jueves, 14 de agosto de 2008

A los tambores

Salí de la Facultad y caminé rumbo al Parque Centenario, como de costumbre, como cada jueves.
A mitad de camino, el redoble de unos tambores me erotizó la piel. Hace mucho que no escuchaba a unos tambores sonar con tanta sensualidad. Me perdí... dejé de lado mi camino cotidiano y me encaminé hacia la penumbra erizante del parque. Llegué hasta su lago y con la poca luz de unos faroles lejanos, tan lejanos como la luna, que iluminaba aún más, los vi. Eran más negros que la tierra, más brillantes que el agua... Sus pupilas se posaron en mi, pero la música nunca paró. Mi cadera automática se despegó del tedioso caminar para moverse a un ritmo desconocido.
No duró mucho, no creo que haya pasado el minuto... Pararon para descansar y yo desaparecí con el doble de rapidez con la que había llegado.
Tomé el 15 y volví rumbo a mi casa.
Pero los pelos de la nuca segían tan erizados, tan erotizados... bailando al ritmo de esos tambores que todavía laten en mi dolor de cabeza.

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