miércoles, 16 de marzo de 2011

Escéptica



Es la misma sensación que te agarra cuando vas a una fiesta obligada, los brazos te pesan y al ritmo te lo dejaste al lado de las pantuflas. Es ese desgano que te retrasa los pensamientos y te deja a la deriva, preguntándote si el tren que te tomaste va en la dirección correcta.

La obsesión de contar cada uno de los escalones que subís es más para no perder la paciencia por compulsión. Si ahora no podés leer ningún libro es porque de heroína no tenés nada y el drama ya te aburrió.

La música tampoco te acompaña. Las canciones cursis del top 40 no dicen nada y Spinetta de repente se volvió demasiado filósofo para un momento tan banal. Los llantos del rock yorugua te deprimen porque tus historias no se parecen ni un cuarto a las de ellos y los clásicos que te angustiaban hasta la opresión, ya no significan nada. Los culebrones disfrazados de series yankees pierden la emoción a mitad de temporada, y lo único que quedan son tus pensamientos repetidos. No, eso tampoco.

Te dejás seducir por la sencillez de una nada blanca, larga, sin curvas ni médanos. Por el movimiento tibio de un colectivo que no va a ninguna parte que conozcas, pero va. Y eso es bueno, el movimiento es bueno. Dejar de creer en todo por un rato y que… todo te chupe un reverendo huevo, es bueno. Y sin embargo es tan difícil. Ya pensar en poner la mente en blanco es darle una orden a alguna parte de tu cerebro. Pero cuando los brazos pesen y ni el rock de los 80, ni el ya viejo éxito del verano te tientan a bailar, es mejor volver. Admitir la falta de ritmo y descansar, junto a las pantuflas, en pos de ir hacia la nada misma pero siempre en movimiento, sin dejar de avanzar.

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