viernes, 7 de mayo de 2010

Ese forro



“¿Puede ser que solo esté enamorada cuando hacemos el amor?” - “No nena, eso es calentura”. No tenían más de dieciséis años, y eso era ser agradecida, o muy hija de puta. Sus voces se mezclaron con el final de la última canción, antes que el aparatito que me transpiraba en mi mano me dijera “down batt”. Mierda, me tendría que haber comprado un Ipod y no una marca X, dicen que la batería dura más. En los días largos, en los que salgo de noche y vuelvo de noche, la batería me llega hasta la mitad del día. Justo después del almuerzo y antes de fotografía.

Las dos chicas de pollera corta, polainas con lanitas enganchadas y remera anudada un poco más arriba de la pelvis, a pesar de la llegada del frío, cuándo más hay que taparse los riñones, se levantaron y clavaron el dedo en el timbre. “Pero al final no entiendo… ¿Estuviste o estuviste estuviste? Me reí por lo bajo, hay códigos que son universales y una se piensa que son propios, internos, y que nadie más se va a dar cuenta. Cómo cuando una era chica y hablaba de “que si te vino Andrés y que a mí me toca la visita de Andrés mañana y que Andy seguro me está por visitar porque me empezaron a crecer las tetas y que Ayy yo ya las tengo duras porque Andrés, el que viene una vez por mes, es muy puntual”.

“Estuve estuve”, dice la más bajita y se esconde bajo el cuello de su remera desteñida. La otra la mira con reprobación, con cara de madre prematura que se preocupa por que su hija, su amiga, está creciendo demasiado rápido. Bajaron hablando de lo mismo. La última palabra que escuché fue forro, pero la respuesta se la comió el acelerador de colectivo. Sin libro, sin música, volví a mis pensamientos. Me toqué la teta izquierda y la pulsera de madera en un par de intentos de choque pero más allá de eso solo desperté cuando el colectivo pasó mi parada. El éxtasis del viaje sentado había durado poco. Maldito cambio de mano, estúpida Santa Fe.

Mientras bajaba volví a pensar en ellas. Crucé los dedos para que la última pregunta tuviese un sí como respuesta. Ojalá que él no sea de los que espera hasta último momento, rezando para que ella no le pida nada. Ojalá, porque la vi chica, chiquita, más bien pequeñita. Porque aunque su cara de boca grande, nariz aguileña y aro simulando ser lunar, movía las cejas con gestos de grandeza, de no es tan grave, de “ya fue, no va a pasar nada”… sus ojos, chiquitos, redonditos, de un negro importante, sin una línea que dividiera la pupila del resto, reflejaban el miedo de alguien que esperaba, en lo más profundo, no estar creciendo demasiado rápido.

1 comentario:

  1. De casualidad te lei, me encanto. me has hecho sentir ESAS
    ganas de escribir de nuevo...te felicito, muy crudo, muy real, simplemente bello.

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