martes, 2 de julio de 2013

La extraña sensación de no extrañar


Vi a un nene correr, escapando de su hermano, y lo sentí. Ese miedo feliz, lleno de nerviosismo y con la contradicción a cuestas de querer huir y ser atrapado. Esa que sólo le pertenece a la niñez, cuando el escapar es un placer.

Y vi a una nena, desesperada, comiendo el helado que ya cubría toda su mano. Y recordé esas ganas de lo inmediato, de la rapidez, pero saboreando cada minuto, cada pliegue de los dedos.

Hay momentos que sólo se pueden recordar con sensaciones, que ya no vuelven. Y ahora, que miro para otro lado, me acuerdo de aquella vista, la de hace días, meses, años, no tan lejana, pero a la vez tan distante, que sólo se siente con el recuerdo. Y aunque vuelva a los mismos lugares, ya son otros. Y aunque quiera saborear y oler lo que el tiempo me alejó, el hoy ya es otro, y el ayer no es más que un extraño al que miro con la bipolaridad de la simpatía y la pena.

Y lo feliz se mezcla con la extraña sensación de no extrañar lo que ya no está. Los cambios son raros, más aún cuando te sientan bien.

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