viernes, 6 de febrero de 2009

El viaje - Escape, búsqueda y disfraz. Parte II

La búsqueda
No puede faltar en los viajes ese silencio pensante, ese momento en el que uno se da cuenta que la búsqueda se está llevando a cabo, y la cabeza da vueltas y las piernas se aflojan como con el primer cigarrillo frente a una mañana de ayunas. Es ese el momento donde lo extraño pasa a ser esa vida que dejamos atrás. El viaje se naturaliza como la nueva cotidianeidad y el porqué, o por lo menos parte de él, se revela. El resto vendrá con el tiempo, cuando la naturalización se vuelva rutina y se pueda mantener esa transformación tan anhelada. Así, es la vida la que se torna excéntrica y nuestra existencia invierte su papel dejando que el viaje se convierte en nuestra nueva identidad.
Pero el mundo del viaje se ha frivolizado entre tantas guías de turismo con fotos que decepcionan al tornarse en realidad. Ya quedan pocos viajeros del alma, nómades en búsqueda de la felicidad. La adrenalina de un dedo apuntando a la ruta o un viaje en la caja semi desvalijada de una camioneta, han perdido protagonismo y se encuentran ya casi ocultos tras el lujo de hoteles cinco estrellas y paseos en barco con salvavidas puesto. ¿Cómo se hará para encontrar la identidad perdida mientras una industria intenta hacerte sentir “como en tu casa”? Es esencial que vuelva el gusto por el viaje místico, el viaje sin rutinas y con el azar como guía. Viajes donde la subjetividad individual se vea comprometida y que el cambio se da a través de la confusión para luego encontrar su camino.
No siempre el cambio es necesario (vale la pena repetir que generalizar tanto en el viaje, como en la vida, no siempre es adecuada). Porque el viaje es también una reafirmación del yo. De lo que nos enorgullece y forma parte de nuestras raíces. Mantener la identidad es también parte del viaje. Nadie, o casi nadie, deja de ser quien es, sino que depura su alma. Cómo explica Sergio González Rodríguez: “el viaje es la metáfora del que se aleja de sus territorios, de sus certezas, de sus pertenencias – simbólicas o materiales- para remontarse, para dejarse llevar, buscando asimilar lo que se quiere traducir y, aproximar de este modo, lo que aún permanece en las lejanías – cognitivas o físicas- para develarlo, finalmente. Sin traspaso de los propios territorios todo esto no es posible. Sin lejanías no se construyen proximidades”.
Desde el principio de la humanidad el hombre ha viajado. Los nómadas se trasladaban de una tierra a otra, en búsqueda de alimentos y escapando de las condiciones naturales extremas. A pesar de la aparición del sedentarismo y las nuevas técnicas de cultivo, el hombre no dejó de lado esa experiencia. De una herramienta de supervivencia, el viaje se transformó en un instrumento espiritual. Pasó a ser la búsqueda de un caos para poder encontrar un nuevo ordenamiento. En el viaje, “todo lo sólido se desvanece”[2]. Como el barco en el río, el viaje deja una estela en la vida. Pero a diferencia del agua esta marca no se borra, se vuelve cicatriz. Descartes vio en el viaje la experiencia de la duda. Este ensayo intenta explicar que el viaje es un proceso de transformación donde sí, se está permitido dudar pero, sobre todo, buscar la identidad perdida.

[1] Cecilia Güchal, Una metáfora viva. Apuntes de viaje, Cátedra Reale.
[2] Karl Marx

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