Y se fue caminando bajo la lluvia. Fumando el último cigarrillo que él le había dado. El último. Pensó en apagarlo y guardar un poco para cuando extrañara su gusto, pero se lo fumo todo, entero, hasta el filtro.
Ya no sabía si lloraba o si era la lluvia la que la mojaba. Camino intentando no resbalar con las mierditas de los árboles que cada tanto la hacían patinar y cuando llegó a la puerta del hostel se sentó en el único escalón donde la lluvia la seguía mojando, a pesar que hace rato había parado.
Armó una grulla con el papelito del telo, el que le daba veinte por ciento de descuento para la próxima vez y lo tiró lejos para ver como se deshacía entre los pasos de la gente.
Miró su mano derecha y rozo el anillo sin poder decidirse a quitárselo. Finalmente lo tomó y lo cambio de anular.
- Mirame pero no me toques - fue la primera de sus últimas frases. Y luego estiró su mano para que él la agarrase. Su bipolaridad era sentimental.
Cada vez que podía le repetía que no era más que el adiós y que lo amaba pero no le servía tenerlo cerca. Él, silenciado por tantas palabras ajenas, cerraba los ojos e intentaba disfrutar lo perdidamente indisfrutable.No había opción de futuro, y eso la reconfortaba. Pensaba que la decisión era suya y que ya había elegido pero era tan solo un auto convencimeinto barato, de esos de telenovela de mediodía.
Había imaginado más de lo posible ese último reencuentro pero la realidad superaba sus fantasías. No la estaba pasando bien, pero la mecánica le indicaba que físicamente era necesario. Juró que iba a recordarlo con goce y sonrisa de cosa lejana y con eso le bastó. Las fantasías que rellena los huecos de la memoria ya se encargaría.
Un jazmín marrón se hundía en una pecera de vidrio mientras ella se volvía a poner la lencería de estreno. Le había tomado horas elegirla, roja por la pasión o negra por el luto. Pero se decidió por el blanco, tratando de devolverle la inocencia a una relación que nunca la tuvo.Cuando el turno se acabó, ya estaba vestida y tan solo le faltaba ponerse el piloto. El, en cambio, seguía tirado en la cama fumando desnudo. Habían pedido solo un turno. Cuando el quiso pagar la noche entera ella se lo había impedido estirando su tarjeta para que le cobraran a ella. Se lo había repetido mil veces, esa noche pagaba ella.
Le pidió un cigarrillo y el se quejó, era el último. Lo sacó de la caja y se lo prendió. Cuando se lo pasó, cuidadosamente evitó sus dedos. No volvería a tocarlo.
Cuando salió llovía.
Sus cigarrillos la mareaban. Eran más fuertes, estaba acostumbrada a los uruguayos. Le quedaban todavía cuatro horas para tomar el barco y en el hotel le habían hecho el favor de guardarle el bolso pero quedarse allí ya era demasiado.
Todavía traía la liga en la pierna derecha, había pensado que el se la quitaría, pero ni siquiera la había notado. Los ojos se le inundaron y sin quitarse los zapatos se la arrancó de un tirón.
Nada había cambiado, esa sensación de querer lastimarlo seguía estando. Lo que había planeado como una venganza no había servido más que para aumentar el enojo que tenía consigo misma.
Solo dos horas horas más y el barco zarparía otra vez hacia casa.
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