viernes, 19 de diciembre de 2008

Pelirroja


Sandwich de palta, queso y tomate. En la cartera, recalentándose bajo un sol de 31 grados.

Los pasos de tacos amarillos resuenan en las calles del centro, calles llenas, pero resuenan igual. Su vestido, demasiado largo para algunos, luce intacto, se mueve exactamente como en las propagandas y sus rulos artificialmente colorados hacen juego con la cadenita que lleva al cuello.

Mira para ver si la ven, y cuando ninguna mirada se le cruza, los tobillos se le llenan de inseguridad.

Pasa por la puerta del juzgado a ver si consigue un novio, pero las vistas clavadas en pilas de expedientes no suben ni siquiera por el reflejo del sol en su piel de cama solar.

Creer es su fuerte, que se cumpla es otra cosa. Aún con sus treinta hace bastante cumplidos, espera que el príncipe azul llegue en su caballo blanco, o en su defecto en el fitito verde, para rescatarla de la monotonía del centro.

Quizás, cuando sea grande... pero ya lo es y su mente no lo entiende.

Quizás, solo quizás, cuando sea aún más grande, se anime a la minifalda roja que cuelga de su placard.

Pero lo que tiene de pelirroja lo tiene de miedosa. Y aunque se muestre segura, son tantas las fobias que la enredan que es mejor esconderlas.

La pelirroja llega al banco y hace la cola como todos, no son tantos sus encantos como para que la dejen pasar. Media hora después, entra y cobra el cheque. Se encamina a la plaza, y en un banco de cemento, saca el sandwich, el agua que ya está para té y se dispone a almorzar.

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