miércoles, 5 de noviembre de 2008

Puta

Las tetas, el vientre y la entrepierna le transpiraban. En la esquina de siempre se secaba el primer calor con un pañuelo amarillo a lunares borrados.

Detrás de ella, un Jesús infantil habría sus brazos pintados y una frase usada invitaba a la resurrección del alma. Era el mismo muro que separaba la escuela de su hija de esa calle tan trabajada.

Un cliente, una lamida, una ida, una vuelta. En días de calor las cucarachas aplastadas ya empezaban a decorar los tacones aguja y por alguna razón se cobraba menos.

Un fiat uno, una canción de Callejeros y un "¿Cuántos años tenés?". El telo de la vuelta, las mismas sábanas de siempre y la culpa de una madre agobiada frente a un niño frenéticamente desnudo.

Lo dejaría, cuando su hija tuviese la edad suficiente para entenderlo, lo dejaría. Y cosería, tal ves cosería. Su abuela le había enseñado bien, los dobladillos le salían a la perfección. Pero mientras tanto seguía. Chupaba, cogía, se mostraba, seguía. El asco era su peor enemigo pero seguía. Sin poder elegir, sin haber terminado el tercer grado, sin otro trabajo mejor pago... pero para que su hija pudiese recibir la educción católica que ella nunca tuvo, seguía.

Y el calor se fue atenuando con la noche. El viento fresco comenzó a correr y las gotas de transpiración a secarse. Restaban dos horas y el alzamiento general por el calor había bajado. Se bajó de los tacos, se puso el jogging y como si nada hubiese ocurrido, puso su mejor sonrisa caminó rumbo a su casa. Su hija la esperaba para hacer juntas la tarea.

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