martes, 30 de marzo de 2010



La felicidad brasilera es genética. Pero contagiosa. Por eso me tomo unos días de inspiración para volver con palabras bronceadas.

domingo, 28 de marzo de 2010

Mi primera vez


El primer sexo de una mujer (no me atrevo a hablar por los hombres) con otra persona (no me atrevo, en este momento, a hablar del sexo con una misma) es esa primerísima vez que rozas la piel de otro (no me atrevo a hablar de géneros) y el vientre se te pega a la médula espinal. Es esa vez que el común llama piel de gallina. El abdomen se contrae tanto, pero tanto, que sentís ser más flaca que nadie. No tiene edad. No me atrevo a decir una edad. Pero una lo siente. Una lo sabe. Es esa primera vez tan mencionada. Quizás no se lo digas a tus amigas, quizás no lo sepa nadie más que vos. Pero esa es tu primera vez. No implica miembros específicos. No implica amor. Implica roce, contacto, agallas, sentir que la piel de alguien más provoca más ruido que tus propias entrañas. Es un dolor de panza pero más. Es el primer dolor de corazón pero más. Nada tiene que ver con el amor, pero más.

Es que el primer sexo es tan importante como el último, salvo que recordás su nombre. Es que ese primer sexo es el que uno más siente. En el jardín, en cuarto grado, en la caída en el recreo de segundo, en la primera vez sola en la calle, en esa vez que querés pensar que ya está, pero después te das cuenta que no.

Es que el primer sexo es tan importante como el último, salvo que lo sentís. Son las horas contadas después de ese contacto, las vibraciones sentidas cada vez que lo recordás.

Es que el primer sexo es eso, todo. Eso todo. Todo eso. Sentir que ya no importan las miradas, por más que tu vida se cuente en miradas. Saber que solo se siente y que nadie más lo hará como uno cree que lo hace (siempre me pregunté si la intensidad de la sensibilidad es la misma para todos, cada uno en su sistema métrico, o que yo, egocéntrica empedernida, pienso que siento más).

El primer sexo es tan importante como el último, pero uno lo olvida (nunca el nombre) casi tanto como los otros. Es difícil diferenciar entre tanta mezcla. O entre tan poca mezcla. Porque, al fin y al cabo, el primer sexo es el principio de lo demás. El primer roce, el primer aliento interno, no la primera vez que el mundo llamará tu primera vez, la cresta de la ola, la incertidumbre de la nada, la mierda del Río de la Plata. Es una más, pero es esa, la primera vez.

El primer sexo es tan importante como el último, por eso algunos creen que no se olvida, se sigue sintiendo, se sigue pensando que el amor, el puro y basto amor, es eso, lo que muchos llaman, mi primer sexo. Quién se equivoca no lo sé. Por lo menos yo creo no haberlo olvidado.

lunes, 22 de marzo de 2010

Manual


Es domingo, llueve y quiero salir a llorar afuera. Siempre me pregunté qué sabor tendrían mis lágrimas mezcladas con agua destilada. Mi papá dice que cuando me vengan a buscar, me va a entregar con un manual. Esta es una de esas cosas que va a estar. “Si es domingo, llueve hace más de tres horas y tiene ganas de salir a llorar bajo la lluvia, déjela, evitarlo será peor”.
Que por la noche busco luces perdidas a los gritos, evito los bichos que caminan por mi almohada a las trompadas y que puedo aparecer en la cocina comiéndome un sándwich de milanesa con mucha mayonesa, mostaza y tomate, pero todo sin haber perturbado mi profundo sueño, también va a tener que figurar. Es que el sonambulismo es tan parte de mí como el helado de chocolate con almendras y dulce de leche, no lo puedo evitar.
“Sección heladera: Siempre habrá de haber aceitunas, leche para nesquik repentino a las tres de la mañana, mantecol y una buena base de coca cola light”. La lista podría seguir, pero si ese susodicho, que según mi papá va a llegar para llevamte, lo lee antes de firmar el contrato, estoy frita.
En algunos países dan dote, veintiún camellos, dos casas, un departamento en New York, alguna que otra alhaja del mercado indio… mi papá está escribiendo un manual de cómo sobrevivir a una vida junto a mí. Ni que fuera tan peligrosa… sé cocinar, se planchar, pero sobre todo sé ser independiente. Me pongo sola los pantalones y también me los sé sacar. Cruzo la calle solita y aprendí a mirar hacia los dos lados hace mucho tiempo atrás. El partido te lo veo entero, y la novela de la tarde también. Si me cagas a pedos sin sentido, te la devuelvo doble,que te recontra, y si me decís que me querés, mido la distancia entre tu alma y la mía y me zambullo de un chapuzón.
Es que sí, soy emocional, temperamental y todos los “al” que el futuro susudicho pueda esperar. Espero el día adecuado para llorar y puedo evitar la mirada si sé que no voy a poder mentir… me obsesiona organizar pero soy un desorden andante y tal vez si necesite un manual, aunque sea un par de páginas. Pero que no revele los misterios, que diga lo indispensable para no perder ni la mandíbula ni la cabeza. que tenga más de tres cuartos en blanco. Porque no hay nada más lindo que descubrir a una persona, aunque ya la conozcas hace años.

martes, 16 de marzo de 2010

Yo, Canchera



“No te hagas la canchera”. Canchera, ya había escuchado esa palabra antes, en séptimo grado, creo, pero hace mucho que nadie me la decía. Y resulta que el 2010 me la trajo repetidas veces. Canchera, o yo me volví una de esas que mascan chicle con la boca abierta y usan buzos en la cintura o la gente tiene un problema conmigo. Por las dudas me fui a comprar aros. Dicen que las cancheras usan aros grandes… bueno yo encontré unos perfectos. Si lo voy a ser, lo voy a ser a lo grande, con las manos en la cintura (parece que la palabra canchera siempre involucra a la cintura) y moviendo las caderas al ritmo de algún pop de moda. Es que si voy a ser canchera voy a saber cómo hacerlo, para que cuando me digan canchera pueda responder “si, lo che chs chs (ruido de chicle salivado), gracias”.

Porque si ahora entro en esa casillita de estereotipo quiero saber llevarlo con ovarios decorados con cancherismo. Imaginate, vas caminando por la calle y un obrero, de esos que tan amablemente empiezan las frases con “mamita” te grita: “¡Que pedazo de canchera!”, sabiendo la casilla que soy podría responder guiñando un ojo y explotando el globito del bobaloo en dirección a ese hombre. O quizás, cuando alguien me susurre al oído, en medio de un boliche ruidoso (a eso si, si soy canchera tengo que empezar a ir a boliches ruidosos de nuevo, un Caix quizás): “morochita canchera, que linda que estás”, yo pueda girar revoleando mi pelo a lo Diego Torres a principio de los noventa (anotación: voy a tener que dejarme crecer el pelo, concejo: anticonceptivos en el shampoo) y decirle “gracias bom bom” (definitivamente tengo que incorporar las palabras bom bom, dulce y chuchi a mi vocabulario). Pero qué difícil se es aceptar que, según el casillero del juego de la Oca, este año me tocó ser canchera. Demasiadas cosas por cambiar, demasiadas cosas por aprender. Quizás me combine esperar hasta el año que viene y ahí sí, sacar la canchera que está en mí. O quizás mejor, pensar que las casillitas que los otros tan amablemente me seden, no son más que equivocaciones de aquellos que no llegaron a conocerme. Pero al final, creo, esto de ser canchera creo que me está empezando a gustar.

domingo, 14 de marzo de 2010

Líneas



La primera hoja de otoño entró por mi ventana. Cómo todos los años, la colgué de mi lámpara. Al verla girar, sostenida en el aire y sin poder caer, no pude evitar ver las líneas dibujadas que marcaban el mapa de lo que alguna vez, supongo, fue su vida. Sin poder evitarlo me fijé en las mías. Las palmas de mis manos están llenas de líneas, más que el promedio, más que cualquier otra mano que se esté acercando a la mitad de sus veinte. Mi mano se parece más a la de una anciana. Demasiados amores platónicos me dijo alguna vez, uno de aquellos, los que saben leerla. Parece que cada una de las líneas pequeñas e inconclusas que tengo se debe a esos amores unidireccionales. Y está esa otra, la larga, la que me dice que soy longeva y que moriré “en pleno uso de mis facultades mentales”. También la de los hijos (mejor guardar el secreto) la de las amigas, benditas sean las rayas que me procuran una vida siempre cerca de ellas. Pero están las que no sé leer. Las que me hablan de una vida de realizaciones espirituales, de ese ser que sostiene su propia mano. ¿Cuáles serán las líneas de los abusos y errores? ¿Cuáles las del aburrimiento? Debe haber líneas de aburrimiento.
La hoja sigue ahí colgada, sostenida en el tiempo, sin caer nunca al suelo. Cada vez más arrugada, más marrón, más rota. Se adelantó al otoño y paga sus consecuencias. De no haber entrado por mi ventana no estaría ni pintada, ni rota, ni suspendida. Pero de no haber entrado por mi ventana yo no estaría pensando, de nuevo, si el destino realmente está escrito en mi cuerpo o si soy yo quien luego de cada sonrisa o cada herida, marco una nueva línea en la palma de mi mano.

jueves, 11 de marzo de 2010

Ana y su fetiche



“Creo que me enamoré”, me dijo por quinta vez en el mes. “Sí, estoy casi segura que es amor”, volvió a repetir. “Es artista”, todos eran artistas y si no lo eran duraban menos que los artistas. “Pinta, con una pasión, lo que él hace realmente es arte”, tuve ganas de preguntarle qué era realmente el arte pero sabía la respuesta, para ella ese arte era como la vos celestial del guitarrista de rock pesado que duró siete semanas o como la fuerza del aire del saxofonista que después apenas podía hablar y lo que decía tenía sentido a nada.
“En serio, creo que esta vez va para rato”, como si la importancia se midiese en tiempo.Yo la conozco, en cada una de sus etapas la conozco. Por cada cosa que escribe o dice la reconozco. Y lo que alguna vez fue amor de 48 hs se vuela como el polvo y pasa a ser el sufrimiento más descarnado que puede llegar a durar meses u horas. Pero es sufrimiento real, no de ella, no de los que la rodean, de la humanidad sino más.
A veces no sé si es demasiado inteligente o perfectamente estúpida. Sufre con una angustia galopante las arrugas de las superficies más planas. Como si la pusiera triste el aburrimiento y después le angustiase que su dolor valga tan poco. Definitivamente no quiero estar el día que la astilla se convierta en clavo.
“No era el indicado, si no se quedó es porque no era el indicado”, me dijo veintitrés días después de nuestra primera charla. “El tampoco era el indicado” y su suspiro duró cuatro minutos. Bastante largo si recuerdo que nuestra charla no pasó los diez. Bastante corto si recuerdo los anteriores. “Pero era artista” me dijo con su voz lastimosa de no puedo estar sola. “Los fetiches nunca son buenos”, le respondí por fin. Pero Ana no entendió lo que significaba la palabra y, hundiendo la punta de su nariz en el helado se despidió de mi, hasta su próximo amor.

lunes, 8 de marzo de 2010

Carta para M


(Los que no creen en el amor entre seres humanos y animales abstenerse)
Otra vez una tonta película de Hollywood me hace pensar. Será que me estoy volviendo o muy tarada o muy sentimental. Pero me acordé de vos y por un ojo lloraba por Marley y por el otro por vos, Mandy. Será la coincidencia de las M o qué, pero no pude dejar de recordarte. Desde el día que llegaste, en una caja con agujeritos y una tarjeta con una cigüeña, después de tantas promesas de cuidado, paseos diarios y dedicación profunda “como si fuera mi propia hija papi, te lo juro que la voy a cuidar como a mi Nenuco”... hasta el día que te fuiste y que no pude estar al lado tuyo. Pero al final fuiste mi hermanita. La que dormía al lado mío y no se separaba un segundo. La que me ignoraba después de cada viaje por que la había dejado sola. La que roncaba y se tiraba los pedos más olorosos que olí en mi vida. La que se comió un kilo de milanesas crudas, dos docenas de medialunas (de las de dulce de leche) un kilo de torta fritas recién hechas y, entre otras cosas, se tomó casi cinco litros de aceite.No es una carta de golpe bajo, o por lo menos no pretende serla. Pero hoy, que Simona es parte de la familia (tu nueva hermanita) y que le dejan hacer todo lo que no hacías vos (como ladrarías si vieses a otra perra en la cama entre mamá y papá, ese lugar que solo disfrutabas cuando se iban de vacaciones), no puedo dejar de ver en ella las mismas caritas que me ponías cuando la tarde estaba aburrida y la correa permanecía colgada, inmóvil, siempre en el mismo lugar.La gente que nunca tuvo perro no entiende y aún algunos que sí tuvieron tampoco entenderían nunca. No es cuestión de botitas y capita para la lluvia. No es cuestión de ser “la loca de la perra humanizada” o que según mis amigas estuvieses enamorada de papá por eso no querías a ningún perro. Es cuestión de todo lo que me diste, y lo que me seguís dando. Esos recuerdos que me siguen haciendo reír, la vez que te emborrachaste con licor de chocolate o te robaste el pegamento. Cuando llorabas sin parar y papá no pudo hacer otra cosa que traerte hasta mi cuarto y acostarte encima de mí para que escucharas mi corazón y te calmaras.Son millones de historias para recordar. Y es saber que hasta en el último momento pensaste en nosotros. Dicen que los perros hacen todo lo posible para que los dueños no sufran y vos hiciste justo eso cuando llegó el momento. Decidiste por si sola y antes que mamá y papá tuvieran que tomar una decisión apagaste tu corazoncito.Tan solo quería avisarte que todavía estás acá y que no te olvidé, nadie te olvidó. Y que te recuerdo en todos los momentos, desde que eras un sabuesito insoportable hasta cuando eras mi mapache preferido, con tu antifaz de canas. Esta es mi carta para vos M. hace rato que tenía ganas, pero creo que recién hoy puedo escribirte y decírtelo.Para mi primera hermanita perruna. Mi mandarina preferida. Te ama siempre, tu hermanita humana.

lunes, 1 de marzo de 2010

De esas soledades


Alguien me dijo que no es lo mismo la soledad interna que la soledad en el mundo. Y si, no es lo mismo, ¿pero qué pasa cuando ambas se juntan?
Los lunes en la ventana son mis preferidos. Salvo cuando pasa el camión de la basura, el aire suele ser más limpio. Aire de principio de semana. Como aire de desintoxicación.
Pero hay lunes de series repetidas a horas que nada importa, mezcladas con juegos de bolitas que se explotan y que luego de muchas veces, dejan de tener el sentido anti estrés.
Y hay lunes de dudas. Lunes de preguntarse si uno realmente está perdiendo la cabeza y de si vale tanto preguntárselo por que todos se empecinan en decir que todo se está terminando.
Hay lunes de adicciones, de pensamientos entrecruzados.
Y están esos lunes de soledad. De la profunda, de la verdadera, de la que te hace pensar. Cuan buenos pueden ser los impulsos cuando uno le tiene miedo. Cuan espontáneos son si uno no deja de pensarlos. y al final les tiene miedo. ¿De no poder concretarlos? ¿De no poder con ellos?
Y todo se reduce de nuevo a eso… Alguien me dijo que no es lo mismo la soledad interna que la soledad del mundo. Lo que no me dijo es que pasa cuando ambas deciden aparecer juntas, al mismo tiempo.