lunes, 16 de marzo de 2009

Pelapapas

Cuando cumplí 15, me regalé un pelapapas. Era el 2001 y los Moderno bazar empezaban a poblar la avenida Santa Fe. Ni siquiera era un buen pelapapas. No tenía ruedita que giraba o mango cómodo. Era apenas un pedazo de metal con un agujero rectangular en el medio y un mango resbaladizo y lastimoso que perdía su pintura blanca cada vez que lo lavaba. Creo recordar su precio: $ 1,99.
Pero en aquel momento, pelar papas, era un sinónimo de crecimiento. Involucraba hacer algo más en la casa, algo que no fuese tender mi cama, sacar la bombacha de la ducha o recoger las toallas mojadas del baño. Aunque poco tiempo después las Mc Kain tronaron mi freezer, llegué a pelar algunos kilos para las tortillas de los domingos. Pero a pesar de todo, lo más importante es que era MI pelapapas.
Hoy crecer es buscar trabajo, dormir poco, buscar el éxito, el amor, la famila, el éxito, el amor, el amor... Es decir que sí aunque el miedo paralice y saber, aunque el aire falte, que algún día todos vamos a ser los suficientemente viejos como para volver a los pañales.
Quizás para los 22 me compre un cucharón y espere estrenarlo en mi futuro perfecto mono ambiente, o quizás vaya por más e invierta en una sandwichera, de esas que se cierran como una nave espacial y sellan sandwiches perfectos, rellenos de quesos perfectos. Aún no lo sé, pero seguramente, lo que me vaya a comprar, sea algo tan ridículo y hermoso como mi pelapapas, que yace, tranquilo, en el fondo del cajón de chucherías.

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