miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cuatro calles y un problema


Cuando tenía ocho años, mi libro preferido era "Cuatro Calles y un Problema". Panchito era, o es para los que lo siguen leyendo, un chico que debía recorrer cuatro calles para llegar hasta el dentista. Al cruzar la primera calle, empieza a llover y se inunda la ciudad. Panchito no tiene más remedio que ponerse a nadar y llega a Uruguay. Por suerte, una lancha le lleva de nuevo a la ciudad. En la segunda calle, el viento lo lleva hasta Canadá y regresa en avión. Cuando cruza la tercera calle, cae en un pozo tan profundo que llega a China. Allí le cuesta mucho hacerse entender. Por eso tarda medio año, cinco meses y una semana en regresar a la calle de la que partió. Por último, en la cuarta calle se tropieza con un tigre que le obliga a dar la vuelta al mundo corriendo. Por fin, al llegar a su cita, le espera un dragón verde que resulta ser el doctor Ruiz, el dentista. Tras la visita al dentista, que no le hace nada de daño, Panchito vuelve a casa cruzando las cuatro calles sin que le ocurra nada raro.

Siempre me extrañó demasiado, no por la sabia moraleja que tenerle miedo al dentista es absurdo, sino por que, no eran cuatro calles y un problema, sino cuatro calles y cuatro problemas.

Hoy, rumbo al trabajo, recordé ese libro. No se porqué, problemas no tuve pero si encontré varias cosas raras. La primera, un barquito de papel hecho con un boleto de subte hundido entre dos asientos. Lo raro era que los asientos azules parecían el mar y el barquito, con el mover del vagón parecía nadar entre ellos. La segunda fue ver como una persona, muy elegante en su traje gris plata y con maletín marrón en mano, ante la equivocación de enfrentar las escaleras mecánicas que bajaban y en vez de tomar las que estaban a su lado y ascendían, decidió subir por ellas, con el doble del esfuerzo y una sonrisa contagiosa que llegó a convertirse en varias carcajadas. Casi llegando a la redacción, un grillo, de tamaño descomunal se cruzó en mi camino. Pensé, "es negro, saltó frente a mis pies pero gato no es", así que dejé la preocupación para otro día.

Final mente, varias cuadras y ningún problema después llegué al trabajo, quejándome por que me faltaba un hecho insólito. Tal vez cuando salga del trabajo, o quizás en mi escapada al quiosco encuentre algún exotismo con patas, recorriendo las barracas.

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