martes, 12 de agosto de 2008

Vestido rojo


Deseoso por tener ese vestido rojo entre sus manos, entrecerró los ojos y suspiró como la pava al hervir el agua. Ssssssss. No pudo hacer otra cosa. Las caderas se le marcaban y su ropa interior tendía a desaparecer mientras retrocedía.
No quiso mirarla a la cara, tenía miedo de perderse en la locura y no volver nunca más. Por vistazo sabía que era morocha y que los labios acompañaban a su vestido. Era del largo perfecto. Era la perfección. Por encima de las rodillas, por debajo de la mitad del muslo. La imaginación estaba salvada.
Ella se sentó tan solo un asiento más adelante y al correrse el pelo hacia un costado, dejó ver su hombro acaramelado. Sus palpitaciones aumentaban pero parecían estar por detenerse en cualquier momento. Resultaba ofensivo respirar cerca de ella, pero respirar el mismo aire era una adicción que no podía controlar.
Sin ese vestido rojo, nada hubiese sido igual. Seguramente no la hubiese mirado, ni notado su existencia. Era como una gota de sangre en un mar oscuro, triste, recién desenterrado.
No sabía su edad, ni le interesaba. Podía tener doce y ser una exquisita lolita o cincuenta y ser la mujer más exuberantemente madura y hermosa que alguna vez haya visto.
Ella notó la presencia de una mirada a boca abierta e inclinó la cabeza hacia un lado, queriendo observar el dueño de aquella energía. Pero él, negado a saber la verdad, cerro los ojos con fuerza, como queriendo cegarse. Incómoda, avergonzada por los ojos que no querían mirarla, pero sin saber el por qué, se paró y marchó hacia la otra punta de la sala. La función estaba por comenzar y las luces se apagaron en su camino. El no pudo ver donde se sentaba, ni la encontró cuando las luces volvieron a encenderse. Repudiándose por su actitud, marchó lento hacia su casa, como tratando de olvidar esa espalda que lo había cautivado, seguramente, de por vida.
No volvió a verla, pero la seda de ese vestido quedó grabada a la perfección en su mente. Cada noche, cada luna nublada, creía sentir ese vestido rojo rozarlo, Pero al abrir los ojos, solo encontraba a la misma mujer de siempre, con un baby doll que su mujer se obstinaba en llamar colorado.

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