miércoles, 16 de febrero de 2011

El hombre de mi biblioteca

Me encanta contar los dedos de tus pies mientras dormís. Me encanta ver que a tu pie derecho le falta uno, el chiquito, el que no sirve para nada.
Me revuelve el estómago de excitación el olor agridulce de tu transpiración impregnada en la sábana. Cada vez que te vas, me enredo en ellas hasta perder el equilibrio por culpa de tu olor.
Y resulta que no es tan fácil decirte adiós cada vez que te escapas por la puerta secreta de mi biblioteca. Esa palabra de despedida tan solo se puede dividir en dos respiros y son pocos los segundos en los que te veo desaparecer. Pensé en decirte un “hasta luego”, lo pensé porque me entran por lo menos tres suspiros, pero nunca sé cuándo será la próxima vez que te tenga. Y la desilusión siempre me resultó más infiel que la traición.
Son solo las tres de la mañana y yo espero que te abras paso entre los libros polutos. Siempre dije que mi biblioteca se gana su simpatía por la mezcla de ejemplares que recorren cada etapa de mi vida. Y aunque muchos se encuentren empolvando sus tapas, en cajas de cochera, cada fase emocional de mi existencia se ve representada por un ejemplar que me recuerda, que ser estúpida, romántica, necia u obsesiva, también es parte del vivir.
Y finalmente apareces, primero tu brazo, luego tu hombro y finalmente tu cabeza, entre la caja de recortes de diarios y una novela que recelosa espera ser leída. Antes que nada me sonreís. Me regalas la sonrisa más hermosa que tus ojos pueden llegar a dar. Me repetís lo que yo estaba pensando, porque es tu forma de demostrarme que vos si me llegaste a conocer, no del todo, no poquito, pero sabes que esperar de mi. Y finalmente salís entero, bah, sin tu dedo pequeño del pie derecho. Y te veo ahí parado, desnudo, con todas las letras todavía picándote la piel. Y mi respiración vuelve a su ritmo normal, a la agitación que te precede, y recuerdo, que cada vez que te sueño, volvés a estar tan cerca de mí como la realidad, y mi buen sentido, me lo permite.

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