martes, 7 de octubre de 2008

Carta de amor

Cada vez que me baño, me acuerdo de vos. Yo tenía quince y vos veinticuatro la última vez que usaste mi esponja rosa. Y a pesar que ya pasaron casi once años, sigue ahí, colgada, llena de honguitos y cada vez más lejos de vos. Me acuerdo como te gustaba que te enjabonara la espalda y si a caso paraba, tan solo para molestarte, dejabas de tararear tu canción de siempre, girabas apenas y sin mirarme me dabas esa mirada de reproche.
Recuerdo como si estuviese pasando en este presente eterno cuando te pusiste la misma remera del día anterior y me diste un beso de despedida. Tu pelo llovía agua y olor a mi shampoó, ese que sigo usando solo por vos. Me mojaste el cachete derecho y yo reí, todavía en pijama y con tu taza de café batido en la mano. Estabas apurado y a pesar que te quemaba, te lo habías tomado en dos sorbos. Sacaste de adentro de tu morral dos pesos y yo te dí las monedas que te había separado. Sonreíste y me diste otro beso, todavía no te habías acostumbrado a las nuevas máquinas de los colectivos.
Amabas la filosofía pero te habías decidido por el arte y ya faltaba poco para que terminaras el profesorado. Donde más te gustaba dar clases era en el jardín de infantes de la Boca. Decías que los chicos eran puros, que la sociedad todavía no los había corrompido aún y que sus trabajos eran obras de arte consagradas por la ingenuidad.
Bajaste las escaleras corriendo y saltando de a dos o tres escalones. Te dije que tengas cuidado y me resoplaste un gruñido.
Era viernes, de esos en los que mis papás se iban afuera y nosotros jugábamos a ser marido y mujer. La noche anterior te había hecho ñoquis, o por lo menos el intento. Terminaste improvisando una maza de pizza sin levadura y mi tuco y el queso rallado hicieron el resto.
Hicimos el amor tres o cuatro veces. Era una noche calurosa de diciembre y terminaste durmiendo con una sábana en el piso. Hacía más de un año que estábamos juntos pero todavía te daba vergüenza como transpirabas y te movías en las noches.
Tu mal humor de las seis de la mañana era terrible. Lo único que atinaste a decir fue: “mañana dormimos en la cama de tus viejos”. Sabías que me molestaba, que me daba cosa, pero no te dije nada.
Si tuviese que pensarte en gustos y olores, eras salado y tenías olor a mar. Cuando usabas algo mío te quedaba mi perfume impregnado y me daba mucha gracia, me ponía feliz, sentía que estaba dentro tuyo. Cada vez que te iba bien en un parcial o estabas contento por algo, me regalabas una flor de papel, esas de servilleta con el nombre del café de la esquina de tu facultad. Las tengo todas guardadas, en una caja de zapatos marrón y cada vez que necesito sentirte o tengo miedo de olvidarte, hundo mi cara ahí adentro hasta sentir que estoy con vos.
Mis viejos no te querían, eras demasiado grande y no entendían que podíamos tener en común. Yo estaba en primer año cuando te acercaste en un recital de la Bersuit con un papelito en la mano, promocionando tus talleres de arte. Al pasarme tu folleto, nuestras manos se encontraron y una descarga nos electrizó a los dos. El papel se cayó y me diste otro.
Yo me había escapado, mis papás pensaban que dormía en la casa de mi cuñada, pero estaba en mi primer Luna Park. Todo me parecía exótico, nuevo, raro y sobre todo vos. Te quedaste cerca toda la noche, pero sin hablarme. Cuando empezó a sonar Mi Caramelo, desde atrás me cantaste todo el tema. Mi amiga me tiraba del buzo, estaba asustada, pero yo nunca sentí más paz en toda mi vida.
Salimos juntos de ese recital, vos con una cerveza en la mano y yo temblando. No me quisiste dar, me dijiste que era muy pendeja y tiraste la botella a medio terminar. Me acompañaste hasta la casa de mi cuñada en La Matanza, aunque vivías en La Boca. Ese fue nuestro primer día, y no recuerdo que haya pasado otro sin que mis pensamientos giraran en torno tuyo.
Me encantaba verte en la puerta del colegio esperándome. A veces te parabas enfrente a mi ventana y cuando la profesora no te veía me hacías caras. Yo me mataba de la risa, era una niña envuelta en el éxtasis de algo nuevo.
Los viejos nunca me prohibieron verte, pero nunca les gustaste, por lo menos no hasta ese día.
Las peleas siempre terminaban igual:

- No entiendo por que estoy con una pendeja
- Si no te gusta andate a la mierda.

Al día siguiente me alcanzabas un dibujo en una hoja cuadriculada para que yo lo pusiera en mi carpeta y no podía evitar perdonarte.
Ese día estaba más contenta que nunca... Nos quedaba todo el fin de semana y el lunes para nosotros. Te tocaba ir a la facu un sábado pero a las once iba a pasar por vos e íbamos a ir al río. Me encantaba ir con vos a la costanera, me encantaba llevar tu guitarra al hombro y creer que sabía tocar mientras vos me explicabas tus teorías locas de como vivir.
Caminé hacia el baño mientras me desvestía cuando escuché la frenada y después el ruido que destruyó mi vida.
Lo supe, no se por que pero lo supe. Me puse de nuevo la ropa y corriendo salí a la calle. Tu colectivo estaba incrustado contra una casa y adentro apenas había movimiento. De a poco la gente empezó a salir pero vos no aparecías. Traté de subir, cuando te vi. Un fierro te había atravesado. Ilógicamente recordé cuando me habías relatado el accidente de Frida Khalo. Pensé que entonces vos también estabas bien, que no te había llovido polvo de oro pero tus tarros de acrílico habían rodado a tus pies. Pero ya no estabas, y yo, en mi pijama viejo de ositos, te sostenía la mano, buscando tu electricidad.
Martín, todavía te sigo viendo. En la calle, en los morrales baratos que todos tienen y que vos amabas. Te sigo viendo en mi ducha, con cara de mañana y pocas ganas de hablar. Te vivo en las peleas ajenas, cuando alguien levanta una sola ceja o hace una mueca con el labio. Cuando alguien juega al truco y no sabe disimular el beso, cuando no consigo disimular que te sigo extrañando. Y no es que no haya seguido con mi vida, es que la sigo pero también te sigo a vos. Ya tengo 26 años y un hombre maravilloso en mi vida que me comprende y aprendió a quererte tanto como yo.
Bueno te dejo, perdón si hace mucho no te escribía pero ahora la que esta terminando el profesorado soy yo y la tesis me está volviendo loca. Es sobre tu Frida Kahlo y la teoría de como ella si murió en ese accidente para dejar nacer en su mismo cuerpo a otra persona. A la inversa de vos Martín, que seguramente estás en otro cuerpo pero siendo el mismo.

5 comentarios:

  1. un encuentro de historias. celebro lo lindo que la escribiste. aquí seguimos.

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  2. "Ya tengo 26 años"

    ¿¿ 26 ??

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  3. "Cada vez que me baño, me acuerdo de vos. Yo tenía quince y vos veinticuatro la última vez que usaste mi esponja rosa. Y a pesar que ya pasaron casi once años, sigue ahí, colgada, llena de honguitos y cada vez más lejos de vos..."

    la carta se escribe 11 años después de la muerte de Martín, por eso la protagonista ya tiene 26

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  4. me encanto solo eso me encanto

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  5. me encantó! se me puso la piel de gallina!

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