viernes, 21 de mayo de 2010

Hablando

Pocas personas me entienden cuando hablo. O por que empiezo la conversación en mi cabeza o por que la continúo. Se llama acelere, es cuando uno exterioriza las conversaciones después de haberla empezado en la cabeza por lo menos cinco minutos antes.


A veces intento hacerle un croquis a mi audiencia, pero la mayoría de las veces desespero y busco esa simple mirada que continúe mi discurso. El problema es cuando la conversación es de a dos, y peor aún si hay de por medio dos aparatejos tratando de comunicarnos. El teléfono retrasa aún más mis pensamientos. Me mientras analizo la conversación de hace dos minutos atrás y hago una lista mental de lo que quiero decir cuando del otro lado del tubo terminen de monologuear, intento prestar atención a cada letra de la palabra pronunciada (porque esa es mi gran debilidad, todo me interesa… siempre me interesa).


La peor parte se la suelen llevar los que intentan escucharme. Primero porque deben hacer el esfuerzo, muchas veces en vano, de intentarlo y segundo porque gran porcentaje de lo que digo son estupideces. ¡Salvado sea el que me encuentre con una copita de más! Y si es con una copita y uno de esos aparatejos inalámbricos en la mano… mejor cruzar la cerveza o ahogarme el celular en el vaso más cercano.


Pero a pesar de todo no puedo evitar hablar. Amo hablar. Aunque moleste, no dejo de disfrutarlo. Me desespero por hablar, quiero comunicar, aunque sea una incomunicación a gritos. El poder que me da el sonido de las palabras no es comparable.


Y si, de chiquita me decían loro o mi papá me gritaba “¡Cállate, cállate que me desesperas!”. La primera frase que escuchaba de mi mamá por la mañana era “no me organices la vida” y yo me quedaba con mi plan para todo el fin de semana dando vueltas en la cabeza, atrapada como mi canario naranjita, sin poder salir. Hasta que encontré la solución. Ajá, hablar sola no es solo la resolución de mi problema sino de gran parte de la sociedad, o de por lo menos (siendo menos obligo del mundo), de la gente cercana que no me tiene que escuchar decir tantas boludeces. Ni siquiera necesito un espejo, con hablarle al aire para que este lleve los sonidos a mis oídos basta, o por lo menos por un rato. Y no es signo de locura, ya se lo pregunté a mi loquera, es solo mi ambición por hablar que llega demasiado lejos.


Quizás esta sea la razón de mi profesión. Quizás no. Pero pocos se han dado cuenta que entregaron un arma demasiado peligrosa, para una mujer con tantas palabras. Pocos entienden lo que digo, pero mientras intento corregirlo, sé que hay un par que por lo menos me escuchan, o en su defecto, me leen.

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