sábado, 3 de enero de 2009

Ese momento

Hay un momento que no suele ocurrir mucho. O por lo menos no a mi. Sin embargo, sus factores son muy comunes, pero deben darse juntos. Es un momento a media mañana, casi mediodía, aunque también puede ocurrir muy temprano, casi madrugada, cuando el sol recién tiñe el cielo, y es aún más especial. No importa la estación pero suele ocurrir más en primavera, verano u otoño, porque uno debe dormir con la ventana abierta. El aire, un poco húmedo, no tiene que ser frío pero tampoco caliente, tan solo fresco. Por lo menos una brisa y mientras más se acerque a un viento violento mejor. También sirven los principios de tormenta y hasta de noche, pero esa ya es otra historia. La cosa es que el viento, ese viento preciso, le debe golpear a uno en la cara. Entrar por las fosas nasales hasta la garganta y llenar de gustito el estómago. Debe dar ganas de estar en un cuarto de colchón en el piso, con sábanas blancas y un poco frías. Si tienen olor humano, debe ser el olor propio mezclado con el ajeno. Esos segundos que dura darse cuenta que uno está vivo y qué es estar vivo, es el momento. Los ruidos externos también sirven. Un pájaro, gritos de niños o platos cayéndose en la cocina. Una máquina que prepara un expresso y sube el olor por las escaleras o el zumbido de la exprimidora que está haciendo jugo. Todo lo que sea sutil y lejano, suma. Por que ese momento se construye con muchos factores, pero todos, deben ser perfectos para uno.

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