me diga que voy por el camino indicado. ¿Leíste mi mensaje? ¿Te llegó mi llamada perdida? Las mujeres podemos ser tan patéticas como los hombres, la diferencia es que a ellos les sale mejor.
No sé si alguna vez te dije la verdad sin pensar primero si no estaba diciendo una mentira. No sé si hay alguien preparado para aguantar mis desordenes amorosos. Son como la dieta, cada vez que intento abstenerme del azúcar, aparece un cumpleaños con mesa dulce.
A veces las soluciones son cortas, y rápidas, pero cuesta encontrarlas. A veces la solución es sentarse a esperar que pase el empache de angustia. Y ahí aparece la impaciencia. Las ganas del “todo ya”, la no creencia en el tiempo. ¡Lo absurdo del tiempo! El porqué de lo no momentáneo, de la sucesión de hechos para pasar de estado. De la increíble pero verdadera verdad de que no todo depende de nosotros y, aunque dependa, estamos subordinados al tiempo, a la memoria y a la presencia indeterminada de aquello que no queremos.
Lo que no se resuelve con un chocolate, se intenta de olvidar con una cama de clavos. La obscenidad de la fuerza con la cual se intenta seguir lleva a medidas desmesuradas para la pequeñez del evento. Ese dramatismo que te acompaña tu vida, el autoflagelamiento por cosas que no trascienden la semana y esas ganas enormes de meter la cabeza en la arena.
Pero todo, en cuanto el tiempo lo permita, tiende a pasar, a ser un mero recuerdo de sonrisa borrada, hasta llegar a ser carcajada de simpleza. El que te dejó será dejado y cuando dejaste, alguien te dejó. Sin importar si se habla del amor, la amistad, la carencia de ambas o la presencia de ellas en su conjunto. Girar y hacer girar. Rebotar y que te reboten. Pensar y ser pensado. Vale la pena la esclavitud del tiempo, si vale la pena vivir todo aquello.

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