martes, 19 de febrero de 2008

DIARIO DE VIAJE - PARTE II - CAPITULO II

CAPITULO II: Los valles Calchaquíes: Tafí del Valle, Amaicha, Cafayate


El viaje a Tafí fue hermoso. El verde crecía por todos lados e inundaba la vista. El camino, serpiente al borde de un abismo (que con el tiempo y otros viajes resulto ser tan solo una pequeña distancia con el suelo más cercano) imitaba al río que bastante más abajo jugaba a perseguirnos en sentido contrario.
Tafí no fue en un principio lo que me esperaba... no puedo negar que es hermoso, pero se asimilaba a un Cariló tucumano. Luego me enteré que era el lugar de veraneo de todos los terratenientes ricos de la zona y de San Miguel de Tucuman. Que diferencia sentimos esa noche cuando salimos con nuestros yogins y shorts, enfundadas en nuestros buzos super grandes y remeras sucias aún del viaje por que no llegamos al agua caliente y nos rodearon las bellezas tucumanas vestidas para matar!
Tras elegir entre los tres camping disponibles (elegimos el más grande, donde parecía haber más gente) armamos por primera vez nuestras carpas sin estreno y nos dispusimos a comer por primera vez a la cocina de nuestro nuevo y mini anafe. Para que! Fue la única vez que sirvió... después de eso se falseó y nunca más pudimos cocinar. Nos valió su buena plata y encima nos tiró el presupuesto a la basura con cada comida afuera.
Tras la panza llena de queso con fideos mantecosos (hechos por mi así que no puedo dejar de darme el crédito que estaban más que pasables, hasta me atrevería a decir ricos) fuimos al “centro” a tomar una cerveza. Bautismo de cerveza Norte! Que luego compitió con la Salta y nadie sabe quien se llevó el primer puesto.
Un tanto agotadas decidimos postergar nuestra salida nocturna para más adelante (coso que ocurrió con frecuencia en los primeros días...) y volvimos al camping... pero el destino, o más bien el camino hacia el baño, no nos iba a dejar dormir.
Con el cepillo de dientes en mano, ojos de lechuzas despiertas a mediodía y una pasta de dientes entre todas nos cruzamos con un grupo de rosarinos que nos retuvieron por un buen tiempo. Dos horas después cuando logramos llegar a las carpas, volvimos a encontrarnos con Adrián, un reciente egresado de publicidad y músico que viajaba junto a uno de sus profesores. Nadie sabe como ni por que pero Adrián terminó durmiendo en nuestra carpa... y nadie puede decir nada, era una de cuatro y éramos tres...
Nos despertamos y tarde, dejamos el mate con galletitas prometido para otro momento... de Adrián nos quedó su contacto, su buena onda y su primer disco, que al escucharlo nos quedamos maravilladas con esa voz que no pudimos escuchar en vivo.

Recorrimos el pueblo, sacamos fotos, nos resistimos a comprar por que: “mientras más subas, más barato”.

Esa misma tarde partimos a Amaicha donde nos encontramos con algo totalmente diferente. Si, seguía siendo Tucumán, pero Amaicha era exactamente lo que yo estaba esperando: un pueblo de calles de tierra, polvo en la piel y poco y nada más que la admiración por un pueblito pequeño, dormido de día y vivido en su plaza de noche.
Aprendí la primera lección esa misma tarde: las alpargatas con calor y una mochila de peso considerable (que con el tiempo o disminuyó o me fortalecí) sacan ampollas.

Caminamos un poco de más, pero llegamos al camping con pileta que el papelito, que nos dieron apenas bajamos del micro, prometía. Armamos todo a las patadas, nos pusimos las mayas que tanto esperábamos usar y corrimos a la pileta.
Será de “fifí” pero hay algo de las piletas “comunales” que no me gusta: el vaho a cloro y su color blancuzco que apenas te deja ver los pies, no es mi utopía de pileta. Igual para el calor no hay charquito sucio y nos zambullimos con gusto. La panza empezó a crujir y alguna recordó de un barcito lindo y con música alegre que habíamos visto a la pasada. Se llamaba Pakarin y allí probé por primera vez los tamales (carne dentro de polenta/ harina de maíz y cocinadas en caldo dentro de hojas de maíz). Debo decir que no me volvió loca y menos con cuarenta grados de sensación térmica, pero me gustaron y valió la experiencia.
Esa tarde fuimos a una de las pocas pero increíbles atracciones de Amaicha: el museo de la Pacha Mama. Fue hecho por Rector Cruz como un altar a la madre tierra y es imposible de explicar con palabras. Cada una de sus figuras representaban algo, la fertilidad, el día, la noche, la mujer, el traspaso de la vida terrenal a la espiritual, los diferentes estados de la luna...
Agarramos semi empezada la charla de un guía del lugar que nos explicó como se formaron geológicamente los Valles Calchaquíes y que había querido decir el artista con cada una de sus figuras y tapices. La vista desde el museo, que vale la pena decir que la mayoría es abierto por que las esculturas son de tamaños descomunales, era impresionante. Se veía todo el camping y gran parte de Amaicha. El tiempo nos retuvo ahí hasta casi la hora de comer. Nuevamente (si lo sé nos hemos convertido en unas sucias!) optamos por no bañarnos, pero la verdad es que los baños eran impresentables y no merecían la pena ser ensuciados aún mas.
Volvimos a cenar en nuestro lugarcito (de ahí salió la canción del viaje “como has hecho...” creo que de los nocheros, va nunca lo adivinamos) y terminamos la noche como todo el resto del pueblo: sentadas en la plaza principal, va la única plaza, viendo al a gente pasar, a los niños disfrazados jugar y por que no, nosotras también a caminar del brazo dando la vuelta manzana.
Es ahí donde me di cuenta que el ritmo del norte es totalmente distinto al que llevamos nosotras en la sangre. De día el pueblo se acuesta a dormir la siesta t de noche revive para mostrarse más alegre que nunca: altoparlantes que pasan la música de moda (distinta a la que estamos acostumbradas) niños, adultos, ancianos que comen “pororó”, algodones d azúcar y maní sin pelar.... es todo tan hermoso! El ritmo acelerado cuesta acomodarse, pero al poco tiempo lo logra.
Nos despertamos temprano.... demasiado calor! Para seguir en las carpas. Nos tomamos unos mates con pepas, nos duchamos en las canillas cerca de la pileta y partimos a conocer la famosa virgen de madera. Fue creada por un alemán llamado Schumacher y su particularidad era la posición y el estar casi desnuda. Parecia estar saltando de costado hacia una pileta, con los brazos estirados como cuando uno se tira de cabeza y sostenida por una especia de mano desde su cintura. La explicación decía que era la virgen trastabillando y que la mano de dios la sostenía para demostrarle que estaba con ella y que a pesar de las cosas malas nunca la dejaría caer. No soy creyente pero debo admitir que por lo menos el camino hacia la virgen fue hermoso. No tenía nada en particular más que sumergirse entre las casas locales y ver un costado más íntimo de Amaicha. Las niñas y señoras te saludaban al pasar, yl os vecinos se sacaban sus gorras que decían cocacola.
A la vuelta empezó a asomarse una tormenta que fue mucho de susto y poco de lluvia, pero igual nos apuramos, desarmamos todo y partimos con tiempo de sobra hacia la parada de micros. Nos esperaban dos horas hasta Cafayate.
Pero ese es otro cuento, que como veo que me extiendo más de lo debido, lo dejo para otro momento.

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