lunes, 23 de mayo de 2011

Mis primeros amores (I)


De chiquita, cuando mi mamá me anunciaba que íbamos al Parque Centenario a cambiar libros, me angustiaba. Por dentro me debatía entre la idea de tener nuevas páginas usadas por leer y el horror de no poder concretar mi sueño: de viejita juntaría todos los libros que alguna vez leídos e inauguraría una biblioteca pública. Si, lo sé, era una nena extraña.
Con el tiempo, y solo con el tiempo, aprendí que hay libros que es mejor no guardarlos. Aún me sigue costando cambiar libros, es más, creo que los únicos libros que vendí en los últimos 15 años son los manuales de matématica, física o química (los de historia y geografía los sigo teniendo). Es verdad, mi biblioteca no es impoluta, está lleno de clichés y alguna vez las novelas rosa poblaron sus estantes. Pero lo que intento decir( y no porque me haya quedado sin material amoroso, de eso tengo para rato) es que lo libros son una parte importante de mi historia, a partir de los cuales puedo recorrerla, como lo son los días para un año.
Enumerar todos los libros que dejaron alguna huella en mí sería imposible, pero he aquí un simple y totalmente subjetivo recordatorio de algunos libros que acompañaron los momentos D, de mi vida.
Sinfonía para Ana, de Gaby Meik. Jamás diría que es el mejor libro que leí, pero si el que más me marcó. Ana es una niña-mujer de tan solo 13 años. Ana empieza el secundario en 1974. Ana es una niña que conoce por primera vez el amor y una mujer que aprende lo que es la política. A Ana la leí por lo menos seis veces, y no exagero. Cada vez que siento que mis lagrimales están secos y mis angustias constipadas, leo a Ana. Así de triste es Ana.
Secretos de Familia, de Graciela Cabal. Secretos… fue mi primera gran novela. Fue la primera vez que un libro “gordito” cayó en mis manos, con la aclaración de que podía ser un libro “demasiado fuerte para una chica de mi edad”. A Secretos… lo recorrí nueve veces. Una por cada vez que quise, durante mi temprana adolescencia o tardía infancia, recordar que no era elúnico bicho raro de esta extraña tierra.
Los años con Laura Díaz, de Carlos Fuentes. A Laura la agarré demasiado joven, me aburrió y decidí abandonarla. Casi diez años después la redescubrí y me enamoré. Si, de ella. Del libro también. De su historia y sus amores perdidos. De su fuerza y de su amistad con Frida Khalo, que por más imaginaria que fuese, nunca deje de envidiar.
Y a tantos otros les debo todo. A Demian, de Hermann Hesse y a Lolita, de Vladimir Nabokov, de ser como soy. A Romeo y Julieta, de William Shakespeare, ser una empedernida enamorada de las tragedias. ADesayuno en Tiffany´s, de Truman Capote, el divismo mediocre pero siempre fielmente construido de una miope con aspiraciones de estrella.
Y ni la tinta, ni las páginas de este diario me alcanzaría para nombrarlos todos. Quizás, el próximo sábado, logre hacer justicia con algunos más de aquellos que con sus páginas, lograron que sea la soltera (dis)conforme

(Columna publicada el 22 de mayo en el Diario La Unión)

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