martes, 17 de julio de 2007

La conciencia de las palabras

La ética debe ir más allá de la palabra, debe existir en cada línea escrita y en cada línea imaginada. La mentira, incompatible con la realidad del periodismo, es su peor amenaza. Sin embargo con tan solo un llamado a la autocrítica y la modestia es posible erradicar este gran pecado. El periodismo no debe nunca soltarle la mano a la libertad, pero sobre todo a la intención.

Todo el mundo o casi todo el mundo fue o será noticia alguna vez. A algunos les va bien y quedan notablemente satisfechos por lo que dicen de ellos o por como los hechos son narrados. Otros, sufren la peor enfermedad del periodismo: la mentira.
Pero cuando se habla de mentira, no se habla de una simple equivocación. Para eso existe la revisión de las fuentes, la edición y como última herramienta, la fe de erratas. Cuando se habla de mentira en el periodismo, se habla de mala conciencia. “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas” decía Ryszard Kapuscinski, “para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buen hombre, o buena mujer: buenos seres humanos”.
Sin la ética como herramienta principal, el periodismo pierde su razón de ser. No hay sentido en la mala información. No, por lo menos, para aquel que considera que la mentira tiene patas cortas y que la verdad al fin y al cabo siempre sale vencedora. La falsedad, como producto antiético, pone en peligro no solo el desempeño profesional sino también la naturaleza de las personas. El periodista más que nadie, tiene un compromiso con la verdad y debe declararse enemigo asiduo de la mentira. Pero sobre todo, el periodista debe buscar esa verdad hasta el final. No como mero estandarte el cual se persigue ciegamente, sino como un objetivo del día a día. Cada palabra escrita debe reflejar esa verdad.
Nunca más cierto el dicho de “la historia depende de quien la escriba”, que en el periodismo. Se pueden saber las reglas de ortografía de memoria, el orden de los verbos y los sustantivos, la cantidad de líneas o caracteres para una cabeza informativa o hasta el ABC de una crónica perfecta, pero si no se pone una pizca de creatividad, dos de ambición y el alma entera, poco servirá ser el periodista perfecto. Poner el alma entera no significa otra cosa que ser ética y moralmente íntegro. Cuando el periodista escribe, no debe dejar de incorporar ninguna parte de él por que la persona es una sola y la vida no se separa de la profesión.
Pierre Bordieu dijo alguna vez: “El primer paso hacia una reflexión ética consiste en definir las zonas de libertad en donde las responsabilidades y las posibilidades reales están comprometidas”. El buen periodista tiene un compromiso directo con cada uno de sus lectores. Según Kapuscinski, “Existimos solamente como individuos que existen para los demás, que comparten con ellos sus problemas e intentan resolverlos o al menos, describirlos”. En el periodismo, el otro es siempre fundamental. “Vivir e informa por y para el otro”, debe ser el lema de un periodismo comprometido y solidario con la realidad que refleja.
Pero el periodismo es también poder y libertad. Poder que se refleja en cada palabra utilizada y cada palabra omitida. Libertad que, según Mario Vargas Llosa, “es permitirse enfrentarse a grandes intereses sin ser mediatizado ni silenciado”.
El peor destino para un periodista es la autorepresión, el convertirse en simple autómata sediento de datos para satisfacer a los medios de comunicación. El buen periodista no debe olvidar nunca que el poder es libertad, y que su libertad es poder. Canallas y mediocres hay y habrá en todas partes, lo importante y muchas veces lo insoportablemente difícil, es saber diferenciarse de ellos. Medios políticamente manejados, trabas ideológicas ajenas… no es fácil ejercer el periodismo en la Argentina de hoy, pero aquel que se arriesga en ese mundo, al cuál muchas veces le falta modestia y autocrítica, debe hacerlo con conciencia plena.
Un buen periodista es sobre todo, y como toda buena persona, el que aprende de los errores, propios y ajenos, para no volver a cometerlos.
A saber, todos los grandes (y no tan grandes) maestros del periodismo coinciden: el periodismo debe ser, si o si, intencional. Siempre será el objetivo principal el informar, pero en esa misma acción se deberá intentar provocar algún tipo de cambio. Se informa por que se cree que se puede cambiar aquello que no gusta, o por lo menos resaltar aquello que si y exponerlo como modelo.
Las palabras son mágicas y hasta en el periodismo su poder debe ser temido. El hombre es hombre a partir de su lenguaje, de lo que transmite y comunica. El ser humano esta hecho de ese lenguaje que crea y de tiempo. Su mezcla no trae más que una simple verdad: la conciencia.
Bordieu llama al periodismo a darse cuenta de la violencia simbólica inconciente que ejercen con el poder de sus palabras. A darse cuenta que son utilizados por la política y la burguesía para transmitir lo que a ellos se les antoja, y que solo a través de una comunicación sobre lo inconciente de la comunicación, se logrará un periodismo intencionalmente conciente, ese que siempre debió y deberá ser.

1 comentario:

  1. hola yas, soy maurito accurso. muy buena la nota. Esta bueno resaltar q en periodismo cada palabra cuenta por sí misma q la elección de una palabra u otra puede cambiar todo el significado. que no es lo mismo decir régimen que dictadura militar por ejemplo, y que mauricio es Macri jaja.
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