viernes, 27 de julio de 2007

Al final del andén

Crónica de una partida

Al final del andén


Tan simple como una estación de tren, Retiro vive por si misma cada tarde cuando la gente llega para irse.

De la calle a la estación
Suena la alarma del reloj, nadie lo detiene. Son las 19.30, hora pico en la estación de trenes de Retiro y un vendedor ambulante intenta desesperadamente vender sus relojes mientras la gente llega deseando partir.
María tiene 25 años y es empleada doméstica en una casa de Palermo. Luego de combinar dos ramales de subte llega a retiro para irse. Sabe que si no corre no encontrará lugar en el tren de las 19.46.Osvaldo, caja de herramientas en mano, camina decidido hacia el andén. Hace tiempo resuelto sacar el pase mensual, solo así podrá llegar a saludar a su mujer antes de que parta a su trabajo nocturno.
Retiro vive por si mismo. La gente viene y va, pero también están los que se quedan.
Ramón sobrevive el día a día gracias a su zapatería, ubicada en el lado oeste de la estación. Admite que el gusto por el lugar va disminuyendo con los años y los robos. Por los que tuvo que tomar medidas. “Tuve que cerrar algunos accesos de la zapatería para que no se metieran a robar”. No recuerda muchos sucesos importantes en los últimos años, cada día suele parecerse al siguiente. Sin embargo hace unos meses el fuego alteró su tranquilidad. “Se prendió fuego toda la línea de luz, las centrales y los medidores. Estuvimos una semana sin electricidad”.
El bullicio silencioso de la hora pico ensordece los oídos. Cada uno metido en su propio yo o hundido en sus auriculares, musicaliza su propia existencia.
Desde lejos se siente el olor a estación, mezcla ácida de churros, panchos y sándwiches de milanesa. Algunos evitándolo ingresan a los bares con entradas suntuosas, donde los señores de traje y corbata no se mezclan con los más humildes que comen de pie. Un reloj antiguo avisa la hora de partir, y mientras paga su cuenta, el pasajero de traje caro mira por última vez la cúpula de vitreaux que no se ve desde otras partes de la estación.
Retiro es un lugar anónimo para todo aquel que deba correr para alcanzar su tren, esquivando perros, gatos y palomas. El antropólogo y etnólogo Marc Augé definió a las estaciones de trenes como “no-lugares”, como territorios anónimos para hombres ajenos por un período de tiempo a su identidad, origen y ocupación. Para otros, Retiro es su hogar. Los bancos se transforman en refugios donde niños como Juan (ver recuadro) y adultos se turnan para dormir.

Del hall al andén
Llega la hora y todos se dirigen al andén. Los carteristas desprovistos de inhibiciones aprovechan hacer desaparecer bolsos y billeteras. Nada importa, ni siquiera la estación de policía al extremo este del hall.
Al introducir el boleto, los molinetes automáticos ceden con un ruido metálico el paso hacia el andén. La gente se amontona al comienzo como si el cansancio de un agotador día de trabajo no los dejara llegar hasta el final.
El tren se acerca y los pasajeros desesperan. Es la hora pico y la gente empuja para llegar primero al vagón, donde comienza un juego histérico por conseguir un asiento. La distribución dentro del tren es caótica, la gente se amontona y los más cuidadosos corren sus bolsos contra sus cuerpos.
Los pasajeros desconocidos se miran unos a otros, pero nunca a los ojos, guardando así el anonimato. Finalmente pierden sus miradas en lo que desfila velozmente detrás de la ventanilla.
Muchos se sienten aliviados, ese calor humano que tantas veces detestaron durante el verano ya no es tan desagradable en invierno.
El viajero común comienza así su viaje y finalmente los que llegaron, ya están listos para irse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario