domingo, 14 de marzo de 2010

Líneas



La primera hoja de otoño entró por mi ventana. Cómo todos los años, la colgué de mi lámpara. Al verla girar, sostenida en el aire y sin poder caer, no pude evitar ver las líneas dibujadas que marcaban el mapa de lo que alguna vez, supongo, fue su vida. Sin poder evitarlo me fijé en las mías. Las palmas de mis manos están llenas de líneas, más que el promedio, más que cualquier otra mano que se esté acercando a la mitad de sus veinte. Mi mano se parece más a la de una anciana. Demasiados amores platónicos me dijo alguna vez, uno de aquellos, los que saben leerla. Parece que cada una de las líneas pequeñas e inconclusas que tengo se debe a esos amores unidireccionales. Y está esa otra, la larga, la que me dice que soy longeva y que moriré “en pleno uso de mis facultades mentales”. También la de los hijos (mejor guardar el secreto) la de las amigas, benditas sean las rayas que me procuran una vida siempre cerca de ellas. Pero están las que no sé leer. Las que me hablan de una vida de realizaciones espirituales, de ese ser que sostiene su propia mano. ¿Cuáles serán las líneas de los abusos y errores? ¿Cuáles las del aburrimiento? Debe haber líneas de aburrimiento.
La hoja sigue ahí colgada, sostenida en el tiempo, sin caer nunca al suelo. Cada vez más arrugada, más marrón, más rota. Se adelantó al otoño y paga sus consecuencias. De no haber entrado por mi ventana no estaría ni pintada, ni rota, ni suspendida. Pero de no haber entrado por mi ventana yo no estaría pensando, de nuevo, si el destino realmente está escrito en mi cuerpo o si soy yo quien luego de cada sonrisa o cada herida, marco una nueva línea en la palma de mi mano.

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