viernes, 13 de mayo de 2011

Hagamos terapia


Sesión de terapia. Tema nuevo. Conflicto nuevo. Psicóloga nueva. Una nueva relación de confianza por construir. Hay que ser realistas, empezar terapia de nuevo da mucha fiaca. Te devuelve a los conflictos de tu adolescencia, a las sombras ocultas entre tu infancia utópica y esas ganas inmensas de saber quien sos.

Es difícil, nadie lo niega, pero útil. La terapia no reemplaza a las charlas de amigas, a los consejos de las que te conocen, al comentario perfecto de tu amigo gay que tiene el plus de entenderlos y ser a la vez. Le da un plus, reconfirma teorías y hecha por la borda las estupideces que solo se te ocurren un viernes a la noche, borrachera de dos copas de vino mediante y unas ganas increíble de que tu cama no esté tan vacía. No resuelve el Edipo, pero te lo muestra. No resuelve las lagunas mentales, pero las achica. No te da la fórmula mágica de la felicidad, pero te enumera los motivos para no sentirte tan desdichada.

Hagamos terapia. Grupal. Que sea de a dos, que sea de a tres. No importa. Pensemos. Imaginemos que tenemos esas ganas locas de que todo no sea tan complicado. Acerquémonos a la verdad de la ruptura de cráneos. Juguemos a que todo no sea tan complicado. Pensemos en la sencillez de la locura. De la bondad de la locura. Volvamos a ver las cosas lindas y sencillas del estar locos.

Hagamos terapia. Cada uno desde el rincón de su cuarto. Flexiones de sonrisas. Probemos hasta que queden fijas. Dicen, solo dicen, que la alegría se encuentra riendo cada vez más. Jugando a ser postre de chocolates. Bañándose en mousse de dulce de leche.

Vayamos a terapia. Y si ese día también vamos a la peluquería mejor. Cambio de cabeza, estiramiento de rulos para desenredar las complicaciones y arriba el ánimo, que esto es una fiesta.

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