jueves, 4 de noviembre de 2010

De taquito


Seamos claros. Sal y pimienta. ¿Vos sabes lo difícil que es caminar con tacos en esta puta ciudad? Ponete tus botines flúor y pasea por la pista de hielo a ver si sos tan macho. Si me tambaleo, si me esguinzo, si parezco una jirafa atrapada en el subte es porque quiero. Porque los tacos, esos tres, seis, ocho centímetros, te dejan ver desde un poquito más arriba, donde las ramas se enganchan en el pelo pero las ideas se aclaran pasito a paso. 

Sobre zancos el autoestima se endereza. Los hombros se agachan y retroceden unos toquecitos. Al principio las piernas tiemblan pero con orgullo. Y cada paso, cada tropezón, es luchar entre el arrepentimiento por haber dejado de lado las chatitas y el “no es tan difícil” de una baldosa más sin caída. 


Sabemos que es don de las petizas el uso magistral de los tacos y sobre todo de los aguja. Sabemos que para ellas es más común usarlos que dejarlos de lado. Hasta en la playa se pueden divisar, entre los plaf plaf de la arena mojada, las ojotas con plataforma. Pero las altas también tenemos derecho. No importa el metro setenta que marque que estás dentro de las que miden a ver si tu hombre es más alto o no. Los tacos siguen siendo un derecho.


Y como el Kun Agüero roba unos centímetros con su crestita de gallo cocorito, nosotras las mujeres, altas o bajas, le sumamos una medida al autoestima que, cada tanto, se siente abajo de los tacos.

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