miércoles, 11 de marzo de 2009

28

Colectivo cumbiero y una ciudad que no conozco. Me siento turista y sin embargo es más Buenos Aires que ningún otro lado. La lluvia moja un Pompeya con parques de rock n´ roll y un Boedo con gusto a tango.
De fondo, damas gratis en una versión piquetera sigue sonando y en la calle una chica punk, de cresta rosa, lleva de la mano a una viejita que le sonríe a la nada. Un nene de la calle ¿hace? que lee frente a la vidriera de una librería mientras mastica, con la boca abierta, un "cara sucia". En la puerta de la carpintería, un negro (igual o más que yo) luce su cadena dorada con los brazos cruzados y una mueca rabiosa. Le mira el culo a una rollinga de calza apretada y flequillo inmaculado, a pesar de la lluvia, a pesar del viento. Un señor de zapatos marrones desteñidos cruza el charco saltando pero cae en el medio y no escucho las puteadas, la cumbia sigue sonando. Vomito nervios y en mis oídos zumba el motor de un 160 que acaba de chocar contra un taxista amargado. No puede ser un día de más lluvia... las alcantarillas ya están exhaustas y en las lagunas empezaron a pasear los patitos de papeles de alfajor. De repente, un barquito de diario y la esperanza de que algún niño sigue jugando con ellos. Un padre le saca la flauta dulce a su hijo y empieza a tocar una melodía que seguramente aprendió en el primario. Bajo la vista a mi nuevo libro y me mareo. Mi mano resbala del caño grasoso del colectivo y por fin la veo. La avenida Saenz que tan desconocida era para mi se presenta, rusticamente sucia, en la numeración perfecta. Bajo del 28 y la cumbia se queda.

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