martes, 30 de septiembre de 2008

delirio II

Antes de que se me caigan todos los dientes, quiero besar.

"Y él... ¿Cómo besa?"

Leyó en la Cosmo una monja de carcajada robusta y un libro de Danielle Steel en la mano, señales equívocas de que las cosas no andan bien. Como cuando pregunto si serpa cierto que los colores tiene sonido.
Una ventana al mundo se abre y una voz inconveniente se hace sentir a lo lejos. Con educación, pide permiso e informa que no siempre cunde el pánico.
Y las protagonistas olvidadas miran la obra en construcción de los fantasmas. Esa manera de clavar los ojos, con esa mirada de enlaces consumados y labios de aullidos, hacen que la imaginación y su doble se fundan en lujuria.
Los límites de la libertad solo llegan cuando los extremos se tocan, errados por naturaleza. Es que el que nos condena es el presente, no el pasado. Odio perder la noche durmiendo, pero amo dormir.
Los misterios mínimos me llevaron a darme cuenta que las variaciones de la vida no son lo que parecen y que la importancia subyace en la revolución de lo esfímero.

Y aunque no seas precisamente una lady, cuando la envidia se apodere de tu mente niña, no te castígues, derrótala.

Implorando por un significado, dices el adiós más cruel y subes tus pies a un banquito para luego saltar. Pero felizmente olvidas atar la soga al cuello y no son más que relaciones peligrosamente pasajeras las que te hacen pasar un mal momento y te quitan el sueño.
Es la hora del té y las crónicas y razones con trozos de verdad están a la orden del día.
La gente envenenada nunca va a participar de las rondas de mujeres vestidas de blanco y hombres de torsos desnudos. Eso, es seguro.

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