lunes, 15 de octubre de 2007

Mirandote en la eternidad finita

La historia de amor entre una semi diosa y un mortal
una historia que nunca pudo ser, pero que fue...



El drama se purgaba por sus ojos. La obediencia de un ser incontrolable que le desparramaba belleza por todos lados. Sobria de carácter y espeluznante de sentimientos, la semi diosa moría cada día que vivía.


Sus sueños eran mortales, se peinaba cada día frente al espejo y desayunaba café amargo para cortar el mal aliento de las pesadillas.
Simples palabras la separaban de él, su sueño.

Irreconciliables de pensamientos pero ardientes en sus encuentros, solo la mirada de esos cuatro ojos expresaban lo que por dentro sufrían. Una pasión incontrolable por dejar de desearse y por fin tenerse, quererse, saborearse… la lujuria de sus histeriqueos mataban todo lo que a su alrededor crecía. Rompieron el ambiente con el granizo de su falta de accionar... cayó sobre todo destrozando cuanto poco tenían.

Esta no es solo una historia de esas que nunca empezaron, es la transpiración del deseo ardiente de dos amantes que nunca se pudieron encontrar en vida por culpa propia.
Es la sangre que corre por las leyendas de pasiones indias que siempre terminan con amantes unidos eternamente en rocas, lagos y montañas.
Es más que todo ello.
Es la historia de dos enamorados que dejaron la carne de lado para amarse secretamente a través de sus miradas.

Ella supo conquistarlo, supo enseñar sus miradas y perderlo entre sus trampas de amor.
El supo conquistarla, con preguntas sin sentido, medias sonrisas perdidas en labios de papel y rarezas inexplicables para la mente de una mujer.

Supieron amarse con locura desde un principio.
Primero con amistades de juguete y charlas de hermanos.
Luego, con miradas confundidas y silencios que hacían ruido.
Rompieron las barreras del que dirán, pero no del que dirá el otro.
Nunca confesaron su amor el uno al otro. Revolvieron las alcantarillas del desorden de sus mentes, para luego callar en un sepulcro silencio lleno de nadas y vacíos repletos de quizás.
Trabaron puertas que nunca estuvieron abiertas y sellaron ventanas destinadas a no existir. Las vocales que sus cuerdas nunca pronunciaron no llegaron a formar un te amo, ni a murmurar un quierote. La distancia del tiempo y el espacio los separo formando escolleras y murallas de hielo entre ambos.

No quisieron encontrarse más allá.
Tuvieron miedo al rechazo inexistente del otro y cerraron así lo que nunca hubo de empezar. Lagrimas redonditas y rellenas cayeron por sus cuatro mejillas, pero el otro nunca las vio. Se quedaron enterrados bajo besos impensables y nombres exóticos que taparon sus verdaderas identidades. Se desnudaron con palabras. Hicieron el amor con miradas pero su carne nunca llegó a tocarse.

El horóscopo los desunía por no ser amantes ideales. Sin embargo no encontraron método para su amor. Demasiado fuerte para ser contado y existencialmente amorfo para ser medido, no hubo quien ni como los convenciera de sentirse uno.

Siguieron juntos. Compañeros de la vida que nunca se dijeron el porque de la cobardía, se volvieron amantes en secreto y amigos en la vida real. Disfrutaron de sus consejos sobre otros amantes perdidos, se refregaron las heridas de historias equivocadas y finalmente se acurrucaron el a comodidad de una vida sin sentido, en camino recto hacia el final.

Pasaron las eternidades que conformaron el tiempo y ellos persistieron.
Siendo tan solo ellos.
Sin ser el otro.
Sin confesarse el por quien de sus desvelos.
Todo terminó, sin final feliz pero tampoco triste. Tan solo estando. Viviendo. Jugándose el uno al otro en sus mentes y muriendo cada día un poco más por ser el otro. Al final de sus vidas todo cayó. Y en las otras, él reencarnó en ella y ella en él. Solo así pudieron saber los pensamientos que corrompieron la mente del otro, pero esta vez ya habían olvidado los suyos.

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